Mirada Blanca | Lorenzo Sanz, el hombre que nos devolvió a lo más alto
Son las 4 de la mañana del 22 de Marzo pero no puedo dormir. Aún sigo en shock. Pese a que tenía ya una edad avanzada, pese a que su hijo ya nos había dicho que no le daban esperanzas, pese a que yo apenas hablé con él en media docena de ocasiones, pese a que hacía muchos años que ni le veía… Pese a todo ello no puedo creerlo. Esta maldita enfermedad que se va a llevar a miles de españoles, a muchos de nuestros mayores (y no tan mayores) también se ha llevado por delante al presidente que nos devolvió la ilusión. Lorenzo Sanz se ha ido y con él gran parte de nuestra infancia.
Con él a los mandos del club yo viví mis primeros títulos de baloncesto, una Recopa de Europa lograda en Nicosia y, sobre todo aquella histórica final en el Palau Blaugrana que acabó con el equipo recibiendo el trofeo de campeones de Liga en vestuarios y Shasha Djordjevic con los dedos al cielos mientras recibía los empujones del siempre maleducado Nacho Rodríguez.
Claro que si por algo será recordado Lorenzo Sanz es por el fútbol y, ahora que caigo, algunos de ustedes por edad ni se acordarán de él. En un mundo, el del fútbol, en el que el hoy ya es pasado y casi que el mañana también, retrotraernos más de 20 años atrás es totalmente impensable, pero yo lo voy a hacer. Y lo voy a hacer porque, en parte se lo debemos. Porque durante años se han destacado más sus errores (que los tuvo, por supuesto) que sus aciertos. Porque es más fácil decir que durante su gestión hubo que vender a estrellas o, incluso, se planteó cerrar la sección de baloncesto por la falta de dinero (problema, por cierto, que ni mucho menos se gestó en esos últimos años del Siglo XX) que reconocer que es más que probablemente que sin sus 5 años de presidencia tal vez ahora no es que no tendríamos 13 Copas de Europa en fútbol, es que tal vez no habríamos roto esa maldición y seguiríamos «únicamente» con esas 6 Copas en blanco y negro que tanto tuvimos que escuchar cómo nos las echaban en cara los culés tras su entorchado en Wembley.
Y es que mucho antes de que nadie supiese quién era Messi o Cristiano, en una época en la que no consultábamos apps sino que escuchábamos la radio, en la que veías los partidos que te televisaban en abierto porque no tenías suficiente dinero para eliminar esas incómodas rayas de Canal + y ya te dolían los ojos de intentar descodificarlo, en la que la taquilla era tan o más importante que los ingresos por televisión, en la que Mourinho lejos de ser un polémico entrenador no era más que un traductor o en la que una camiseta no te valía 120 € sino poco más de 2.000 pesetas (unos 12 €). En esa época el Madrid no sólo no ganaba Copas de Europa como churros sino que llegar lejos en la máxima competición continental no era más que una quimera para un equipo que justo el año en el que don Lorenzo Sanz Mancebo alcanzaba la presidencia a mitad de temporada tras la dimisión de Ramón Mendoza se quedaba por segunda y, afortunadamente hasta el momento, última vez fuera de Europa.
En ese momento tan complicado y tras 10 años como vicepresidente del club Sanz alcanzaba la presidencia de un equipo que buscaba su identidad. Tras el desastre de la temporada anterior, el primer verano con Sanz en la presidencia no sería nada fácil y hubo que tomar decisiones muy complicadas como la de deshacerse de dos de los héroes de la liga lograda dos años antes (Zamorano y Laudrup) o reponerse de la traición de Luis Enrique. Ante esta situación, Sanz decidió arriesgar la maltrecha situación del club realizando el mayor desembolso de la historia hasta la fecha(2.400 millones de pesetas) en un fichaje que a la postre sería histórico como el de Pedja Mijatovic además del de un Davor Suker formando una dupla que estaba llamada a hacer historia.
Pero ahí no quedaba la cosa y tras traerse al entrenador del histórico 4-0 al Barça en la final de la Champions de 1994 (Fabio Capello), Sanz decidía trabajar mano a mano con el italiano para realizar algunos de los mejores fichajes relación calidad-precio de nuestra historia como fueron el de Bodo Illgner, Clarence Seedorf o, sobre todo, el de un desconocido brasileño que apenas jugaba en el Inter de Milan y de nombre Roberto Carlos da Silva. A ellos pronto se unirían los nombres de Christian Panucci (en sustitución de un desacertado Secretario) y Zé Roberto ese mismo año o Savio y Morientes al siguiente verano. Con estos fichajes el Madrid no solamente ganaría una Liga que parecía predestinada al Barça de Ronaldo sino que pondría las bases de todos los éxitos de las siguientes décadas.
Tras la marcha de Capello al final de esa temporada y, pese a la conquista de la Supercopa de España ante el Barça, la siguiente temporada no empezó bien para los blancos en la competición nacional. Sin embargo, el conjunto dirigido por Jupp Heynckes comenzó a pasar fase tras fase en la Champions League de la siguiente temporada. tras deshacerse en la fase previa de Rosenborg, Olympiacos y Oporto en la primera fase y del Bayer Leverkusen en cuartos, el Madrid sufriría lo indecible para superar al vigente campeón como era el Borussia Dortmund. Una eliminatoria que ya comenzaría torcida con el famoso episodio de la portería (episodio tras el que, por cierto, a Sanz no le tembló la mano para trasladar al gallinero a Ultra Sur en una época en la que los Ultras tenían muchísimo poder) pero que el Madrid supo superar gracias al 2-0 conseguido en el Bernabéu.
Y allí estábamos 17 años después en una final de la Copa de Europa. En una final, por cierto, en la que nadie nos daba por favorito. Si las apuestas hubieran estado tan de moda como ahora probablemente habrían rozado el 10 a 1 para una Vecchia Signora que venía de subcampeonar el año anterior y que tenía a figuras mundiales en sus filas como Deschamps, Davids, Del Piero, Inzaghi o el mismísimo Zinedine Zidane. Sin embargo, los blancos lograron imponerse a sus nervios y tal y como la noche anterior a la final le había dicho Fernando Sanz (central blanco e hijo de Lorenzo) a Pedja Mijatovic, el montenegrino marcaría para que el Madrid se alzase con la ansiada Séptima 32 años después.
Para los que no lo viviérais (yo a mis 13 años la vivi en el Pabellón Raimundo Saporta junto a muchos otros madridistas) ganar aquella final supuso quitarse una losa histórica, unas cadenas que nos venían oprimiendo durante décadas y, como he dicho antes, quitarse el sanbenito de que todas nuestras Copas de Europa eran en blanco y negro. Eso ya era tanta historia como historia fue ese gol de Pedja, la narración del mismo por parte del añorado Gaspar Rosety, el beso que Lorenzo le plantó a la primer entorchado europeo en era Champions del Real Madrid o el baile de la Macarena que el presidente blanco se marcaría en el palco del Bernabéu durante la celebración de la Séptima. La alegría fue tal que cientos de miles de personas salieron a la calle a celebrarlo. Sinceramente creo que a día de hoy ni ganando una Copa de Europa en una final al Barça por 5-0 podría superar aquello.
Como digo aquel título en el Amsterdam Arena fue decisivo para que el Madrid se quitase ese mal fario y reconquistase «su» competición. Lo que lograron aquellos jugadores (muchos de ellos fichados por Sanz) fue clave en que ya nadie mirase al equipo blanco por encima del hombro. Pero ahí no pararían los éxitos en esta corta pero fructífera etapa deportiva, sino que apenas unos meses después el Madrid colocaba en la cima del mundo tras llevarse su segunda Intercontinental en una final ante el Vasco de Gama que pasaría a la historia por el aguanís de Raúl.
Sin embargo, el año no acabaría muy bien y el siguiente empezaría aún peor lo que llevó a Lorenzo Sanz a destituir a John Benjamin Toshack y apostar por un hombre de la casa como Vicente del Bosque. Esta decisión fue polémica pero no tardaría en dar resultado y aunque no dio tiempo a remontar del todo en la Liga, sí que sirvió para dos cosas. En primer lugar para asentar en la portería a, probablemente, el mejor portero de nuestra historia (Iker Casillas) y, sobretodo, para lograr un nuevo entorchado continental en Paris pese a que, nuevamente, nadie nos daba como favoritos. Una Octava Copa de Europa que ya dos años antes Sanz dijo que se iba a conquistar y a la que yo personalmente tuve la fortuna de acudir entre otras cosas gracias al propio presidente. Algo que jamás le pude agradecer lo suficiente por cierto.
De esta forma se consumaba algo que a su llegada parecía totalmente imposible. Dos Copas de Europa en apenas tres años que llevarán sin duda alguna la firma de un hombre que si era algo, es, ante todo madridista. Un padre y abuelo de familia numerosa que nos ha dejado este pasado 21 de Marzo y al que nunca le podremos agradecer lo suficiente el haber devuelto al Madrid a lo más alto del fútbol mundial. Descansa en Paz, Lorenzo.