#Opinión | Alma de Mosquetero
Probablemente me arrepienta de lo que sigue a continuación. Hay tantas cosas interesantes sobre las que escribir en este inicio de temporada del Madrid, que me parece defraudar al lector elegir un tema del que ya se ha dicho casi de todo. Se ha escrito y hablado tanto que hace tiempo dejamos que el grito sustituyera a la palabra. Me gustaría hablar del Madrid de Julen, aunque quizá sea pronto para valorarlo, pero no demasiado para disfrutarlo; de Cristiano, de quien no me olvido porque lo recordaré toda mi vida; o del VAR, el gran protagonista del Mundial, de este inicio de temporada y probablemente de los próximos años.
Y sin embargo me ha dado por elegir a Karim Benzema como protagonista de mi texto. Hay tanto ruido a su alrededor que mi intención es aplacarlo. Suena incluso naif tratar de aportar algo interesante a un tema del que ya es imposible debatir. Las posturas son tan contrarias que solo da paso a la descalificación y el enojo. Y es algo que me entristece profundamente. No logro entender cómo el madridismo no puede ponerse de acuerdo en un jugador que ha defendido la camiseta durante diez años. Y muy bien defendida.
No recuerdo emocionarme especialmente por el fichaje de Benzema. En aquel verano de 2009 los ojos se me fueron a Kaká, como a tantos otros que vimos en aquel elegantísimo mediocampista brasileño una suerte de Zidane 2.0. Florentino y gran parte del madridismo vio en ese muchacho el resurgir del club. Nos equivocamos de hombre pero no de resurgir. El club resurgió hasta no tener espacio para guardar las Copas de Europa, pero el advenimiento vino de la mano de un portugués irrepetible.
Benzema era el tercer hombre. Como todo lo que viene de fuera, el madridismo se entusiasmó con él hasta que lo vio tan de cerca que se cansó y, 200 goles después, decidió que ya no le valía. Había que cambiarlo por otro de fuera que ya era mejor. El nombre daba igual, llegó un momento en el que cualquiera servía, hasta ese punto de animadversión llegó la situación. Y en ese punto de la historia estamos.
La mente humana tiende a recordar del pasado solo los mejores fragmentos. Una especie de estructura defensiva que nos permite mirar hacia adelante con la nostalgia intacta de nubes de colores. No hay dicho más cierto ni más tramposo que aquel que nos recuerda que cualquier tiempo pasado fue mejor. Realmente el pasado no fue mejor. El recuerdo que nosotros tenemos sobre él es quien nos engaña. En deporte, que es un reflejo de la vida en pantalón corto, sucede exactamente igual. El aficionado suele añorar los futbolistas del pasado a pesar de que quienes tengan enfrente sean las leyendas que relatarán a sus nietos.
Y así me fui encariñando de Benzema. Y conforme fue creciendo la animadversión hacia el jugador, más me fue gustando. No sé si forma parte de mi personalidad o fue algo casual. Imagino que acudí en auxilio de quien estaba siendo apaleando en la plaza del pueblo. O quizá fueron los 200 goles quienes me sedujeron. Ya veis, qué tontería, 200 goles.
No tengo intención de recurrir a la estadística para defender a Benzema, para eso ya está internet y las redes sociales, encargadas de desgranar casi al milímetro la estadística de cada jugador. Tampoco tengo la intención de cambiar la opinión de nadie, ni creo que la estadística sea la respuesta a este problema en concreto. Karim Benzema no tiene un problema de estadística, ni por supuesto de juego, su problema es estético. Menuda ironía, precisamente él, probablemente el delantero más elegante de su generación. Hablamos de un 9 difícil de entender, y con ello no digo que haya que ser el más listo del lugar para apreciarlo. Simplemente no cumple el canon.
Siempre consideré a Benzema un delantero con alma de centrocampista. Y sin embargo, siempre me ha parecido un 9, ni 10 ni ninguna otra cosa que le exima del gol. Benzema es un 9 en letras mayúsculas. Y su función es meter goles. Eso no lo convierte en mejor jugador que un perfil más clásico, pero evidentemente tampoco lo deprecia, solo lo describe. El fútbol actual exige al 9 una serie de tareas y habilidades que hace veinte años eran impensables. Benzema es el delantero más radical en ese sentido. Un delantero que no se alimenta del gol es por definición un delantero de naturaleza exclusiva. Y si al lado le sitúas el depredador más voraz de la historia del fútbol moderno, lo que tienes es un combo perfecto. Y se han mantenido ambos, Karim Benzema y Cristiano Ronaldo, formando la pareja más superlativa de la presente década. Una pareja de delanteros indetectable durante casi diez años, que han ganado todo varias veces y que ha pasado a ser leyenda. Nuestra generación le contará a la siguiente que los vimos jugar en el Real Madrid. Y que fueron maravillosos.
Y ahora Cristiano Ronaldo se marcha. Y Benzema debe volver a reinventarse. El espíritu de mosquetero debe seguir intacto, porque el Madrid será más coral que nunca, pero necesitará más egoísmo de Benzema que en ningún otro momento de su carrera deportiva. Una situación completamente paradójica que el delantero francés debe resolver por el bien de todos. Me fío de la inteligencia de Benzema. Su virtud siempre ha sido resolver problemas, encontrar luz donde el resto ven oscuridad. Solo espero que las fuerzas le acompañen. Los años pasan para todos, no solo para quienes los vemos desde fuera, y esta tarea necesita una montaña de energía. Y como la vida es un estado de ánimo, nunca está de más un apoyo sincero. Yo estoy contigo, Karim.
Texto: Israel Loranca
Foto de portada: Conexión Deportiva