#LaBoticaMadridista | Cinco minutos
Con 2-2 en el marcador y a falta de un gol del Bayern para dejarnos fuera de la final, el cuarto árbitro levantó el luminoso. Cinco minutos más. Empezaba entonces una lenta agonía en la que esos minutos parecerían horas, donde cada segundo que pasaba era un año de vida que perdíamos los madridistas. Miraba la tele y sólo veía camisetas rojas asediando el área de Keylor. Los jugadores del Madrid se defendían como podían, con solidaridad, apretando los dientes y dejándose la última gota de sudor que les quedaba sobre el césped.
Nuevo vistazo al reloj, lo había mirado ya cuatro veces, pero no habían pasado más de cuarenta segundos. El Bernabéu gritaba, sin atreverse a mirar cada vez que el balón rondaba la portería madridista. En casa era parecido. Cada parada de Navas era una nueva oportunidad de tomar aire, volver a hacer el mismo recorrido por el salón. Mirar el partido era un suplicio, no mirar era aún peor. Cuando te girabas, allí estaban otra vez, un nuevo remate, otro balón bombeado, otra vez Ramos intentando despejar. Zidane observa tranquilo, quizás el único que aparenta cierta calma, será que como dicen, la procesión va por dentro.
Tic, tac, tic, tac… Todavía quedan dos minutos. Kiev está cada vez más cerca, pero los alemanes no se rinden, aún es posible. Me arrodillo delante de la tele, no quiero mirar el cronómetro, pero es inevitable. Lucas se lleva el balón al córner, al fin algo de respiro. Me levanto y vuelvo a caminar, a mascullar cosas sin sentido, la falta de oxígeno se hace evidente. Bale presiona, todos empujamos con él, ese balón tiene que ser nuestro. Un minuto. Saque de banda que Modric aprovecha para cogerle el brazo al colegiado y mostrarle su propio reloj.
Se cumple el minuto noventa y cinco, pero todos sabemos que todavía no se acaba. El primer minuto de descuento en realidad no se jugó. Keylor estuvo tirado en el suelo por un encontronazo, aunque no le dolía el golpe, le dolían los segundos que no terminaban de caerse del reloj. Después de tanto esfuerzo no podía irse todo al traste. Un último grito de aliento de nuestro capitán, un último balón colgado… y Müller que no llega. Ese balón lo echó fuera el rugido de millones de madridistas. Çakir se lleva el silbato a la boca y da por concluido el partido, tres pitidos que eran una sinfonía para mis oídos. Brazos al aire, abrazos con los seres queridos, lágrimas. Una vez más, por tercer año consecutivo, vamos a estar en la final de la Champions. Este grupo de jugadores y este entrenador siguen haciendo historia.
Esa noche me costó dormir, demasiadas emociones, se hacía complicado rebajar las pulsaciones que se habían alcanzado. Pero lo hice con una sonrisa de oreja a oreja, orgulloso de mi equipo. Suena el despertador, decido remolonear un poco en la cama. Sólo cinco minutos. Pero qué rápido pasan esta vez…
Texto: @boticario_81
Foto: ABC