La Ciudad de las Estrellas | Un Madrid de psicólogo
Después de que el árbitro pitara el final del partido de Londres, lo primero que hice fue abrir una ventana a la posibilidad, llenarme de esperanza, de una manera muy madridista de dar por iniciada la primavera: buscar en Google el día en que se juega la final de Champions.
La razón es fácil. Con la exhibición del día del Chelsea, el Madrid ha empezado mi parte favorita de la temporada: aquella en la que jugar otra final de Copa de Europa es una posibilidad real. Para ese momento hay que estar preparado, para evitar que nos pille criticando a nuestro entrenador de turno, sin camiseta del Madrid limpia o, en mi caso, lejos de mi padre.
Estas últimas semanas reflejan bastante bien lo que es el Real Madrid, la institución más indescifrable del planeta (como escribió Jabois en su crónica de ‘La Décima’).
Unos 18 minutos de auténtico derribo que acabaron con el PSG, una desconexión inexplicable en casa contra el Barça y, luego, una exhibición en Londres contra el Chelsea. Un equipo hecho cuento, el de “Dr.Jekyll y Mr. Hyde” más concretamente.
Cuando decidí, hace unas cuantas semanas, visitar a una psicóloga para poner en orden una montaña de pensamientos que había ido acumulando a lo largo de unos meses de montaña rusa, lo último que esperaba es que sus explicaciones, más allá de lograr aclararme un poco la cabeza, me fueran a dar una perspectiva más nítida acerca de lo que le pasa al Real Madrid.
Me explicó que aparentemente hay en esta vida tres formas de apego: una forma ansiosa, una forma segura y una forma evasiva. Ninguna más real que la otra, pero sí muy diferentes entre sí.
En el lado seguro, por poner el ejemplo más cercano, tendríamos la relación entre el Barça y los culés. Con años buenos, años malos, pero siempre con un hilo claro y con sentido. Por eso cuando están en una buena racha, ganan Dobletes o Tripletes. Y cuando la dinámica es claramente negativa, les echan de la Champions con derrotas sonrojantes o incluso acaban jugando la Europa League. Todo dentro de la lógica habitual.
El Madrid está lejos de eso. Para lo bueno y para lo malo. Te gana una Champions en medio de una crisis institucional, pierde habitualmente contra un Segunda B en Copa del Rey y cae goleado en Clásicos que deberían ser igualados. Ejemplo perfecto de un tipo de apego evasivo, que se caracteriza por acercarse cuando la cosa se enfría para luego alejarse cuando la cosa se calienta demasiado. Explicando así la razón por la que propuso “amor frenesí” (los 18 minutos más emocionantes que recuerdo en años) cuando el PSG le tenía ya eliminado, para luego desconectarse por completo contra el Barça en una Liga que parecía ya ganada, como el mismo Nacho confirmó después del partido (“Quizá hemos salido relajados por la ventaja en La Liga»). Eso sí, en cuanto las dudas asoman entre el madridismo, sale a jugar en Londres, en un escenario muy complicado, como si nada hubiera pasado y gana de manera sobrada al vigente campeón de Champions. Todo con escasos días de diferencia.
El madridista medio, por cierto, es de apego ansioso. Iría andando hasta la luna si el equipo lo necesitara. Lo defiende a capa y espada ante cualquiera y lo lleva, como reza el himno, pegado al corazón. Por el otro lado, se deja arrastrar por los demonios cada vez que toca la versión más desvinculada del equipo, lo que le hace explotar, querer echar a todos los jugadores y jurarse no ver un partido más. Pita cuando el equipo lo merece, pero también cuando no tiene razón para hacerlo.
Por eso, cuando la comunión entre equipo y afición tiene sus días buenos, el Santiago Bernabéu es el sitio más mágico del mundo, y cuando equipo y afición no se encuentran, parece que hasta el proyecto más sólido va a salir volando por la ventana. Y esto no tiene solución fácil, pues el madridista necesita un equipo que le proporcione continuidad para estar cómodo y el Madrid una afición que le lleve en volandas cuando lo pida y que conviva con su discontinuidad. Por eso el Madrid y su afición nunca han logrado ser eso que llaman una pareja ideal. Incapaces de acercar posturas, se han tenido que conformar con ser algo no menos valioso: los amantes más divertidos del mundo.
A fuerza de repetirse temporada a temporada, el madridista medio ya debería saber que el Madrid vive de momentos y no entiende de hilos conductuales. El Madrid no es una serie de esas que evolucionan a lo largo de varias temporadas, sino una de aquellas cuyos capítulos no tienen relación entre sí. Los proyectos a largo plazo en el Madrid suelen tener poco recorrido, porque lo que pasa el miércoles no influye necesariamente en lo que pasará el domingo. Es un equipo no sostenido por raíces sólidas, sino por las alas más grandes del mundo del fútbol.
Gracias a mi psicóloga (y el libro “Maneras de amar”), cuando el Barça se puso 0-4 en el Bernabéu, por primera vez no se me pasó por la cabeza el pensamiento de taparme la cabeza con una manta y dar la liga y la Champions por perdida. Entendiendo que el Madrid es una moneda al aire y que nunca sabes qué versión te va a tocar, seguí cabreado porque el equipo me hubiera dejado tirado en un bar lleno de culés, pero sabiendo que celebrar títulos a final de temporada no solo era posible, sino seguramente muy probable.
La final de Champions, por cierto, cae este año en 28 de mayo. Habrá que tenerlo en cuenta. No vaya ser que el Madrid le dé por hacer ese día con 3 años aciagos en Europa lo mismo que yo con muchos meses de sinsentidos y desequilibrio emocional al salir de la consulta: dejarlos en el pasado y empezar de cero.
Foto de portada: JAVIER SORIANO/AFP via Getty Images