#LaBoticaMadridista | Cuento de Campeones
Aprovechando que esta semana tenemos partido, os voy a contar mi particular historia. Nací allá por 1955. Uno de mis padres fue Santiago Bernabéu. Desde mi nacimiento, mis creadores quisieron buscarme una casa en la que me acogieran y recibieran con todos los honores. Y fue así como, después de una dura disputa en la que participaron diversos equipos, acabé por primera vez en Chamartín. Mi llegada fue recibida con gran alegría por todo el mundo. Allí me recibieron Rial, Miguel Muñoz, Di Stéfano y Gento, entre otros. Era un hogar precioso y me ubicaron en un lugar privilegiado, para que todo el mundo pudiera apreciarme.
En los siguientes años siguió la lucha por hacerse con mi tutela, pero el Real Madrid no permitió que me moviera de allí, así que estuve cinco años consecutivos viviendo en el Santiago Bernabéu. Cuando nadie lo esperaba, y con mi vida asentada ya en Madrid, en 1961 el equipo blanco era eliminado por primera vez de la competición. Un arbitraje en el Camp Nou, digno de la era de Arminio, hizo que tuviera que hacer las maletas. Alguien decidió que era hora de que visitara nuevos lugares, supongo que para que más gente pudiera disfrutar de mí y que eso me fuera haciendo más importante y conocida.
Por tanto, a las pocas semanas de aquello, me llevaron a Lisboa, con el Benfica, a mi nueva residencia. Lisboa era muy acogedora, y pasé allí dos años consecutivos. Posteriormente me trasladaron a Italia, donde me compartieron entre Milán e Inter, los eternos rivales de la ciudad. En todos sitios era igual de bien recibida y me sentía muy especial, pero echaba de menos mi primera casa…
Al fin, en 1966, tras cinco años de ausencia, conseguí volver al Paseo de la Castellana. Volvieron a acogerme en sus brazos como si nunca me hubiese ido. Aquel equipo era conocido como el Madrid de los Yeyés. Todo eran caras nuevas para mí, salvo Paco Gento, que allí seguía. Era la sexta vez que nos juntábamos. Jamás olvidaré el abrazo que nos dimos, creo que ahí nació una relación especial entre nosotros.
Esta vez no conseguí estar tanto tiempo en la casa blanca. De hecho sólo estuve un año, partiendo en 1967 hacia Glasgow, donde el Celtic me había preparado una calurosa bienvenida. Lo que nadie podía imaginar, es que aquel año empezaría un largo exilio. Los años pasaban y no veía la hora de volver a Madrid. Mientras, visité lugares como Mánchester, Ámsterdam, Múnich, Liverpool… un sinfín de ciudades. En todas era la protagonista, la más querida, pero yo seguía vacía por dentro.
En 1992 fui rebautizada. Ya era muy importante en Europa, todos ansiaban tenerme en sus vitrinas. Ese año, contra todo pronóstico, acabé viviendo en el lugar que jamás pensé que visitaría, Barcelona. Un cañonazo de Koeman hizo que por primera vez me fuera a la ciudad Condal. Fue una visita rápida, estuve sólo un año y posteriormente seguí mi periplo por Europa, soñando siempre con volver al lugar que yo sentía que me correspondía.
Habían pasado treinta y dos años. El 20 de mayo de 1998 se enfrentaban en Ámsterdam mi querido Real Madrid y la Juventus de Turín. El equipo italiano era el favorito, llevaban tres finales consecutivas. La noche anterior soñé con Mijatovic. No había marcado ningún gol en toda la competición y aquel era el mejor partido para estrenarse. Todavía recuerdo como si fuese ayer cuando el balón le quedó muerto en el área al montenegrino. El tiempo se paró. Regateó a Peruzzi e introdujo la pelota en el fondo de la portería con un toque sublime. Me temblaron hasta las asas, después de tanto tiempo estaba a punto de regresar a la capital de España. Con el pitido final, la locura se desató, fui pasando de mano en mano, todos querían cogerme y lanzarme al aire. Entre tanta algarabía, observé a un jugador de la Juve. Me observaba fijamente, su mirada era profunda, y supe que algún día volveríamos a encontrarnos.
Al año siguiente, en la final del Camp Nou, cuando ya tenía los billetes preparados para ir a Múnich con el Bayern, dos goles en el descuento hicieron que finalmente me fuera con el equipo de Old Trafford. Fue algo totalmente inesperado, y aún recuerdo a Collina levantando a los jugadores alemanes del césped.
Vivíamos años gloriosos. En 2000 volví a mi casa tras una increíble victoria blanca en París frente al Valencia y en 2002, coincidiendo con el centenario del equipo, poner rumbo al Bernabéu era casi una obligación para mí. Aquel fin de fiesta fue en Glasgow. Cuando los protagonistas saltaron al terreno de juego allí estaba él. Habían pasado cuatro años y aquel jugador de la Juve que no dejaba de mirarme, ahora pertenecía a nuestra familia. Y como no podía ser de otra manera, fue él quien se encargó de no dejarme escapar de nuevo. La volea que decantó el partido sigue siendo a día de hoy el mejor gol que jamás haya visto en una final.
En aquellos años de mi estancia en Madrid pude observar que el madridismo ya no hablaba de otra cosa. La conquista de la Décima era el objetivo prioritario de club y afición. Y no fue fácil. Tuvieron que pasar doce años para poder cumplir tal anhelo. Lisboa recibió a los dos equipos de la capital de España. Y la cosa se puso fea muy pronto con el gol del Atlético que adelantaba a los colchoneros. Los minutos pasaban y el empate no llegaba. Veía que me llevaban a Madrid, pero a un barrio distinto, desconocido para mí. Pero entonces llegó aquel córner, aquel minuto 92:48. Y asomándome por encima del palco, vi como Ramos se elevaba y cabeceaba un balón que teledirigió Luka Modric. Florentino se levantó, aplaudió y me guiñó un ojo. Sabía que nos volvíamos juntos. Por décima vez, me iba con mi equipo del alma.
El Club empezaba a vivir una época dorada, muy parecida a aquellos años que os narraba al principio de esta historia. Así, en 2016 volvimos a repetir final contra el equipo rojiblanco, una final de infarto que se decidió en la tanda de penaltis. Aún recuerdo cómo tuve que taparme los ojos cuando vi a Lucas Vázquez haciendo girar el balón en su dedo. El tiro de Juanfran al palo hizo que retumbara todo mi cuerpo metálico, y con el gol del gran Cristiano, alcancé el éxtasis. En mi retorno al coliseo blanco, me reencontré con Paco Gento, el jugador que más veces me ha abrazado, más incluso que la mayoría de equipos. Ahora es el presidente de honor, porque Don Alfredo nos dejó meses después de la esperada Décima.
Desde aquel día sigo, afortunadamente, instalada en mi casa de siempre, ya que al año siguiente, en un hecho sin precedentes desde que me rebautizaron, un equipo consiguió conquistarme por dos veces consecutivas, y no podía ser otro que el equipo merengue. En una segunda parte que rozó la perfección, le pasó por encima a la Juve, otra vez nuestros viejos rivales.
Y así es como hemos llegado hasta aquí. Estamos a un paso de que me quede a vivir en el Bernabéu por tercer año. Todavía nos queda un pequeño pero sinuoso camino que recorrer. Pero ya he disfrutado de un gol histórico, la chilena de Cristiano Ronaldo, que provocó que todo el estadio juventino se pusiera en pie aplaudiendo.
Estoy a punto de cumplir sesenta y tres años, de los cuales he pasado doce en la casa de los madridistas, el sitio en el que más tiempo he vivido y donde más querida me he sentido. Sé que por mi naturaleza no le pertenezco a nadie, que soy un poco de todo el mundo del fútbol, pero mi corazón es y será siempre del mejor equipo del mundo, el Real Madrid.
Texto: @boticario_81