#JuegasEnVerso | ¿Se nace o se hace?
En el Madrid, como en el fútbol, hay una pregunta existencial desde donde parten todos los sentimientos hacia cualquier equipo del mundo.
¿Se nace siendo de tu equipo o es en la vida cuando uno se hace seguidor del mismo?
Seas aficionado del Real Madrid, Milán o River Plate, todos nos hemos hecho esa pregunta alguna vez en la vida. Al principio, cuando más joven, solemos alardear de la pureza de nuestros sentimientos y creer que nuestros genes nacieron geocéntricamente diseñados con las características del buen madridista. Raza aria, la Tierra como centro del universo y otras ilógicas históricas.
Al pasar los años, la perspectiva de las derrotas te ayuda a ir comprendiendo que la querencia que sientes por el pedrusco de Concha Espina no es más que las circunstancias de estar en el lugar exacto y en el momento más adecuado.
Mi vínculo con el Real Madrid se aleja diametralmente de la victoria tanto como la victoria se aleja de los rivales a los que se suele enfrentar el Real Madrid. Y prueba de ello es que nací cinco meses después de que el Madrid perdiera la final de la Copa de Europa ante el Liverpool en París. En esa viudez continental fui creciendo mientras el Barcelona del mal llamado ‘Dream Team’ de Cruyff irrumpía con fuerza en la España de los 90. Tenerife, Wembley y el penalti de Djuckic, fueron martillazos en el dedo de mi niñez. En mi pueblo todos y cada uno de mis amigos eran del Barça, Betis o Sevilla y para encontrar un madridista de mi raíz, tenía poco menos que buscar en personas que me triplicaban la edad.
En mi caso, yo me hice madridista gracias a mi tío Ángel de Madrid. Con ese nombre, era premonitorio que mi tío me trajera el regalo más maravilloso que todo niño sueña algún día tener en su baúl de los juguetes. Un álbum de cromos que nunca terminé de completar, un reloj que nunca dejaba de girar, un equipo que nunca paraba de ganar…
De bigote fino y andar canoso, tenía un hablar finolis que en la Huelva de los 80 era poco menos que carismático y atractivo. De repente empecé a escuchar que había un equipo el cual se llamaba Real Madrid, y por el que España entera se enorgullecía. A mis siete u ocho años, Madrid estaba tan alejada de mí como hoy lo está Saturno, así que imaginaos qué endiosamiento se creó en mi mente hacia aquel club castellano al que mi tío denominaba ‘el mejor equipo del mundo’.
A partir de aquella siembra, se fueron regando los acontecimientos en mi vida en busca del acercamiento hacia aquel extraño juguete madrileño. Veía sus partidos, compraba periódicos y revistas, escuchaba programas radiofónicos deportivos, coleccionaba todos los ‘souvenirs’ madridistas que encontraba por las tiendas… Y todo eso bajo un ambiente festivo de mis amigos por la primera Copa de Europa culé.
Años más tarde llegaron Amsterdam, París o Glasgow y fue ahí cuando empecé a comprender que aquella frase que un día me dijo mi tío Ángel era tan cierta como cada uno de los goles que nos llevaron a conseguir aquellas Copas de las Orejas. Verdaderamente, el Real Madrid era el mejor equipo del mundo y yo, un niño de la Andalucía profunda que vestía camiseta, calzonas y sueños, era su fiel e inquebrantable seguidor.
No recuerdo con exactitud lo que tuve que pensar cuando aquello ocurrió, pero imagino que tuvo que ser algo parecido a lo que tuvo que pensar una niña llamada Lisa Marie Presley de Memphis, cuando a principios de los 70 le dijeron que su padre, su ‘daddy’, era un tal Elvis Presley.
Evaluando estos estigmas sociales, mi sensación es que la familia en primer lugar, el lugar donde nacemos y nuestra propia personalidad, terminan siendo decisivos en la elección de nuestro equipo de fútbol. Es por eso por lo que podemos encontrarnos como hay madridistas que nacen en familias de tradición madridista tanto como en una familias de tradición culé, madridistas que nacen en el bloque de pisos frente al Bernabéu como otros que viven en el mismísimo Bogotá y por último que te gesten con una actitud en tu genética rebelde, señorial y enemiga de lo imposible, te acercará indudablemente a identificarte con los colores del Real Madrid Club de Fútbol.
Por ello siento negar a aquellos que dicen que son madridistas de cuna, de nacimiento o de gestación, porque si admitiera ese madridismo pluricelular, ocultaría y negaría con ello lo que un hombre de Madrid me regaló un día en forma de equipo de fútbol. Aquel chulapo de hablar finolis, aquel gato de Madrid, seguramente nunca imaginó a lo que llegarían sus bromas futboleras mientras cenábamos en el comedor de casa. Sin embargo, años más tarde, he de agradecerle que aquel sentimiento que plantó en mí no deje de darme momentos inolvidables para mi vida. En forma de goles, victorias, viajes o amigos. Y es que como bien dijo Jorge Bucay en unos de sus libros:
– «La verdadera vida que vivimos, es todo aquel tiempo en el que hemos sido plenamente felices».
Por ello a aquellos chicos y chicas que ahora comienzan su caminar por el madridismo, les diré que ser del Madrid es poco menos que sumergirte en una increíble aventura de vida y que aunque los puristas prejuiciosos os digan lo contrario, os diré una cosa desde mi escaso saber en mi madridismo treintañero. Y es que…:
– «…SER DEL MADRID NI SE NACE, NI SE HACE, SINO SE MUERE»
(Este artículo va dedicado a todas las personas que nacen lejos de Madrid y que mueren siendo madridistas).
Texto: @Ankarma81