Tchouaméni, el hombre tranquilo
El otro día me puse nervioso porque iba a cenar con unos amigos de mi novia que no conocía. Una situación de lo más común -una cena con más personas-, sí, pero resulta que a mí me abruman las grandes citas, me abruma sobremanera enfrentarme a los grupos nutridos de gente nueva y pensar que, en un determinado momento, en esa agotadora tarea de contar cada uno su vida para presentarse y que te conozcan, me va a tocar tomar la palabra mientras los demás me clavan sus ojos con fiera curiosidad.
Pocas cosas hay que me hagan sentirme tan indefenso, y por eso trato de rehuir el protagonismo. Al contrario que aquel presuntuoso columnista de ‘Laura’ (1944) que, tras ser interrogado por el detective que investiga el asesinato de una íntima amiga, se ofrece a acompañarlo en sus visitas a quienes integran su lista de sospechosos. «Usted forma parte de esa lista», le advierte el detective. «Lo contrario hubiera sido un insulto», contesta el otro con aire de suficiencia.
Me gustaría ser menos inseguro, ser un experto driblador de miradas ajenas, ser como Aurélien Tchouaméni en su primer derbi contra el Atlético a punto de dar un pase de gol a Rodrygo, picar el balón con sutileza para neutralizar a toda la defensa rojiblanca como quien no quiere la cosa, como quien acude a la oficina a firmar un taco de papeles y adiós muy buenas, ajeno al ambiente hostil y chúcaro del Metropolitano y a todas las miradas atronadoras de hinchas atléticos posadas sobre él como una tormenta. Igual que don Alfredo Di Stéfano, Tchouaméni demostró, con sólo 22 años, que los territorios enemigos están hechos para crecerse.
El Madrid ya lo dejó claro la temporada pasada: es el rey de la turbulencia. Donde otros equipos sólo ven descontrol y reprís, los blancos se sienten mecidos por una dulce melodía chill out. Así lo ejemplificó Valverde en la celebración de su gol, el 0-2 ante los del Cholo, en modélica postura de meditación. Quien no está preparado para asumir que la cotidianidad es sinónimo de huracán no está preparado para vestir la zamarra blanca. Hace justo un mes, la familia del Real Madrid se enfrentó a un nuevo terremoto, el enésimo, cuando se oficializó la salida de Casemiro rumbo a Manchester. Hubo cierta calma, sin embargo, porque el recambio ya estaba en casa, aunque la afirmación se cogió con pinzas: lo que en principio iba a ser una temporada de transición para Tchouaméni, decían, se tendría que convertir a la fuerza en un aprendizaje exprés, y la duda de si el francés pasaría el examen de asumir el rol que había dejado huérfano el brasileño comenzó a sobrevolar el entorno de la Castellana.
Pero la bruma no tardó en disiparse. Tchouaméni se planta cada partido en el campo con su cara de estudiante de Bachillerato y su percha de primo de Zumosol, y, haciendo gala de una tranquilidad pasmosa, activa el modo comecocos para robar balones con físico, zancada y garbo, pero también se aventura en ataque con acierto si la ocasión lo requiere, una faceta en la que ha demostrado no estar exento de talento, con el derbi y su sociedad con Rodrygo como último ejemplo de ello.
La nueva escoba merengue ya tiene nombre y apellido, y ha mostrado ser efectiva desde el minuto uno. A partir de ahora, cuando tenga que afrontar una cena con gente desconocida, en vez de presentarme con mi nombre diré, para esquivar la timidez: «Hola, me llamo Aurélien, soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno».
Foto: JAVIER SORIANO/AFP via Getty Images