Opinión | Ici c’est Madrid
Pasadas las once y media de la noche de este sábado, un exultante Luka Modric corrió hacia Toni Kroos, tumbado boca abajo en el césped del Stade de France, se tiró encima de él y lo abrazó por la espalda. Unos segundos después, ambos se revolcaron en la hierba entre sonrisas desbocadas, igual que dos novios adolescentes que disfrutan de su amor recién inaugurado. Si se hubiera tratado de la escena de una serie juvenil, habría sonado alguna canción pop rayana en lo cursi, pero era la celebración de la decimocuarta Champions League del Real Madrid y lo que se oía era el ‘We are the champions’ de Queen. Hay que apuntar otro detalle: Modric y Kroos no son pareja primeriza, sino un matrimonio consolidado que, a pesar de los años, no ha perdido la ilusión. Jugando juntos han ganado cuatro de esas Copas de Europa, pero por sus gestos eufóricos parecía que acababan de conseguir la primera. Si hoy en día alguien todavía necesita preguntar qué es el Real Madrid, basta con ponerle el vídeo del abrazo entre Modric y Kroos para que lo entienda.
Ninguno de ellos dos -tampoco Casemiro, el tercer componente de un centro del campo inolvidable- fue, sin embargo, protagonista en la final contra el Liverpool, sino que los focos apuntaron a tres futbolistas que sí conquistaron por primera vez La Orejona: el inagotable Valverde, una fuerza de la naturaleza, una estampida que cabalga al ritmo de sones selváticos, autor del pase del único tanto del encuentro a Vinicius, el sumun de la verticalidad, que ha convertido las burlas en reverencias y runrunes en el área y ya presume de gol histórico, y el hombre de la noche, un Courtois infranqueable, señor del cielo y de la tierra, mastodonte a la vez que felino, un prodigio. Fueron los nombres propios de otra noche más con aroma de épica, la enésima en esta Champions sin parangón. Sufrieron los de Ancelotti, era lo que tocaba, pero el territorio del Madrid es la turbulencia. No importa lo adversa que sea la situación ni los goles que haya que remontar, PSG, Chelsea y City han aprendido este año que nadie mejor que el Madrid sabe transitar por los abismos. Con la avalancha ofensiva inicial del Liverpool, el guion de las remontadas parecía destinado a repetirse, pero Courtois se empeñó en demostrar que los finales con plot twist dejan un mejor sabor de boca. Las paradas a Mané y a Salah ya se han incorporado a los manuales básicos para porteros en el capítulo de hazañas. El resto del equipo hizo suyo uno de los versos del himno clásico madridista, «todo nervio y corazón», y se impuso en la inmensa mayoría de los duelos por balones divididos, un trabajo coral de sacrificio que emocionaba. No corrían, sino que volaban. Normal, les alentaba el peso de una historia enciclopédica preñada de gestas por toda Europa.
Ni siquiera hizo falta un gol agónico de Rodrygo, ni siquiera un tanto del imperial y ya legendario Benzema, al que sólo el VAR impidió, de manera inexplicable, abrir la lata. Su grito celebrando su decimosexto gol en el torneo habría sido la guinda de un pastel que, aun así, tuvo un marcado acento francés -el escenario, el partidazo de Courtois, el eco del fichaje fallido de Mbappé-. Esto es el Madrid y nada más, como dice el himno de la Décima, y es algo que cabe repetir cada vez con más fuerza. En este universo futbolístico infectado de petrodólares, a cada nuevo jugador que, a partir de ahora, decida formar parte de la familia madridista, habría que saludarlo así: bienvenido al hogar de la fe, el desenfreno y la victoria: ici c’est Madrid.
Foto: Julian Finney/Getty Images