#LaCiudadDeLasEstrellas | Cristiano, contigo crecí
Igual que ocurre con las películas de Harry Potter, algunos nos hemos hecho mayor a medida que Cristiano metía goles en el Real Madrid. Mientras unos sufrieron con las aventuras de uno, yo sentía aún más las del otro. A Cristiano siempre me ha unido una historia de amor que no necesitaba ser perfecta, para ser. Por cada declaración desafortunada, un título. Por cada duda, otro partido para la historia. Por cada gesto inentendible, otra demostración de partirse la cara por el escudo. Para mí, más que suficiente. Yo se lo devolví de la única manera que sé: con amor incondicional. En las galas de balón de oro, en los debates, en los grandes partidos con Portugal. Siempre cruzando los dedos para que todo saliera bien.
Leí una vez que, si alguien se dedicara a observar a Mozart durante mucho tiempo, a buen seguro podría confirmar que falló una nota en algunos de sus conciertos. Pero como la vida no debería servir para contar errores puntuales, prefiero quedarme con la gigantesca obra que ha escrito Cristiano Ronaldo en el Real Madrid.
Como su magnitud no da para comparación con otros futbolistas históricos, yo prefiero describirlo como dibujo animado. Cuando el Real Madrid necesitaba un antihéroe para recuperar el estatus perdido, lo encontró en Cristiano, nuestro villano favorito. Cristiano fue la resistencia ante lo invencible. Dónde no había resquicio para la rebeldía, él se lo inventó. Hubo un momento en el que Cristiano Ronaldo pudo ser, solamente, un jugador histórico. Fue allá por 2013. Cristiano, tras perder 4 balones de oros seguidos y no jugar la final de la Champions desde 2008 y cumplir 29 años, se vio condenado a su suerte. A él eso no le impresionó y simplemente seguía creando posibilidades de llegar a la gloria que él estaba seguro de merecer. Al que algunos llaman loco, obsesionado o maniático que nos dejó una lectura impagable: no rendirse ante el relato de lo preestablecido y simplemente tratar de continuar insistiendo.
Escribió la historia al revés. Se dice que, en sus años más gloriosos, Cristiano simplemente ha rematado lo que otros creaban, pero yo no estoy de acuerdo. Yo creo que, en una especie de truco de magia, el metía los goles que se fabricó años antes. O lo que es lo mismo: recogió el éxito que sembró en el pasado. Se le fichó para resistir el vendaval y, al final, nos regaló un equipo por encima de cualquier otro, una especie de equipo de cuento que en realidad solo existe en nuestra mente.
Cristiano es, cómo no puede ser de otra forma, una personalidad hecha a sí mismo. Jamás buscó en el Real Madrid el amor eterno. Y justo aquí viene la última, y más importante, lección que nos deja. El amor no tiene que ser eterno para ser único. Ese, y no necesariamente la chilena a la Juve, es el último regalo de una saga que no podrá ser superada. Nos toca a nosotros comprender que es cierta aquella leyenda que relata que Real Madrid siempre sobrevive es cierta. Pero también nos tocará entender una nueva: la de vivir esperando un gol de Cristiano que ya nunca llega.
Texto: @el_willhunting