La Ciudad de las Estrellas | El Madrid camino a paris: cartas de amor de un pirómano
Camino a Paris, el Madrid ha terminado de perder la cabeza. En la temporada más absurda e ilógica que se recuerda (lo cual hablando del Madrid es como decir que la nieve es este invierno mucho más blanca), ha puesto patas arriba la vida de gente a la que ni siquiera le gusta el Madrid, o al menos nunca lo ha confesado. Lo cual es un tema verdaderamente curioso. Gente del Barça celebrando un gol del Madrid, algunos antimadridistas más extremos poniendo la tele sabiendo de antemano que iba a ocurrir la desgracia o “auténticos” madridistas (así se hacen llamar al menos) abandonando antes de tiempo el estadio. ¿Nos hemos vuelto todos locos?
Eso sí, lo ha hecho con un cariño y mimo sin precedentes. No en vano esta es la plantilla más comprometida que se recuerda, que al club le ha jurado amor eterno y a la afición gratitud infinita. Ninguna plantilla nos ha dejado tan claro nunca que quería al club por encima de todas las cosas. Una cosa no quita la otra. Incluso la hace más peligrosa. Casi como ser querido por un pirómano.
Esta temporada el Madrid, y el madridismo, ha abrazado más que nunca esa forma de vivir que más que una forma es un elemento: el del fuego.
Derrotas sangrantes, remontadas en el descuento, irse, volver, serlo todo, serlo nada. El olimpo y el infierno. Unos 9 meses, que empezaron con aquel gol de Rodrygo en el minuto 89 en Milán (que algo nos decía ya de cómo iba a ser todo esto), que han sido el paradigma de la historia sobre la que se construyó un escudo.
Esa forma de sentir es una cosa tan peculiar que a cualquiera le parece curioso. Ya sea como aquellos antimadridistas que he mencionado antes o a un buen amigo que tengo, que se define como un “témpano de hielo”. Este me dijo esta semana que envidia esa forma de hacerlo todo con tanta pasión e intensidad. Y no se refería esta vez al equipo.
Pues claro, para vivir como el Madrid, uno no necesita tener 13 Champions ni ser un equipo de fútbol. Basta con tener una vida. A veces pienso que, a fuerza de celebrar todos sus goles, me he acabado rehaciendo a imagen y semejanza del club (solo que sin una pizca de su grandeza o títulos). Este año parece que también esto ha sido al revés: que ha sido el Madrid el que ha calcado mi última “temporada” en diferido.
Todo este fenómeno de gente a la que realmente no le gusta el Madrid y aún así se queda 9 meses, que es lo que dura un embarazo y también una temporada, para ver lo que pasa, no tiene nada de locura y sí mucho de razón y lógica, pero hay que dirigirse a las entrañas del asunto para entenderlo.
Lo definió Jabois mejor que nadie, como tantas otras veces, escribiendo del Madrid que “se juega de nuevo todo el miércoles. Es probable que, si se pierde, empiecen los augurios sombríos, las listas negras, los silbidos, vivir no merece la pena. Por eso el Madrid es tan divertido; por eso no es un club ni más que un club: es una experiencia que hay que vivir, aunque no te guste”.
Una experiencia que, solo abrazándola sin dudas, puede brindar algo de paz o equilibrio (esto mejor traerlo de casa), pues nunca nació para ello, pero que sí da una cosa que explica la razón por la que tanta gente que nunca se pondrá una camiseta del Madrid se acerque más de lo debido e incluso parezca disfrutarlo a momentos (pues disfrutar es a gustar lo mismo que ver a mirar, que se parecen, pero no son lo mismo). A sabiendas de que un “incendio vivo”, otra vez magistralmente Jabois, está hecho para dar calor cuando hace frío, pero también para quemar cuando se descontrola.
Les da una cosa de la que, incluso añadiéndole un drama exagerado e insoportable, nadie puede prescindir, aunque se quisiera, para llegar a sentir que vivir es algo más que pasar el día: recibir esos momentos de éxtasis y pasión desmedida que, o son aquí, o difícilmente son.
Texto: @apuntesflaneur
Foto de portada: Real Madrid