Opinión | Delbosquismo cosmopolita
Entre las dos imágenes hay doce años y 2.800 kilómetros de diferencia, esto último según Google Maps. Son la prueba de que el mismo mayo se repitió en el tiempo y también en el espacio. En la primera, que data de 2002 y se produjo en Glasgow, Vicente del Bosque asiste, imperturbable, a la volea de Zidane ante el Leverkusen; en la segunda, 2014 en Lisboa, Carlo Ancelotti, rojo como un tomate, reprime un grito torciendo la boca y cierra los puños tras el gol de Ramos en el 93.
Aunque el gesto sea distinto, la intención es la misma en ambos casos, si acaso a Ancelotti se le intuye más esfuerzo por dominarse: resistirse al delirio y refugiarse en la prudencia después de un gol histórico del equipo dirigido, el Real Madrid, en una final de la Champions. También el resultado fue el mismo las dos veces: la consecución del campeonato.
No se acaban ahí los paralelismos. Del Bosque y Carletto comparten motivo en sus despidos del club merengue, en 2003 y en 2015, respectivamente: a ambos se les reprochó su laissez faire en el vestuario que empoderó de forma excesiva a la plantilla. Pero, casualidad o no, son dos de los tres últimos entrenadores que han ganado La Orejona para el Madrid. El tercero, ya se sabe, es Zidane, también acusado de frecuentar el amiguismo junto a los pesos pesados del plantel.
Seis años después de ser fulminado, Carlo Ancelotti regresa a un Real Madrid del que quizás salió demasiado pronto. El reclamado y aclamado Del Bosque, en cambio, no tuvo segunda oportunidad. El motivo es sencillo. A pesar de que al italiano, en plena cuesta abajo desde hace tres años, le ha tocado el gordo aun sin haber comprado boleto, lo cierto es que tiene algo que enamora y que siempre ha cautivado a Florentino.
Hay en el proceder del oriundo Carletto cierta gracia imperial revestida de flema, cierta socialdemocracia. El transalpino representa un delbosquismo mejorado o, al menos, más glamuroso, más moderno, más cosmopolita. Ese flequillo chic siempre bien peinado, esa constante cara de póker, esa llaneza, esa invariabilidad en el tono del discurso, esa ceja, la ceja.
Para explicar lo carlettiano basta una paradoja: tener asignado para la posteridad el epíteto de «el técnico de la Décima» dota a Ancelotti de un aura mística, pero, sobre todo, le convierte en uno más de la casa. Se ha marchado Zizou, sí, mas a rey muerto, rey puesto. Eso es el Real Madrid: triturador de ilusiones a la vez que orfebre.
Foto: Imago