Higuaín, el hijo de lo salvaje
En abril de 2019, Gonzalo ‘El Pipita’ Higuaín era un hombre aún convaleciente, pero cuyas heridas al fin sanaban después de haber estado abiertas demasiado tiempo. Tenía treintaiún años y vestía la zamarra blue del Chelsea FC. La Juve, a la que había llegado en el verano de 2016 por unos 90 millones de euros que muchos consideraron excesivos, lo había cedido varios meses atrás por segunda vez en la temporada. Tras una buena primera campaña en la Vecchia Signora y una segunda más discreta, la llegada de Cristiano Ronaldo, que hizo tambalear con su grito tribal los cimientos de la Fiat, del calcio y hasta del Montecitorio, le arrebató el hueco en el ataque juventino junto a Dybala, cuya titularidad tampoco estaba asegurada, y hasta en la plantilla. Su primer destino en forma de cesión fue el Milan, donde no terminó de cuajar. Con una pírrica cifra de goles, para lo que él estaba acostumbrado, a media temporada hizo de nuevo las maletas rumbo a Londres. En el banquillo del Chelsea le esperaba una cara amiga. Junto a Maurizio Sarri hizo, defendiendo la celeste del Napoli, el mejor año de su carrera. Fue en la 2015-2016, temporada en la que se convirtió en incontestable capocannoniere con 36 goles en 35 partidos. El reencuentro con el técnico italiano, sin embargo, no le sirvió para remontar el vuelo. Acaso un alopécico Higuaín empezaba a mostrar ya signos de agotamiento mental. Normal, si se tiene en cuenta que llevaba desde los dieciocho tratando de huir de la fama de escopeta de caña que le perseguía independientemente del número de tantos que hiciera.
Apenas un mes antes de despedirse del Támesis, confesó en una entrevista a ESPN lo mucho que llegaron a afectarle las críticas durante buena parte de su carrera. “No salía a la calle por miedo a lo que pudieran decir”, aseguró. La afirmación, que podría pasar desapercibida entre otras muchas de similar estilo, resulta, sin embargo, clave para entender el carácter maledicente del ‘Pipita’ en la cancha y para explicar por qué nunca ha terminado de seducir al hincha, a pesar de sus buenos números. Desde aproximadamente 2012 y hasta el fin de su etapa como milanista, Higuaín siempre estuvo en guerra contra alguien, quizás contra sí mismo. Y ese constante y enfermo afán de revancha no le permitió disfrutar del juego y hacer caso omiso al carnaval de ruido que lo rodea. ‘El Pipa’ saltaba al campo con gesto tenso, propenso a caer en cólera -ciertamente acomodado en el victimismo-, y precisamente esto agravaba su condición de definidor impredecible. Igual que un elefante en estampida, cuando no tenía tiempo para pensar se convertía en el matador perfecto: imparable y certero; sin embargo, cuando el remate era teóricamente sencillo -es decir, cuando tenía algo que perder- un miedo profundo al fracaso le atenazaba las piernas. Hace tiempo, no obstante, hubo un Higuaín melenudo y completamente libre de miedo que llegó a sostener a finales de la primera década del siglo XXI a un Real Madrid venido a menos. La primavera del ‘Pipa’ fue, entre 2007 y 2009, la quinta estación del año.
Foto:Alberto Ramos/Getty Images.
El Higuaín postpúber que llegó a la Casa Blanca en enero de 2007 cumplió un sueño de infancia. No se trata, en este caso, de un cliché. Aún puede encontrarse fácilmente en el ingente océano de internet el vídeo en el que, en edad de hacer la primera comunión, reveló: “Quiero llegar a Primera, primero, y a un equipo de afuera, de Europa, el Real Madrid”. Sumido en plena crisis de juego y resultados, el conjunto que, en aquel entonces, dirigía Capello necesitaba abrir la puerta para dejar entrar nuevos aires que le impulsaran y recondujeran su camino hacia la deriva. Higuaín fue quien cogió el timón de la ansiada new age madridista. Su entusiasmo en el césped dotó al equipo del dinamismo que le faltaba. Tiraba desmarques continuamente, venía a recibir, encaraba y no paraba quieto. Sólo le faltaba algo: el acierto de cara a puerta. Y ello, en una plantilla que, a excepción de Van Nistelrooy, carecía del don del gol, suponía, a pesar de todo lo anterior, un problema. Su primer partido como titular en el Bernabéu fue ante el Zaragoza, en enero. Yo lo vi en la Peña Madridista de Torredonjimeno. No marcó, pero dio el pase del único tanto del encuentro a Ruud. Aunque su actuación fue notable, aquella melena desaliñada suscitaba cierto escepticismo. Los parroquianos merengues de mi pueblo se preguntaban, algo recelosos, de qué manga se había sacado Mijatovic a ese pibe argentino del que tan sólo conocían los dos goles que le había marcado a Boca en un reciente Superclásico y que se habían hecho virales en los informativos y YouTube. La guinda a aquel primer examen ante el experimentado sanedrín merengue, que ocupaba los únicos sillones de cuero de la peña, la puso uno de sus integrantes cuando el realizador del partido mostró un plano del ‘Pipita’ de espaldas: “Higaín”, sentenció aquel idólatra de las úes mudas. En su media temporada de debut marcó sólo dos tantos -el del 1-1 en el Calderón y el último del 4-3 contra el Espanyol, sobre la bocina, además-, pero ambos dieron puntos al equipo y resultaron, por tanto, claves para alzarse con la que pasó a la historia como la liga de las remontadas, la segunda de Fabio ‘El Sargento’ en dos años con el conjunto blanco.
La siguiente fue también para Higuaín una temporada de adaptación en la que Schuster incluso le probó en banda derecha, a pesar de lo cual el argentino acabó demostrando que su sitio estaba en el área. Baste el episodio final de un cantar épico para ilustrarlo. El 4 de mayo de 2008, el Real Madrid afrontaba su primer match ball liguero de la campaña. El escenario, el Reyno de Navarra, territorio más que hostil para los blancos. Osasuna, dos puntos por encima de los puestos de descenso, se jugaba, por cierto, la vida. Durante ochenta minutos, y en medio del diluvio universal, ambos conjuntos trataron en vano de batir la meta rival. Fue hasta que, a ocho minutos del noventa, los rojillos encontraron oro gracias a Heinze, que hizo un flaco favor a su equipo al cometer un absurdo penalti por mano. En la caída recibió, quizás como castigo divino, un pisotón que le abrió una herida en el dedo de la que no dejó de manar sangre el resto del partido. Puñal no falló desde los once metros. Para más inri merengue, el terreno de juego estaba cada vez más pesado y el cuarto árbitro no dejaba volver a entrar al campo al ‘Gringo’ porque su mano se había convertido en una fuente incontenible de líquido rojo, por lo que el Madrid, con Cannavaro en la calle por doble amarilla desde el inicio de la segunda parte, se vio en el campo con nueve en las postrimerías del partido. Todo apuntaba, así, a que el alirón iba a tener que esperar al menos una semana. Cabía la posibilidad de cantarlo ante el Barça en el Bernabéu, un plato que se antojaba apetecible no, lo siguiente.
Pero el de aquel día en Pamplona fue un encuentro no apto para cardiosensibles. Cuatro minutos después, Robben, con un cabezazo que batió a Ricardo -acaso el primer gol con la testa de la carrera del orange-, escribió las primeras líneas de un plot-twist final de blockbuster noventero. Sin tiempo para recobrar el aliento, Ramos abrazó el anarquismo y, jugando de libre en su sentido más literal, recuperó un balón y avanzó unos metros con el mismo antes de cederlo a Diarra. El de Mali chocó con Monreal y el esférico le cayó de nuevo al Tarzán de Camas, que lo abrió a la esquina derecha del área, donde Higuaín aguardaba su momento. Como si la ejecución del chut hubiera sido en sí una experiencia lisérgica, ‘El Pipita’ acomodó la bola con el pecho y, sin pensarlo, gritó como un gaucho desalmado aquello de «para dentro», y para dentro que fue. Si Ricardo llega a poner las manos, se queda sin ella.
A partir de entonces, Higuaín logró, al fin, despuntar como goleador. Los números hablan por sí solos: 22 y 27 goles en liga en la 2008-2009 y la 2009-2010, respectivamente, una época en la que aún era posible ser pichichi con cifras terrícolas. En la primera de esas dos temporadas, además, se erigió en último clavo ardiendo madridista durante la buena racha de resultados ligueros, con Juande Ramos al frente del equipo, que permitió soñar con una remontada similar a la consumada con Capello dos años atrás. Fue después de otro malísimo inicio de campaña. Motivos para hacer del ‘Pipa’ el tótem blanco había de sobra. El 8 de noviembre de 2008, por ejemplo, se echó el equipo a la espalda y le hizo un póker al Málaga en Chamartín. El partido acabó 4-3 y reveló a un Higuaín encorajado y furioso que, una vez desatado, parecía imparable. Henchido de confianza, ni siquiera Van der Vaart ni Guti le tosieron aquel día cuando cogió el balón para lanzar los dos penaltis que le pitaron al Madrid, a pesar de que, a priori, era menos ducho en estas lides. Enemigo de lo sutil y, por ende, amante de lo salvaje, su técnica de ejecución de pena máxima se basaba en el manual de irrupción en cacharrerías para elefantes: la pelota debía entrar a la fuerza. “Yo voy de cara. Si te pones en mi camino, te la parto”, pareció decirle a Arnau antes de lanzar el primero. El guardameta catalán no pudo detener este. Tuvo excusa: la sangre del ‘Pipa’ iba con la bola cuando la golpeó. El segundo, también huérfano de trapacerías y tirado al mismo sitio, sí lo paró, pero el inevitable rechace, dada la fuerza imprimida al disparo, le llegó al ariete, que no falló. Lo dicho: o entraba o entraba. Otro apunte de aquel encuentro: tanto me sedujo la actuación del argentino, que recordaba que el tercero de sus tantos llegó tras haberse enfrentado en carrera, igual que un búfalo en pleno frenesí, a medio conjunto rival. Después de repasar el vídeo del resumen he comprobado que la jugada fue, sorpresa, de Gago. Higuaín tan sólo fue el autor del latigazo que acabó con el balón en la red. He ahí la fuerza de un mito. Ese tanto, no obstante, tuvo lugar tal y como lo recordaba. Fue, efectivamente, contra el Málaga, pero en el partido de la segunda vuelta. El otro momento memorable de aquella campaña del ‘veinte’ merengue fue su gol al Getafe en jugada individual que selló una victoria vital para las aspiraciones ligueras del Madrid. Exacto, ese partido en el que Pepe perdió completamente la cabeza. La historia de la remontada que nunca fue se terminó poco después con el 2-6 para el Barça cuyo argumento es conocido de sobra.
A pesar de sus innegables méritos, Higuaín también empezó el año siguiente en el banquillo. La revolución galáctica dospuntocero puesta en marcha por Florentino Pérez tras su regreso mesiánico deslumbró durante algún tiempo al madridismo, ansioso por olvidar todo cuanto estuviera relacionado con aquella horrorosa humillación a manos del enemigo culé. Algo tuvieron que ver en ello aquellas hiperbólicas presentaciones en el Bernabéu de Cristiano, Kaká y Benzema. No le costó mucho al ‘Pipa’, sin embargo, ganarse un puesto en la delantera junto al portugués. La cifra de goles ligueros antes apuntada -27- le dio la razón a Pellegrini en su apuesta por el argentino en detrimento de Karim, aún recién llegado y en plena adaptación. No obstante, en una campaña en la que el Madrid tampoco nutrió sus vitrinas, aquel balón que Higuaín envió al palo casi a puerta vacía en la vuelta de octavos de Champions contra el Lyon pesó mucho más que lo todo lo bueno que hizo. La eliminación de los merengues por séptimo año consecutivo en la primera ronda a doble partido ayudó a que no costara aplicar la sentencia sumarísima ni convertir al ‘Pipita’ en una de las cabezas de turco de la afición. Su peor momento como madridista, no obstante, estaba por llegar.
La fecha, el 29 de noviembre de 2010, primer día D de la era Mourinho-Guardiola en España. Los blancos llegaron como líderes, un punto por encima del Barça, al esperado primer Clásico de aquella temporada, un duelo que se repitió hasta el hartazgo en la recta final de campaña entre liga, Champions y Copa -aunque esa y la del riesgo de implosión que corrió el fútbol español son otras historias-. Higuaín llegaba al partido como un tiro. Titular indiscutible en la delantera junto a Cristiano, seguía igual de enchufado de cara a gol que el año anterior. De Benzema se seguía esperando que acabara de amueblar la casa. El Madrid anunció su alineación con la dupla argentino-portuguesa en la punta de ataque. No obstante, de forma totalmente inesperada, Mourinho se vio obligado a cambiar sus planes. La noticia debió saltar, si mal no recuerdo, muy poco antes del inicio del partido: el ‘Pipa’ se perdía el Clásico. El motivo, una lesión de la que en un primer momento no trascendió apenas ningún dato. Antes del pitido inicial, e incluso durante el encuentro -y hablo de memoria-, no faltaron las especulaciones. Una cosa parecía clara: el argentino sufría una hernia discal. Sobre el posible tiempo de baja sólo había incertidumbres, pero el pesimismo era palpable. De aquel encuentro poco hay que decir que no se sepa. Manita incontestable del Barça y la sensación de que el conjunto de Pep era, por mucho que se intentara meterle mano, imbatible.
Lo de la hernia lo confirmó el propio club dos días más tarde. Hubo quien habló incluso de posible retirada. Sin embargo, varios meses después, uno antes de lo que predijeron los médicos, Higuaín volvió -más lento, más pesado, pero fuerte como un toro bravo- y siguió marcando, aunque ya no llegó nunca a recuperar su condición de titular, ni ese año ni los dos más que pasó vistiendo la camiseta del Madrid. La razón seguramente fuera tan sólo futbolística. Mou, que tiempo atrás había mostrado públicamente su preferencia por el ‘Pipa’ con aquella desacertada comparación del perro y el gato, acabó decantándose por Benzema en la 2011-2012. Lo hizo, de seguro, tras despejar sus serias dudas al respecto. Los dos delanteros se repartieron los minutos en la primera parte de la temporada, pero Higuaín hubo de lidiar con la mejor versión del francés hasta el momento. A pesar de ello, cuando habían empezado a escucharse rumores acerca de su salida, el argentino volvió a aparecer uno de los días en los que tocaba hacerlo, aquel en el que el Madrid podía cantar un nuevo alirón liguero. El ‘veinte’ abrió la lata del 0-3 ante el Athletic Club, un encuentro menos épico, eso sí, que el de cuatro años antes contra Osasuna.
Quizás, después de haber luchado tanto por que las críticas se esfumaran, el hecho de que se le volviera a poner en duda y ver cómo, poco a poco, Benzema le ganaba terreno, le fue agriando el carácter. Soportó esa situación un año más. En el último partido de la temporada 2012-2013, ante Osasuna, Higuaín llevó el brazalete de capitán de un once plagado de suplentes. También marcó un tanto. No lo celebró. Harto de tener que seguir demostrando su valía en cada encuentro a pesar de su bagaje goleador, había decidido anunciar su intención de marcharse después de jugar, en zona mixta. Una vez más declinó esconderse: “Siento que terminó un ciclo acá, en el Real Madrid. Voy a escuchar ofertas. Fueron siete años, mucho tiempo, y lo dejé todo por este equipo. Salieron cosas bien, salieron cosas mal, pero ya está. Vine con dieciocho años y en siete años tuve que pelearlo siempre. El que de verdad quiere a este club sabe que lo di todo desde el día en el que llegué”.
Los deseos del ‘Pipa’ se cumplieron. Después de aquello vino su mencionada etapa en el Napoli, su clamoroso fallo en la final del Mundial 2014 y su penalti errado en la final de la Copa América 2015. También un buen puñado de goles que, sin embargo, para buena parte de la afición balompédica no fue suficiente para compensar aquellos borrones. Pasaron años hasta que al fin pudo empezar a convivir con aquello, pero su redención personal coincidió con el inicio de su cuesta abajo en el plano físico. Especular sobre cómo habría sido la carrera del ‘Pipa’ si la liberación de su mente hubiera coincidido con su madurez física y futbolística es ahora absurdo. De todo lo que una vez fue y pudo sentirse y hasta casi palparse, yo me quedo con un símbolo: la cabellera indomable de un hijo del relincho como acicate del madridismo.
Foto:Javier Soriano/Getty Images.