Opinión | Carlo Ancelotti: un hombre normal
«Algún día espero devolver lo que le he quitado al Real Madrid». Convertido en verdugo, Jorge Valdano se sinceraba en la sala de prensa del Santiago Bernabéu en un lejano 1994. El entrenador argentino, por aquel entonces en el Tenerife, arrebató dos Ligas a su equipo y le apeó de la Copa del Rey. Tres golpes al mentón que dispararon al Barça de Cruyff y provocaron unas heridas que tardaron en cicatrizar. Ya convertido en responsable merengue, el balance de títulos se limitó a un campeonato de Liga en el apenas año y medio que estuvo en el banquillo.
Carlo Ancelotti también estuvo implicado en una de las derrotas más recordadas de la historia del club. El italiano formaba parte del AC Milan de Arrigo Sacchi y junto a Marco Van Basten, Ruud Gullit, Frank Rijkaard, Franco Baresi, Paolo Maldini y compañía eliminó al Real Madrid de la Copa de Europa dos temporadas consecutivas. Los lombardos pusieron el último clavo en el ataúd internacional de la inolvidable Quinta del Buitre.
Autor del primer tanto en la goleada 5-0 de San Siro, nadie esperaba que aquel jugador que recibió el esférico de Ruud Gullit, se deshizo de Schuster y Martín Vázquez y se sacó de la manga un disparo seco que se coló en la portería de Buyo antes de irse al banquillo para abrazarse con todos sus compañeros, iba a convertirse en historia viva de su por aquel entonces rival. Era 1989.
Él no pregonaba que su objetivo era devolver al Real Madrid los títulos que le había quitado. Tampoco se le pidió que lo hiciera. De hecho, muchos criticaron su regreso al club después de una buena primera etapa en la que se lograron Liga de Campeones, Supercopa de Europa, Mundial de clubes y Copa del Rey. Falta de carácter, decían. Llegó procedente del Everton y en cuanto recibió la llamada no dudó en salir corriendo para aceptar el desafío.
El transalpino ha logrado recuperar la esencia del Real Madrid. Nos ha llevado treinta y cinco años atrás en el tiempo para traer de vuelta a aquel equipo que mientras dominaba en España se dedicaba a dejar remontadas para el recuerdo en Europa. De esto pueden dar fe Paris Saint Germain, Chelsea y Manchester City, tres equipos que partían entre los grandes favoritos para alzarse con la Liga de Campeones y se quedaron por el camino después de noches épicas en el Santiago Bernabéu que deberían emitirse a partir de las doce y con tres rombos. Porno duro.
Ancelotti es tu suegro sentado en el sillón quedándose dormido con la película de sobremesa de Antena 3. Es tu tío en Nochevieja dándote una paliza en el Singstar. También es Tony Soprano fumando un puro junto a su banda. Un conductor de autobús de una novela de Paul Auster y ese charcutero de Reggio Emilia cortando doscientos gramos de prosciutto. Es Marlon Brando acariciando a su gato mientras el Real Madrid destroza los pronósticos doblegando al campeón de Francia, al de Inglaterra y al de Europa para plantarse en la final de la Liga de Campeones.
Ancelotti es todos y ninguno. Porque debajo de ese traje de normalidad revestido de bonhomía se esconde un entrenador del primer nivel. Un técnico que casa a la perfección con lo que demanda el Real Madrid: éxitos. El italiano es el único que ha ganado títulos en cinco Ligas distintas. También puede presumir de ser el entrenador que ha estado en más finales de Liga de Campeones. Sin peroratas técnicas. Sin alaracas. Ancelotti es el triunfo de la normalidad.
Él fue el que cogió a un Vinicius constreñido y le ha convertido en una de las sensaciones del año. Con él, Karim Benzema ha completado la mejor temporada de su vida y ganará el Balón de Oro en unos meses mientras Luka Modric parece que tiene 25 años. Él, ese mismo que daba las gracias a Florentino Pérez por ofrecerle regresar mientras le abrazaba tras la victoria ante el Manchester City, ha logrado despertar a un equipo que cerró el curso pasado sin ningún título y ahora mete miedo en Europa. Lo hace al ritmo del público de un Santiago Bernabéu que cuando Rodrygo hacía el 1-1 ante el campeón de la Premier y veía aparecer el luminoso dando seis minutos más bramaba como el Coliseo romano pidiendo a sus gladiadores la cabeza del rival.
En ese momento, todos sabíamos cómo acabaría la historia. Lo sabían los espectadores, los jugadores del Real Madrid, los del City y Pep Guardiola. Cuando llega ese instante del éxtasis, de comunión con su estadio, el Real Madrid ataca en manada. Se convierte en una estampida salvaje en la que se juntan las piernas con lo emocional. Y contra eso no se puede luchar.
Texto: Iván Vargas
Foto: GABRIEL BOUYS/AFP via Getty Images