Opinión | La encerrona de Cartagonova
El pasado domingo, Cartagena se convirtió en lugar maldito para el Real Madrid Castilla. Es cierto que el primer filial madridista cometió errores y seguramente mereció la eliminación, pero lo vivido en el Estadio Cartagonova impide hacer un análisis futbolístico normal y corriente. El Castilla sufrió una encerrona con la total permisividad del árbitro del partido, Antonio Santos Pargaña. Y lo peor de todo es que no es la primera vez que sucede, ni tiene pinta de ser la última.
Vaya por delante que soy consciente de lo duro que es jugar en cualquier campo de Segunda B. No es un secreto que nadie regala nada, los rivales van a ir con intensidad al choque y sacar un buen resultado como visitante se convierte en una tarea titánica. Pero lo que ocurrió el domingo en Cartagena escapa de la normalidad. No hubo intensidad, ni siquiera dureza contra los jugadores del Real Madrid Castilla; hubo violencia premeditada. Codazos y patadas sin balón, entradas a destiempo, pisotones al tobillo, agarrones de cuello…y ni una tarjeta roja. Convendría no confundir, por tanto, la intensidad habitual de un partido de la categoría con el esperpento del domingo.
Nada de lo comentado hubiera sido posible sin el colegiado del partido. Santos Pargaña permitió las agresiones de los jugadores locales, en una clara repetición de lo vivido ante el Ucam Murcia hace 3 años. Y es que, por los motivos que sean, al Castilla le toca lidiar con estas situaciones muy a menudo, sobre todo a la hora de pelear por el ascenso. Como en aquella ocasión, los jugadores del Castilla eran amedrentados por sus rivales, sufriendo una encerrona que, unido a un pobre rendimiento sobre el campo, acabó con el sueño del ascenso. Pero la pregunta es, ¿por qué el encargado de impartir justicia beneficia al equipo que destruye el espectáculo de manera lamentable? Uno no quiere pensar mal, pero da la sensación de que con el filial del Real Madrid, todo vale.
Pero no hace falta irse al partido ante el Ucam Murcia para recordar otra episodio de índole parecida. En la 2ª jornada de la presente temporada, Vincius sufrió una cacería desproporcionada por parte de los jugadores del Atlético de Madrid «B», mordisco en la cabeza incluida. Como ante el Cartagena, el árbitro de aquel partido permitió la reiteración de patadas a destiempo y agresiones, en esa ocasión hacia un solo jugador. Algo que también pasó en el partido en Vigo ante el Celta «B», de nuevo con Vinicius de «sparring». ¿Resultado de la cacería? Vinicius expulsado. Y algunos querían que jugara los playoffs…
Y si, por supuesto: hay que hacer una crítica futbolística al Castilla. El gol encajado en casa teniendo superioridad numérica, los 2 errores defensivos en la vuelta que provocaron la remontada o la nula capacidad ofensiva mostrada en Cartagena, también son motivos de la eliminación. ¿Pero cómo puede un equipo dar su máximo nivel recibiendo todo tipo de agresiones y observando cómo el árbitro no las sanciona? Sin ánimo de justificar, debe ser complicado. Sobre todo cuando, por experiencias recientes, sabes que el rival no va a ser castigado. Rubén Cruz y Cordero, autores de las mayores tropelías a lo largo del partido, podrán jugar tranquilamente la próxima eliminatoria, sin que su actitud deplorable sea sancionada.
En conclusión, el domingo la violencia resultó vencedora. El Castilla jugó mal, pero sufrió una encerrona bendecida por el árbitro. Hay que aprender de los errores, pero también denunciar algo que es demasiado habitual cada vez que el filial madridista acude a un campo rival. Los colegiados se pueden equivocar en un fuera de juego, en un penalti o al enseñar una tarjeta. Pero jamás deberían ser cómplices de un equipo que tiene como estrategia agredir desde el primer momento. Por el bien del fútbol, que no vuelva a suceder y que un equipo como el Cartagena no reciba el premio del ascenso.
Foto: Telemadrid