#LaBoticaMadridista | Hasta pronto, Fernando
Agosto de 2003. Por primera vez me siento delante de la tele para ver una carrera de F1. Había oído hablar de un piloto español que prometía mucho en esto de los monoplazas. Y no sé bien por qué, ya que nunca me había interesado ese deporte, despertó mi curiosidad y me puse a ver la carrera. Y no pudo ir mejor la cosa. Fernando Alonso cruzaba el primero la meta en el GP de Hungría, un circuito en el que además se escribirían posteriormente grandes capítulos en la historia del asturiano.
A partir de aquel día no me perdí prácticamente ninguna carrera de F1. Daba igual la hora, daba igual que hubiera que poner el despertador a las cinco de la mañana un domingo. Allí estaba yo, aprendiendo todo lo que rodea a este deporte y hablando de conceptos hasta entonces desconocidos para mí, como rebufo, fondo plano o subviraje. Pero sobre todo pendiente de un piloto que consiguió emocionarme, que me hizo reír, llorar, vibrar…
Son muchos los momentos especiales que recuerdo. Su carrera en Ímola aguantando detrás a un cavallino desbocado con Schumacher al volante. Su salida en Hungría 2006 desde la parte trasera de la parrilla, adelantando a todo lo que se movía y bajo una lluvia que hacía que los monoplazas navegaran por el circuito, hasta que aquella maldita tuerca le hizo abandonar cuando iba lanzado a por la victoria. Cómo olvidar el abandono de Schumacher en Japón cuando todo parecía perdido. Por supuesto, sus dos títulos mundiales con Renault (¡tomaaa, tomaaa!), algo nunca antes visto en un piloto español.
Capítulo aparte merece su primer año en McLaren en 2007. Fue de una intensidad increíble, y con la misma lo vivimos los aficionados. Hamilton se convirtió en enemigo público número uno. Todavía vislumbro como si fuera ayer el día que saltó todo por los aires, cuando en Hungría (otra vez Hungaroring) su propio equipo le dejó a los pies de los caballos ante los comisarios, que le quitaron la pole y a la postre esos puntos le costaron el título mundial. Fue el año de los espionajes a Ferrari, que le supuso a la escudería del asturiano la pérdida de todos los puntos. Pero también fue un año de grandes momentos. Su victoria en Mónaco o el famoso “s’anganchao” cuando Hamilton quedó atrapado en la puzolana del GP de China, son ya historia de la Fórmula 1. Y su victoria en Nurburgring bajo la lluvia, adelantando a un asustadizo Massa en aquella carrera donde la grúa devolvió a Hamilton al circuito en una decisión inexplicable. Finalmente tuvo que salir de Woking porque el ambiente era irrespirable.
Y como no podía ser de otra manera, Fernando Alonso acabó fichando por Ferrari. Tras dos años de transición en los que volvió a Renault, en el 2010 por fin pudo vestirse de rojo. Y en su primera carrera, llegó su primera victoria con la Scuderia. Qué más se podía pedir. Lástima que aquel año, cuando tenía el mundial prácticamente en el bolsillo, una nefasta gestión de la estrategia por parte del equipo, hiciera que todo se fuera al traste y el título acabara en manos de Vettel. Su etapa en Maranello al final acabó siendo un cúmulo de infortunios y de situaciones que impidieron que el asturiano levantara su tercer campeonato. Pero para el recuerdo quedará su victoria en Valencia en 2012, saliendo undécimo y viendo el primero la bandera a cuadros. Aquel llanto en el podio fue el llanto de millones de españoles.
Los últimos años, desde su retorno a McLaren en un proyecto nuevo y a priori ilusionante, han sido una travesía por el desierto demasiado larga, dura e injusta para uno de los mejores pilotos de la parrilla. Para él y también para los aficionados que le seguimos. Duele ver a Fernando enjaulado en un coche de segunda división y sin poder aspirar a nada. Y el gusanillo de la F1 se fue perdiendo. Supongo que a él le ha pasado algo parecido. Luchar por ser octavo no es motivación suficiente para alguien que aspira siempre a lo más alto. Así, este fin de semana Alonso disputa su último gran premio y dice adiós a dieciocho años de F1. Aunque quién sabe, ha cerrado la puerta pero ha dejado la llave puesta.
Sí, ya sé que en esta botica generalmente se dispensa madridismo. Y eso es precisamente Fernando Alonso. Un madridista; uno más de la familia blanca. Y que igual que nuestro equipo, jamás se rinde, no casa bien con la derrota y su objetivo siempre es pelear por llevar títulos a casa. Sólo me queda desearle suerte allá donde vaya, que disfrute y que descanse mientras ve muchas Champions de su (nuestro) Real Madrid. Y ojalá podamos verlo de nuevo montado en un Fórmula 1 y disputando ese tercer mundial que tanto merece. Hasta pronto, Fernando.
Texto: José Valenzuela
Foto: El Confidencial