Opinión | Madridismo de infantería
El polvo se pegaba a la piel cerca de las comisuras de la boca y los ojos. El humo se notaba denso al bajar por la garganta al respirar. El casco se balanceaba un poco de lado a lado porque era una talla más grande, y había que hacer esfuerzo doble porque las botas se quedaban hundidas en el barro al andar.
Agazapado en un pequeño cráter hijo de la explosión de un mortero, centelleaban las balas al silbar por encima. A veces, del miedo, se perdía la noción del espacio y no se sabía si se iba hacia delante o hacia atrás. Las profundas marañas de alambres de espinas y escombros mezclados con la oscura niebla tampoco ayudaban.
Los gritos de aquellos que cargaban hacia el enemigo se iban extinguiendo poco a poco, sucedidos por el sonido de los cuerpos al derrumbarse. Era entonces cuando algunos de los que quedaban se preguntaban ¿Qué hago aquí? El resto estaba demasiado en shock para siquiera pensar en algo que no fuera avanzar hasta llegar a un sitio seguro; rezando, a lo que fuera, para que los proyectiles que cruzaban la zona de nadie no fueran a preguntarles la hora.
Así es como se sienten las redes sociales —y más concretamente Twitter— cada vez más. Un campo de batalla masivo. Y más cuando suceden incidentes como los insultos racistas a Vinícius. La gente lo tiene tan normalizado que ya dispara sin preguntar, y mucho más importante, sin saber. Unos y otros sumándose a debates que crean programas de moscas que viven de la mierda y el hedor. Todos respondiendo a cosas que ninguno de ellos ha empezado. El odio por capricho, a ver quién suelta la barbaridad que levante más cejas.
Y mientras tanto, el programa de turno se hace de un oro más especial que el dinero: el oro del control. El poder de crear debates públicos a gran escala. El poder de manipular tanto a los que piensan de una manera como a los que piensan de otra. El poder de polarizar y tergiversar, jugando a ser dioses. A veces se pasan de listos, y surge alguna figura como Iñaki Angulo que les airea un poco el trastero de amenazas y sinvergonzonerías varias que tratan de esconder a toda costa.
Como aquellas películas antiguas del salvaje oeste en las que el sheriff del poblado está compinchado con los maleantes de turno, y tiene que aparecer el cowboy forastero y exiliado a poner orden. El problema es que hay demasiados canales poniendo películas a la vez. Hay escándalos cada hora de cada día en redes, lo que hace que cuando algo tiene que ser importante, pase de puntillas. La fábula del pastor mentiroso de Esopo.
Google no se pone de acuerdo sobre si la frase «el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes» fue dicha por Arrigo Sacchi o Jorge Valdano. Sea cierta o no esa cita, no sé hasta qué punto es ya inevitable e irreversible todo este caos.
Habiendo ya puesto algo de tierra y refresco mental de por medio de lo de Vinícius, siento más incertidumbre que enfado. Si consiguieron reventarnos el verano después de la Champions más épica de la historia, ¿qué no harán con las cosas realmente importantes?
A veces yo mismo tengo un momento de lucidez en mitad del barro y me pregunto qué hago ahí, en mitad de alambres y escombros de debates que ni me van ni me vienen. Es entonces cuando miro hacia atrás y veo nuevos reclutas encendiendo el móvil, saliendo a la carga de las trincheras a por sus enemigos sin foto de perfil. La evolución de los ultras es a través de una pantalla, nadie lo vio venir.
Eso sí, menos mal que yo sólo hablo de fútbol.
Texto: @Cruzetus
Foto: ÓSCAR DEL POZO/AFP via Getty Images