#PantallaBlanca | El Hombre que dio la mano a Ícaro
No sé por qué me emocionan esos logros de un tipo que no conozco de nada, más allá de que los logre vistiendo la camiseta del Real Madrid. Esos pequeños récords, esas pequeñas hazañas que ya cada vez tienen que ser más retorcidas… Me alegro por él personalmente. ¿Por qué?
He pensado sobre ello, he escrito muchos artículos sobre él (y los que vendrán, claro), y al final creo que tiene que ver con lo que lo define.
Cristiano Ronaldo sigue siendo un niño, el niño de una infancia marcada a fuego donde no tenía nada y aún perdió más cuando se marchó su padre, donde cada alegría era recibida casi como un milagro, donde aquellas penalidades casi hicieron que su madre abortase… Para Cristiano, un chaval que en soledad tuvo que hacerse a sí mismo, un balón era y es la felicidad, esa que sentimos de niños, y que él no ha dejado de sentir.
Sus rabietas, sus gestos a los compañeros al no recibir un balón, los enfados consigo mismo por no darlo bien, sus orgullosas presunciones mostrando sus juguetes favoritos, en forma de balón de oro o de coche lujoso… no son más que manifestaciones de un carácter que se blindó de lo externo, forjado en la desconfianza y la soledad, que tuvo que aprender a quererse y a valorarse, a apreciar el valor del esfuerzo y el sacrificio, de lo logrado por él mismo. Ahí donde algunos ven desdén, prepotencia o egocentrismo, lo único que hay es el gesto satisfecho y orgulloso, la manifestación y escenificación que le provocan sus propios logros y merecimientos… Es la búsqueda de un reconocimiento de mirada expectante, la del niño que persigue la perfección para que sus padres lo admiren, que lo admire ese padre que perdió joven, que contempla sus logros desde un cielo que su hijo visita a menudo con sus milagros futbolísticos, una búsqueda incesante convertida en ambición insaciable…
Exactamente como un niño, ese que no deja de ser.
No se confunda esto con inmadurez. Cristiano Ronaldo es tremendamente maduro, cada vez más, conduciendo mejor sus reacciones. Esto tiene que ver con su espíritu y su carácter indómito. Sin más. Con lo que le hace distinto. Mejor.
Cristiano Ronaldo representa la esencia misma que hizo grande a este club, lo que ocurre es que esa esencia a parte del madridismo no le gusta… Les gusta el Madrid porque es el más ganador y tal, pero prefieren reinventar su historia, complacerse en buenismo y en valores New Age o neovalores, con los que crear un discurso ad hoc, que se integre mejor con su forma de pensar, quizá más cercana a la de otros conjuntos. La gente interpreta la humildad como el hecho de no elogiarse nunca, de elogiar más a los demás que a uno mismo. Con eso se complacen, con que no les coloquen enfrente el espejo de su mediocridad. Y lo que es peor, consideran la modestia como una virtud. A la gente le termina gustando la falsedad, sobre todo la que no les retrata, la que les permite seguir pensando que son mejores que el resto, la prepotencia íntima. Ni Cristiano ni el Real Madrid hacen eso. Cristiano y el Real Madrid saben que sus límites están mucho más allá que los del resto, y nunca tienen fin. Cristiano y el Real Madrid se saben los mejores, lo dicen y presumen de ello. Y lo dicen y presumen porque lo demuestran y porque lo han alcanzado haciendo gala de humildad, de la verdadera, cuando nadie les ve. Sudor, gota a gota, esfuerzo en silencio, secreto, sangre incluso, gol a gol…
A Cristiano se le calificó y se le califica de chulo, prepotente, altanero, egocéntrico… ¿No os suena? Son los mismos defectos que decían tenía don Alfredo Di Stéfano… los mismos con los que el antimadridismo justifica su antipatía, desapego o rabia iracunda hacia el Real Madrid.
Son los mismos que en vez de valorar el trabajo y la tenacidad de un hombre que falló varios remates similares, que en unos casos impactó mal a balón, que en otros una gran intervención del portero le impidió cumplir el objetivo, que en otras el árbitro anuló el gol que debió ser válido y otras más el éxito llegó con Portugal, prefieren hacer chanza de ese mismo hecho, de que falló y volvió a intentarlo… Lo que más me gusta de esta gente es su nula capacidad para reconocer el ridículo que hacen con sus reflexiones, que los sumerge de lleno en valores a extirpar de cualquier sociedad, sólo porque le tienen manía a alguien.
Cristiano, como Michael Jordan, dos de los deportistas más grandes de la historia, de lo primero que presumen es de su ética del trabajo, del mucho bien que hace el fallo y el error, y como todo eso ayuda a cultivar un inmenso talento que agradecen.
“He fallado más de 900 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 partidos.26 veces me han confiado el tiro definitivo… y lo he fallado. He fallado una vez detrás de otra en mi vida… y es por eso que tengo éxito”. Michael Jordan.
Tengo claro que cuando Cristiano esté entrado en años y yo lo esté más aún, presumiré de haberle visto jugar, de sus logros, de sus virtudes, de lo que tuvo que vivir. Presumiré, como presumiréis vosotros, incluidos los que le estáis largando desde hace 6 o 7 años, desde que llegó, rezando porque esos nietos no lean aquello que decíais…
Como un niño temerario, se tiró de espaldas a por un balón de altura inalcanzable (impactó al balón a 2 metros y medio de altura), sin tener en cuenta si había agua en la piscina ni el qué dirán si volvía a fallar…
El martes él volvió a volar, cómodo en su elemento, liberado de la molesta gravedad que insiste en retenerle con nosotros, ayer flotó para permanecer en el recuerdo, y desde allí tiende la mano a Ícaro.
Texto: @MrSambo92
Foto: AS.com