#LaCiudadDeLasEstrellas | Solari, Zidane y los finales (no) felices
Hace ya un buen tiempo, tras una de esas rupturas que de adolescente te bajan a las más profundas tinieblas, en una charla entre amigos, saltó una frase que hasta hoy me sirve cada vez que estoy en una situación parecida.
Andaba yo explicando, con mucho detalle, qué había pasado, qué podría haber pasado y qué debería de haber pasado en un mundo imaginario que obviamente nunca fue posible. Cosas de críos. O no tan críos, tal vez. Tras 3 horas de monólogo y debates internos, mi amigo lo soltó como quien suelta la bofetada definitiva en el ring de boxeo: “Tío, ya sabes: los finales nunca son bonitos”.
BAM. De repente algo cambió. Me di cuenta de que era justo eso lo que no me dejaba dormir tranquilo. La idea de perfección que se había desvanecido con un final trágico. Todo lo vivido perdió su valor al caerse por una especie de abismo. Ese era mi pensamiento en aquel entonces. No era tanto que se hubiera terminado, sino la mancha que para siempre quedaría en mi particular cuento de hadas.
Como spoiler os puedo adelantar que el Madrid ganó la Décima en primavera, yo volví a enamorarme y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Quién lo hubiera dicho.
Más o menos por las mismas fechas, pero años después, pasó lo que ya todos sabemos: el Ajax arrasó en el Bernabéu y eliminó a un equipo que llevaba reinando en Europa un lustro entero. Ahí es nada. El madridismo sacó las antorchas. Parece obvio. Pero lo que me resultó verdaderamente curioso fue el motivo. Mi padre, tras apagar la tele, bastante más decepcionado que yo, me dijo: “Se puede perder, pero no así. Es normal que no ganen otra vez, pero vaya manera de terminar”. Yo, a mis 24 años ya todo un sabio de los finales, recordé lo que me dijo aquel amigo y lo apliqué: “Papá, te entiendo. Pero los finales dan igual. Los finales bonitos no existen.” No sé si sirvió, pero había que intentarlo.
Por eso, ahora que vuelve Zizou, tampoco me da especial miedo que las segundas partes no sean buenas. Ni que pueda acabar manchando su inmaculado currículum con alguna eliminación sonrojante o se vaya peleado con media plantilla. Porque, como ya sabemos, los finales felices no existen. Son mentira.
Ahora que hemos aprendido la lección, podemos dedicarnos a no perder tanto tiempo con los finales y vivir más intensamente todo lo demás. Y, si por el camino, nos ensuciamos, bienvenido sea.
A mí siempre me quedarán los momentos. Al Real Madrid, las Copas de Europa. Y es que, ya tenemos una edad en la que deberíamos comprender que más que preocuparse por la belleza de los finales, habría que hacerlo por la del camino.
Cualquier parecido entre el texto y la realidad es, por supuesto, pura coincidencia.
Que se lo digan a Solari.
Texto: Sergio Espinosa