Cuesta ganar una Liga si arranca el partido y lo das por ganado, si sales a jugar como quien sale de la cama y enfila el camino hacia el cuarto de baño, con desidia y bostezos, sin intensidad ni concentración, yendo a contrarreloj para lograr tu cometido y, una vez conseguido, remar a toda prisa para terminar muriendo en la orilla.
Cuesta ganar una Liga si lo pones todo para llevarte los tres puntos ante los rivales más fuertes y lo tiras todo por la borda contra esos equipos de menor enjundia, si pierdes lo ganado solamente una semana después y dejas que ya sólo sea cuestión de un empate quedarte sin el liderato que tanto sudor y esfuerzo te costó alcanzar.
Cuesta ganar una Liga sin pegada y dejando que el rival celebre un gol prácticamente cada vez que pisa tu área, si tu portero hace milagros pero lo dejas vendido por una mala cobertura, por no meter la pierna con ganas, porque los córners se defienden con la mirada o porque no has bajado lo suficientemente rápido como para volver a tu sitio.
Ganar una Liga cuesta mucho fútbol, mucho sudor, mucho esfuerzo, muchas ganas, mucha suerte y también nuestra salud. Porque cuando se supone que vamos a tener una noche plácida, al Madrid se le ocurre lo contrario y nos manda a la cama cabreados y nos levantamos al día siguiente peor todavía. Porque aquí jugamos todos, unos poniendo el fútbol y otros el corazón, que nunca se trató de un deporte, sino de amor. Lo importante nunca ha sido participar, sino ganar. Y un empate es una derrota, sobre todo en casa y ante el equipo de la ciudad de las luces de Navidad, que no le gana a nadie, pero nos pinta la cara a nosotros. No va a ser fácil, eso ya lo sabíamos, pero por lo menos que no lo hagamos difícil nosotros.