Opinión | Guapa, lista y madridista
Foto: David Ramos/Getty Images
Comienzo a redactar este artículo como deseo terminarlo, que es recordando a mi madre sonriendo y riendo a carcajadas, siendo el perfecto ejemplo de la gran frase con lo titulo: ‘’Guapa, lista y madridista’’. No podré evitar derramar alguna lágrima recordando que jamás podré revivir ninguno de estos recuerdos que voy a compartir con todos ustedes, pero mientras escribo, la estoy viendo a ella.
No es novedad, en casi ningún caso ocurre que un hijo se haga del equipo de fútbol de su padre o de su madre, pero, ¿qué sucede si tu madre decide odiar ese deporte? Pues es una pregunta que yo mismo me hice en repetidas ocasiones. Tal vez podía haber heredado el madridismo de otra persona, como mi padre o mi abuelo, pero nada más lejos de la realidad, ya que ambos eran aficionados del Atlético de Madrid. Es probable que buena parte de mi madridismo provenga de mi tío Manolo, pero yo quiero contaros en este preciso instante el mismo momento en el que decidí hacerme del Real Madrid. Y sé perfectamente que fue en ese instante, porque ahí fue cuando empecé a ver jugar y disfrutar viendo los partidos del Real Madrid.
Recién aterrizados a la ciudad a la que hoy puedo llamar hogar (Torrevieja) y siendo apenas un crío es verdad que eso de ubicarme en el mundo del fútbol no se me estaba dando muy bien pues uno de los primeros amigos que tuve me hizo hacerme aficionado al antagonista por antonomasia del Real Madrid, como lo era el FC Barcelona, por supuesto en 2003, ya en la época dorada que en Barcelona comenzaba a florecer y muchos chavales jóvenes se hacían hincha de lo que en un futuro sería el equipo que más alegrías, aunque muy cortas, daría a los niños que tenían mi edad, por lo menos para festejar en el colegio. Pues que curiosidad, que un año antes que mi madre se había dejado una parte muy importante de su sueldo en comprarnos a mí y a mi hermano una equipación completa de niño del Real Madrid, uno llevaría el dorsal del que durante toda mi niñez sería mi ídolo (Raúl) y el otro llevaría el dorsal del que ahora creo que me quitaría hasta el último pelo de la cabeza por verle volver a jugar en un terreno de juego (Zidane). Pues que cara se le quedaría a mi madre cuando solo un año después yo rechazaría tan preciado tesoro que, por desgracia, ya no conservo, volviéndome incondicional del enemigo acérrimo del club al que mi madre quiso que me hiciera aficionado. La solución para mi madre era evidente: esperar a que llegase el primer Clásico del año.
Mentiría si dijera que me acuerdo de una sola jugada de aquel partido que, por supuesto, acabaría ganando el Real Madrid en el Camp Nou con Raúl, Zidane, Figo, Ronaldo, etc. Solo soy capaz de recordar celebrando un mísero gol del Barcelona, pero estaba claro que ese día la fiesta estaba de parte de los vikingos. Y claro, esto no lo piensas hasta que has crecido, pero, qué momentazo me perdí de vivir con mi madre, porque si os soy sincero, ahora mismo estoy sonriendo solo de recordarla con una de esas bengalitas encendidas con cada gol del Real Madrid, mientras yo y mi amigo solo podíamos quedarnos con cara de tontos mientras que nuestras dos madres se reían y festejaban la victoria de los blancos.
Han pasado poco menos de 20 días desde que mi madre falleció y cada día me acuerdo de algo que me dio ella, de una de las enseñanzas que me dio. Y no voy a mentir, ser madridista no es ni por asomo lo más importante que me enseñó, pero si ha sido una de las cosas que más he podido disfrutar, y eso se lo debo a ella. Le debo ser aficionado a un deporte que, en el gol más importante de la historia de España en el 10 de julio de 2010 mientras Andrés Iniesta enviaba al fondo de la red el balón que haría a todos los españoles campeones del mundo, mi madre estaba en el baño haciendo un crucigrama, harta de ver tanto fútbol. ¿Cómo no voy a sonreír con estas pequeñas tonterías? Es que mi madre siendo anti fútbol creó a un energúmeno de este deporte.
Amigos y amigas, solo os voy a decir unas cuantas palabras más. Cambiaria todos los grandes días que me ha hecho vivir el Madrid y todos los que me hará vivir por pasar solo esos 90 minutos de 2003 donde mi madre decidió hacerme madridista para ir con ella, festejar con ella, sonreír con ella, abrazarla y decirle al oído ‘’Te quiero con toda mi alma, mamá gordita’’.
Os digo con lágrimas en los ojos a aquellos que sois hijos, que jamás olvidéis la sonrisa y la risa que tienen vuestros padres, pero en este caso especial, no le quitéis ojo a la madre que os ha parido, porque esa, el día que se vaya, va a doler. Y a los padres y madres que tengo el honor de tener como lectores de esta lacrimógena historia os diré solo una cosa: no digáis más que moriríais por vuestros hijos. Es evidente que por nosotros haríais cosas que ni el mismísimo Herodes tendría agallas de imaginar, pero esto es muy importante, a un hijo no le sirve de nada una padre muerto o enfermo. Cuidaos y sobretodo, vivid, vivid por y con vuestros pequeños, porque el día que nos faltéis, nos vamos a acordar de todas esas pequeñas y grandes historias que nos hacen llorar y sonreír a la vez en un perfecto binomio de la más absoluta locura por el amor a unos padres de los que por desgracia el tiempo nos quitó el placer de disfrutar. No seáis idiotas y disfrutad de cada instante con vuestros seres queridos y atesorarlos en esa cabeza que se llena de recuerdos.
Dedico estas últimas líneas para recordar y proclamar que seguramente no tuve a la mejor madre del mundo, pero os puedo asegurar que esa ‘’gorda’’ era la mejor madre que yo podría haber tenido, y que ojalá la hubiese valorado desde el mismísimo instante en que me dio el pecho.
Esto va para el cielo, te querré toda mi vida, mamá.