Vinicius: golpe a golpe, verso a verso
Para alcanzar la eternidad no hay un único camino, cada cual sigue el suyo, irrepetible. La ruta puede ser pedregosa o meliflua, y aunque nunca hay garantía de llegar a buen puerto, el primer caso es el que ofrece mayores posibilidades de triunfo. Como cantó Serrat al poner música a los versos de Machado, «golpe a golpe, verso a verso». Vinicius Junior, con 22 años recién cumplidos, afronta su quinta temporada en el Real Madrid, pero es la primera vez desde aquel 2018 fecundo en expectativas e incógnitas en torno al brasileño en la que lo hará con la responsabilidad de ser uno de los popes de la plantilla desde el minuto cero. Después de marcar veintidós tantos y dar dieciséis pases de gol entre todas las competiciones la pasada campaña -algunos de ellos clave como el de la final de la Champions ante el Liverpool-, el carioca ha de demostrar que esos números no fueron un espejismo. Además, la negativa de Mbappé a integrar las filas merengues le otorga al extremo madridista, de forma indirecta, un papel en el equipo no sólo relevante, sino protagonista, y lidiar con la presión que ese estatus conlleva es un reto en absoluto baladí. Lo difícil, dicen, no es llegar, sino mantenerse. Pero, hablando de Vinicius, existen motivos para el optimismo
Hay una reflexión ampliamente conocida, tanto que hace ya mucho tiempo trascendió el espectro de influencia del cine, su cuna, para echar profundas raíces en el vasto océano de la cultura pop: «Ni tú, ni yo, ni nadie golpea más fuerte que la vida, pero no importa lo fuerte que golpeas, sino lo fuerte que pueden golpearte, y lo aguantas mientras avanzas, hay que soportar sin dejar de aguantar». Rocky Balboa, en el film homónimo de 2006, usaba el boxeo y su propia experiencia sobre el ring para tratar de dar una lección vital a su quejoso hijo, un joven con ínfulas de mártir. Fajador nato, si en algo era experto el Potro Italiano encarnado por Silvester Stallone era en recibir palos, tanto en el cuadrilátero como en la vida, pero también en hacer de tripas corazón y, a base de aguante, inteligencia y arrestos, acabar encontrando siempre la forma de salir adelante. Normal, si estaba más que acostumbrado a convivir con el dolor.
Por Vinicius Junior, como por Rocky Balboa en su primer combate contra el campeón del mundo Apollo Creed, nadie daba un duro hace ahora un año. Después de tres campañas de mucho ruido y pocas nueces, la imagen del brasileño que compartían los aficionados al fútbol en el verano de 2021 era la de aquel futbolista excesivamente impetuoso, una manigua de gambeta y prisa que apuntaba maneras pero que fallaba de manera escandalosa allá donde los grandes siempre marcan la diferencia: en el área. Sin embargo, como un escolar aplicado al que le había ido mal el curso anterior en clase, Vinicius, a pesar de las voces que afirmaban que no valía para esto, no dejó nunca de batirse el cobre y se esmeró en completar con acierto un cuaderno de Vacaciones Santillana tras otro hasta que acudió a la rentrée futbolística de 2021 con la madurez y el aplomo que antes le faltaban. Interpretando al poeta, para alcanzar la gloria no hay que perseguirla, ni siquiera ansiarla. El resultado ya lo conocemos: Vini convirtió las burlas en aplausos y se erigió en innegable tótem merengue durante toda la campaña 21-22, o en uno de ellos, al menos. Una liga y una Champions después, hoy la realidad es bien distinta a la del año pasado a estas alturas, hoy el madridismo mira al inminente inicio de temporada con la seguridad de que alcanzar la victoria en cada encuentro parece una empresa un poco más asequible sabiendo que Ancelotti cuenta en sus filas con un terremoto eborario partiendo del flanco izquierdo.
Confiar en el hombre del gol de la Decimocuarta es hacerlo en la filosofía de la constancia, en la del pico y pala, en la de caer y levantarse aprendiendo a resistir cada golpe que te tumba, lo cual implica no sólo repetir con paciencia algo en lo que uno cree una vez y otra hasta que acabe saliendo bien, sino, además, no guardarse nada y darlo todo en cada carrera, en cada regate, en cada chut y en cada lágrima, un sobreesfuerzo que, a la larga, te hace, inevitablemente, más fuerte, recompensa reservada a quienes logran, a base de tesón, comprender la anatomía del sufrimiento. Es lo que diferenciaba a Rocky y lo que diferencia a Vinicius de otros: su éxito es una consecuencia de asumir el fracaso como aprendizaje. Como en aquella película noventera, ‘Gattaca’, ambientada en un futuro obsesionado con la selección natural en la que dos hermanos -uno con diversas enfermedades crónicas fruto de los incontrolables azares biológicos y otro diseñado por genetistas como una máquina física e intelectual perfecta- se baten en carrera en el mar por vez enésima y, contra todo pronóstico y al contrario de lo que había ocurrido siempre, acaba ganando el, supuestamente, más débil. El derrotado, ya exhausto y preocupado por si le quedarán fuerzas para regresar a la orilla, le pregunta al otro cómo ha conseguido vencerle siendo en teoría inferior, y este le responde: «Porque nunca me dejé nada para la vuelta».
Hay, de hecho, cierto espíritu suicida en cada acción de Vinicius sobre el césped, cierta querencia al radicalismo, a llevar cada situación al límite como si fuese a ser la última y hubiera que disfrutarla al máximo, una osadía que siembra esa poderosa atracción entre fatalista y entusiasta que también exhalan los poetas malditos. Igual que pasaba con Gatsby al hacer acto de presencia en aquellas soirées de boato y alpiste frecuentadas por socialités y demás fauna diversa, cuando Vinicius controla el balón en la banda, la grada levita mecida por un runrún espumoso, la acostumbrada expectación que levanta la calma previa a la estampida o al prodigio y que sólo generan unos pocos elegidos. Toca pisar donde otros antes pisaron hasta convertirse en leyenda, pero con sello propio, porque aunque «todo pasa y todo queda», ya se sabe: para el caminante «no hay camino», sino que «se hace camino al andar», y no hay otra forma de alcanzar la inmortalidad en el firmamento madridista: golpe a golpe, verso a verso, regate a regate, gol a gol.
Foto: Paul Ellis/ Getty Images.