El Rincón de Apple Tree | El camino y el borrón
Se acabó. La temporada de la Euroliga termina para todos y para el Real Madrid este año. Y lo ha hecho de la manera más cruel posible: perdiendo el título por un punto. El fin de semana pasado ha dado para debates de todo tipo, y para dar pistoletazo de salida a las “pajiplantillas” para el año que viene. Ya hay cabezas cortadas, sangre fresca y no tan fresca, de algún hijo pródigo que vuelve al club a tener una última oportunidad de tocar el cielo de la competición continental.
Pero bueno, eso tocará en otro momento, porque hoy quiero hablar de la competición de nuestro Real Madrid.
A priori, el efecto causado en la toda la afición es de pesar. En algunos de cabreo. En otros, el famoso “yo ya dije que así no íbamos a ninguna parte”. Y en unos pocos, reconocimiento a un subcampeonato, que, aunque no vale para nada (y menos en el Madrid), siendo justos es de alabar el recorrido del equipo contra todo tipo de vicisitudes.
Y para ello, hay que remontarse a las últimas jornadas de la Liga Regular. Tras unas derrotas en Estambul y Tel-Aviv por la mínima, el equipo daba señales de recuperación tras la mayor crisis de juego y resultados que haya tenido el equipo en la era Laso. Mal juego, pocos puntos, jugadores apartados, crisis total. Pintaba muy mal, cuando la época del año indicaba que había que empezar a subir prestaciones y dar retoques, en lugar de tirar medio libro y empezar la escribir la temporada otra vez en abril.
En medio de todo este enrarecido argumento, los astros se fueron alineando con el equipo, para asegurar la segunda plaza ganando a un Bayern que ya no se jugaba nada y que venía con la lengua fuera, tras una gira por media Europa, para completar su calendario de partidos aplazados. Todo discurría por un tranquilo cauce, y se veía un Madrid de fuegos artificiales, moviendo la bola con criterio y explotando triples a ritmo de récord, hasta el final del tercer cuarto con 16 puntos de ventaja. Todo volvía a ser normal. Se quedaría segundo, rival asequible en cuartos y evitar al todopoderoso Barcelona en las semis.
Nada más lejos de la realidad. Ni en la mente del mayor agorero de la afición blanca, y mira que los hay, se podía prever semejante desenlace digno de un giro de guión sin ningún sentido e imprevisible a lo Stephen King. Porque eso fue el cuarto cuarto. Una novela de terror en 10 minutos. Un monstruo inexplicable se apoderó del equipo y lo transformó en un pele en manos de un renacido Bayern, que nos cascó 38 puntos en el periodo. Vuelta a las horribles sensaciones, bajada al cuarto puesto, cruce con Maccabi y posible semifinal con el Barcelona. Jackpot de calaveras.
El run-run alrededor del equipo y temporada europea se hacía más audible en el momento de jugarnos los cuartos, nunca mejor dicho, con un Maccabi que venía envalentonado, tras ganar 8 partidos seguidos y con rivales de relumbrón. Las hordas amarillas con Wilbekin a la cabeza, se las prometían muy felices, a pesar de no contar con la ventaja de campo. Tampoco. De lo previsto, nada. Un Madrid muy sólido y fiable, sacó el látigo de doma y dio cuenta de su rival en tres partidos. Dominó la serie de cabo a rabo y fue el primer clasificado para Belgrado con justicia y algo de sorpresa, por parte de la afición y prensa, por qué no decirlo.
Mientras tanto el Barcelona tuvo que sufrir hasta el quinto partido y alguna bronca de las subidas de tono de su entrenador y se daba cita con el Madrid para un puesto en la final. Hasta aquí todo podía ser previsible al inicio de temporada, pero nunca imaginable en la forma en que se produjo.
Y llegados a Belgrado nos encontramos ante el partido del año contra el eterno rival nacional, que venía con el mantra de las cinco victorias seguidas incluyendo la final de copa. Un Barcelona con ciertas dudas en su juego (no era la apisonadora de diciembre, enero y febrero) pero que tenía ese aura de que éste era su año. Y en frente un Madrid plagado de dudas sobre el que la fe de su entrenador y jugadores te hacía creer, pero no tenías muy claro el porqué.
El partido tuvo de todo. Drama inicial tras durar Nigel Williams-Goss, menos de un minuto sano. Inicio sorpresa del Madrid con “small ball” de Laso que propició una ventaja que el Barcelona limó y dio la vuelta a la tortilla en el descanso. Once puntos de desventaja y una sensación de que habría que tirar de heroica ante unos culés entonados con Davies y un estelar Mirotic anotando con facilidad.
Los inicios del tercer cuarto tampoco fueron muy alentadores con algún fallo y pérdida, que hacía difícil creer en la remontada. Pero la hubo. Una defensa bien ajustada del Madrid concedía sólo puntos al 33 blaugrana y en ataque emergió Fabien Causeur, espoleado por un (por fin!) agresivo Abalde. Llull, sin mucho ruido pero con solvencia, fue marcando el ritmo del partido con una suerte de 2v2 con Vincent Poirier y el ataque fluía con regularidad. Ya fuera una bandeja o un rebote ofensivo claro tras el mismatch, el Madrid anotaba. El único triple del balear supuso la primera ventaja del Madrid acabando el tercer cuarto (56 -58) y ya no la dejaría el Madrid. Los blaugranas lograron el empate a 75 a falta de 2:45 para el final. De nuevo Causeur ganando la partida a Laprovittola dos veces seguidas, anotó 5 puntos seguidos para lograr una ventaja que fue suficiente para llegar al final. Si acaso, el robo de Calathes a Poirier con el contraataque de Laprovittola abortado en tapón por nuestro barbudo francés, fue el momento más tenso de esos segundos finales. Acompañado de un rebote salvaje que robó Deck a Exum permitió a los nuestros seguir arriba en el marcador. Victoria de mérito ante el gran favorito de este año. Sensaciones maravillosas (86 puntos!) y rebote ofensivo de Jasikevicius en el otro bando, largando contra sus jugadores por falta de profesionalidad. Música para nuestros oídos.
Y hasta aquí el acierto en nuestro ataque. El partido final era el último peldaño de los nuestros hacia la cima, pero se antojaban dudas ante los dos monstruos de categoría especial que teníamos delante. Larkin que dio una exhibición en las semis en la primera parte y Micic que se puso la capa de superhéroe para clavar el tiro ganador a los griegos. El partido fue rácano en acierto. Habían cambiado los aros por unos más pequeños y sólo un Tavares enchufadísimo en su primer cuarto (12 pts y 8 rebotes) nos mantenía en partido, pues los tiros no querían entrar. La defensa era buena, pero los 1v1 de Larkin o Micic, tras un par de cambios defensivos, hacían estragos y provocaban la casi certeza de que te podía acabar costando el partido.
El relato de la segunda parte es una mezcla entre la defensa del Abismo de Helm de los Rohirrim ante los Uruk-hai de Atam… digo Saruman y nuestro ataque de stormtroopers contra rebeldes, a juzgar por el acierto en el tiro. No he visto una cosa igual. El griego que tenía a mi lado en el Stark Arena, me animaba diciendo “excellent defense”. Lo cual era cierto, pero nuestro continuo fallo en el triple – mención especial los dos seguidos de Abalde que escupió el aro – nos condenaba a sufrir al final. Y fue precisamente ese doble infortunio seguido de un triple de Pleiss, el que empezó a decantar la balanza del lado otomano.
El partido contra el Barcelona se cobraba factura en desgaste físico y mental, y no hubo nadie a quien agarrarse. Ellos se sostuvieron con Micic y engancharon a un gran Pleiss en el último cuarto. El serbio sacó su magia final para abrir la brecha en el muro de nuestra defensa y clavarnos tiros y bandejas a golpe de talento y calidad. Nosotros nos agarrábamos a algún rebote ofensivo y tiros libres que caían con cuentagotas. Se mascaba la tragedia, pero aún así seguíamos en partido … hasta que se agotó el tiempo. La jugada final, para más inri, fue un error de nuestro banco, permitiendo que muriéramos desangrados sin opción de devolver el golpe. Ese error, y el no haber probado con un Randolph que dio oxígeno en la primera parte, es la única incógnita que me quedará sin resolver de esta segunda visita a Belgrado.
Son ya unas cuantas Final Four a lomos de éste que os escribe y está claro que sólo se vale ganar. El campeón se apunta en letras de oro y el finalista se queda con cara de náufrago que nada hasta la orilla de una isla desierta en medio del océano. La afición se divide entre los que buscan culpables del “fracaso” y los que (entre los que me incluyo) entienden que es deporte, que el rival juega y puede ser mejor que tú y hasta que los nuestros se equivoquen. Es duro quedarte tan cerca, pero no se gana por méritos a mi medida o porque en tu club sólo vale ganar. El rival también juega para lo mismo y tampoco le vale otra cosa.
Esta temporada de Euroliga del Madrid es muy meritoria. Plagada de vicisitudes y problemas, se han superado casi todos para seguir avanzando a trompicones al siguiente nivel. Y se ha perdido una final con el vigente campeón, con un MVP descollante y diferencial, y nuestro equipo tocado de muerte en el puesto de base tras la más inoportuna lesión de Nigel Williams-Goss en semis. Es de justicia levantar la cabeza y ver el camino recorrido y los equipos que han ido quedando detrás y reconocer que se ha conseguido el objetivo de competir hasta el último minuto, aunque Laso reconociera que se equivocó precisamente en ese momento. Él llevó al equipo a tener la victoria a nuestro alcance y luego tropezó llegando a la meta. Hay quien se queda con ese tropezón para crucificarle. Yo me quedo con todo el camino plagado de trampas que hemos superado para llegar hasta aquí. Es cuestión de valorar un trabajo y trayectoria meritoria o criticar el borrón final que, tampoco nos aseguraba nada, por otra parte.
Texto: David Manzano (@dmanzano1971)
Foto de portada: PEDJA MILOSAVLJEVIC/AFP via Getty Images