El gallego es uno de los ojitos derechos de Zidane y uno de esos a los que parte de la afición tiene entre ceja y ceja. Al final y como siempre, el tiempo termina dando la razón a Zizou. Que sí, que yo también he visto a Lucas Vázquez enredarse en sus propios regates, terminar echándose encima del rival tratando de hacer una bicicleta, tropezar con su sombra y seguir con la mirada ese centro que acaba en tierra de nadie. Y también lo he visto, un minuto después, volver a intentarlo, sin amilanarse, sin caer abatido, sin bajar los brazos ni un momento.
Si tiene que defender como un lateral más, defiende. Si tiene que atacar, lo hace. A veces es tan osado que se atreve a dar asistencias e incluso marcar goles. Suele ser el cambio de cada minuto setenta y cinco, pero yo amén a todo lo que diga Zidane, que es el que sabe, no yo, que con un móvil en las manos me creo que he inventado el fútbol, con permiso de Guardiola y Quique Setién, y tuiteo desde el sofá de mi casa tirándole mierda a un jugador de mi equipo que nunca ha tenido un mal gesto, que jamás ha puesto una mala cara, que a veces no le salen las cosas y yo, como buen madridista, en lugar de animarle, le hundo un poco más.
Un Lucas Vázquez siempre en mi equipo. Que sienta el escudo, que sea solidario, que esté siempre dispuesto, en el minuto setenta y cinco, en una tanda de penaltis donde algunos se esconden o a las cuatro de la mañana sacándolo de la cama. Un tío que diga siempre que sí, que él va a la guerra a romperse la cara por ti, que igual vuelve con la nariz destrozada y sin dientes, pero acude a la lucha sin miedo, con la cara descubierta y el corazón por delante.