Ni pan, ni sal para Zidane, por @antoniovv
A estas alturas, no le vamos a descubrir a Zinedine Zidane nada que no sepa del Real Madrid o de las particularidades de su entorno. Él, que entró en el vestuario del Bernabéu como jugador, volvió como entrenador asistente y, más tarde, como jefe del banquillo (previo paso por el Castilla) ya conoce a la perfección el ‘modus operandi’ de todo lo que rodea al once veces campeón de Europa. Incluyendo el desprecio permanente que recibe y recibirá su trabajo.
Zizou cumplió 50 partidos en Liga en el derbi ante el Atlético de Madrid. Sus números durante este periplo abruman: 39 victorias, 8 empates y ¡3 derrotas! Ningún entrenador en la historia del campeonato liguero puede presumir de tal índice de éxito. Con el galo en el banquillo, el Madrid gana casi el 80% de los partidos en competición doméstica, marcando una media de casi tres tantos además, y quedándose sin ver puerta en sólo uno de este medio centenar de partidos. Cabe recordar también la conquista de la undécima Copa de Europa, o los triunfos en Supercopa de Europa y Mundial de clubes.
El éxito de Zinedine Zidane desde que diera el salto al primer equipo a principios del 2016 es innegable… O casi. Porque la sensación de la opinión publicada, radiada o televisada pinta un panorama diametralmente opuesto.
El técnico francés cosechó críticas casi desde su primer día. En principio, se apelaba a su inexperiencia, y luego a una supuesta ausencia de pericia táctica o estratégica. Los triunfos contradijeron cada uno de estos prejuicios. Pero en lugar de reconocer la labor del cuerpo técnico que dirige al Real Madrid, se desarrolló una teoría alternativa, por la que prácticamente todos los éxitos de los blancos se debían a la suerte de su entrenador. Nos cansamos de escuchar que Zidane tenía flor. Con este tópico simplista se pretendía explicar una realidad compleja.
Pocos reconocieron, por ejemplo, el rendimiento espectacular del Madrid a balón parado y en ambos lados del campo. Porque el equipo de Zidane es el que más goles marca a balón parado en el viejo continente, pero también uno de los que menos encaja. Cuando otros equipos son capaces de rendir con la estrategia, se debe a la pizarra de su entrenador, a su trabajo, a su laboratorio… En el caso del Real Madrid, todo se reduce a una mera cuestión de fortuna.
Tampoco a la hora de gestionar recursos se le reconocen demasiados méritos al galo. Zidane ha conseguido mantener a prácticamente toda la plantilla en forma a base de repartir bien los minutos, ha persuadido a las estrellas para que descansaran más que en años anteriores y ha mantenido el nivel competitivo de un equipo que lleva casi toda la temporada liderando la Liga y se mantiene con opciones de llevar al Bernabéu la 12ª Copa de Europa. Las rotaciones casi siempre han fructificado, mostrando las fortalezas de la segunda unidad merengue.
Pero hace poco hemos aprendido también que el hecho de tener una plantilla larga, con muchos jugadores aportando cuando disponen de minutos es también un problema. Así al menos nos lo han pintado. Poco importa que prácticamente ningún futbolista haya clamado por otro rol públicamente. Se reclama por sistema al que se queda en el banquillo, preferiblemente si se trata de un jugador nacional. Pero cuando alguna estrella descansa, siempre se apunta a la peligrosidad de dar demasiado descanso a los más desequilibrantes. El acierto del entrenador es, bajo esas premisas, una utopía.
No olvidemos el argumento del juego. Es una crítica recurrente y muy poco fundamentada. Porque mientras se eleva a otros equipos a los altares, es el Real Madrid la escuadra que más veces pisa el área rival y que más oportunidades crea en la Liga. Son datos, no dogmas. Pero otros técnicos son alabados por cada una de sus decisiones, incluso aunque estén muy lejos del líder en su Liga y eliminados a las primeras de cambio en Europa. Y, al mismo tiempo, el escrutinio a Zidane es siempre extremadamente severo. Basta con ver una de sus ruedas de prensa para pasmarse con el contenido y el tono de algunas de las preguntas que el galo despacha con elegancia y paciencia admirables.
Si con esta en principio inapelable batería de argumentos sobre la mesa, y muchos otros que se quedan en el tintero, Zidane sigue siendo vapuleado por todas y cada una de sus decisiones, deberíamos asumir que esta tendencia no va a cambiar. Pase lo que pase, va ser criticado hasta el paroxismo. Y esto ocurrirá hasta el mismo día de su despido, que llegará más tarde o más temprano. Será entonces cuando todos los que le han despreciado, exactamente los mismos, detallarán cada una de sus bondades.