#MiradaBlanca | Travesía
El pasado sábado, tras el partido contra el Levante, muchos compañeros de El Diario de Mou (con quien también colaboro), quedamos para conocernos en persona (como es mi caso) o para reencontrarnos. Como os imaginaréis los primeros instantes transcurrieron con el luto debido tras una nueva derrota del Madrid. Los resultados y la clasificación son malas, las perspectivas de recuperación aún peores.
En un momento de la comida nuestro Pepo (ésta sigue siendo tu casa, nunca lo olvides) me soltó en tono de broma: “o sea, que me dices que la Sección de fútbol del Real Madrid de Baloncesto no va bien ¿verdad?”. La sonrisa no tardó en salir a la luz, claro. Y es que, aunque esto sea una boutade (obviamente sin el fútbol, el baloncesto no podría ni existir), no le falta algo de razón. En estos tiempos de tormenta, en los que parece que el hundimiento es inevitable y la zozobra anega nuestros corazones, el deporte de la canasta se nos presenta como una tabla de salvación para que aquellos madridistas que, como yo, siempre llevaremos el escudo grabado a fuego en el corazón aunque estemos más condenados que Leonardo Di Caprio cuando se coló en el Titanic.
A día de hoy pasar en apenas 24 horas de ver una exhibición como la que realizaron el viernes pasado los chicos de Laso ante Baskonia a un ejercicio de impotencia como el del Madrid de Lopetegui ante el Levante es como si a un melómano le pones una canción de reguetón. Es por eso, por lo que agradezco a Dios por haberme aficionado al deporte de la canasta y a los gestores del Real Madrid Baloncesto por haber traído a Pablo Laso. Que sí, que soy consciente de que no es que quede mucho, es que queda toda la temporada por delante, pero las exhibiciones que está ofreciendo este equipo serán difíciles de olvidar.
Leyendo esto, probablemente muchos penséis que la solución es fácil: abandonar a su suerte a los de la pelota en los pies y centrarme únicamente en los de las manos. Que si aquí vamos a estar dos días, para qué sufrir. Sin embargo, os equivocáis. Por edad, muchos empezaríais a seguir al equipo en la época de la Quinta en las que las Ligas caían como churros y las remontadas europeas eran el pan de cada día. Otros lo hariaís quizás cuando las Champions de Amsterdam, París o Glasgow con todos aquellos galácticos que vinieron después o, los más jóvenes, ya en esta etapa del 4 de 5. Y si sois de baloncesto algunos empezaríais a ver basket en las épocas de Ferrándiz o Lolo Sáinz, en las que Europa era realmente territorio del Real (compartido eso sí, con los TSKA o Simmenthal de turno) y otros muchos ya en esta era de Pablo Laso en la que el baloncesto europeo habla en un tono muy castizo. Siento deciros que yo no crecí en ninguna de esas etapas.
Por desgracia, los de mi generación no crecimos en una etapa gloriosa. Viviendo en los alrededores del Calderón y en pleno apogeo del Dream Team. Para un chaval que no era, ni mucho menos, uno de los gallitos del colegio, lo lógico hubiera sido esconder sus colores. No obstante, bien sea por masoquismo o por la inconsciencia de la juventud todo el mundo sabía que el color de mi sangre era blanco inmaculado. Esto como era obvio me acabó trayendo más de un vacile de unos compañeros que, en su mayoría, eran culés y rojiblancos pero, sobretodo, antimadridistas.
Luego, como no tenía bastante y el fútbol comenzó a ganar Copas de Europa, decidí aficionarme al maravilloso deporte de la canasta. Pero claro, no lo hice cuando Sabonis elevaba la octava al techo del Príncipe Felipe ni cuando el Madrid de Bodiroga conquistaba la recopa al siguiente año. No, a este Madrid comencé a seguirle cuando a finales del pasado siglo le dirigía Miguel Ángel Martín y, aunque me volví un apasionado fan poco el año que Djordjevic y Angulo conquistaban el Palau, luego tuve que tragarme todos esos años en los que meterse en Playoffs era un éxito, jugar la recién creada Euroliga un efímero sueño y la viabilidad de la sección era puesta en entredicho absolutamente todos los días.
Así pues, si gran parte del madridismo hemos pasado todas esas vicisitudes, ¿de verdad ahora vamos a abandonar este barco? Si fuimos la orquesta en momentos en los que el hundimiento era inevitable, ¿de verdad vamos a coger los botes salvavidas ante una marejada fuerte? No es el momento de buscar al culpable de habernos metido en aguas turbulentas o de las fugas del buque, me da igual que sea el capitán, el armador o los marineros. Eso ya tocará cuando alcancemos tierra. Nosotros, los pasajeros del barco ahora tenemos que ponernos manos a la obra y empezar a tapar las entradas de agua. Hay muchos barcos enemigos disparándonos (incluyendo los que supuestamente son nuestros altavoces) y pelearnos entre nosotros y prender fuego en el interior del barco nunca es buena idea. Entre todos tenemos que evitar que esto se hunda de verdad, ya lo hicimos muchas veces antes y ahora lo volveremos a conseguir. Sólo si estamos unidos la travesía del Real Madrid club de fútbol y baloncesto llegará a buen puerto.
Texto: José María Cañas
Foto: Realmadrid.com