#JuegasEnVerso | El miedo, Truman y la chilena de Cristiano Ronaldo

#JuegasEnVerso | El miedo, Truman y la chilena de Cristiano Ronaldo

Aire. Área de Buffon. Juventus Stadium. Turín. Región de Piamonte. Italia. Europa. Planeta Tierra. Vía Láctea. Universo. El show de Truman.

Peter Weir, el director de ‘El show de Truman’ (1998), usó el efecto ‘zoom’ para jugar y enjaular a Jim Carrey en una falsa sociedad perfecta. Desde un inmenso plató de televisión (su ciudad natal), utilizaba el miedo al agua del protagonista para seguir filmando la vida de éste sin que él mismo se diera cuenta.

Dicho efecto panorámico, también suelen utilizarlo psicólogos de todo el mundo para hacer ver a sus pacientes del minúsculo tamaño que tienen sus laberínticos problemas mentales. Y es que, aun sabiendo que no somos nada en el universo, de vez en cuando nos encontramos con algo tan sumamente extraordinario que hasta el más clarividente de los psicólogos caerían en su diván rendido, fruto de la excesiva belleza ilógica de aquel acontecimiento.

Relojeaba el minuto 64 en la muñeca izquierda del turco Cüneyt Çakir, cuando Cristiano Ronaldo hizo que el 3 de abril de 2018 se tatuara en la historia por siempre. Nada de lo que sucedió después de aquel salto hubiera seguido ocurriendo si Cristiano Ronaldo no llega a marcar aquella chilena. El aplauso del estadio, las portadas deportivas del siguiente día, el acto de amor que cada madridista y su amada llevaron a cabo en aquella luna…

Todo beso comienza donde acaba el verso anterior.

En el estadio, en el bar o en el sofá de casa, el gol de Cristiano se vivió como cuando uno ve por primera vez al verdadero amor de su vida. Da igual en qué circunstancias la conozcas, cuando la veas, tu corazón se pondrá en pie aplaudiéndola y distinguiéndola del resto de goles que hayas visto antes.

Rubia, pecosa, alta, delgada, desvergonzada, tímida, pasional… Cuando la veas te destrozará el alma de tal forma, que aún inerte, seguirás a merced de aquella pelota que moja tu sed tras cada jugada.

Cristiano Ronaldo, al mismo tiempo que caía de espaldas sobre la hierba, tuvo que sentirse como aquel niño que vuelve de nuevo a su punto de nacida. Paritorio, matrona ensangrentada y gritos de felicidad materna. Tanto esfuerzo y al fin lograba crear el gol más maravilloso que la región de Piamonte pudo nunca imaginar. Entonces, Cristiano Ronaldo se alzó en córneas viendo como la red abrazaba a su preciado balón de cuero.

Suspensión, chilena y gol. Gol. Silencio. Más silencio. Preludio del caos. La organización se desorganiza y Cristiano Ronaldo empieza a volar corriendo como el hombre que más hambre tenía. Sus hombros flotaban junto a sus tobillos y en aquel córner, el número 7, se fue mezclando con los otros números de las camisetas de sus compañeros como si de un código de caja fuerte se abrazara frente a nosotros.

Clic, clac, clic, clac, clic…

Y sin menospreciar al club de las rayas encarceladas, se obró el milagro. Lo bello, lo eterno y lo atemporal vino a nacer en aquel córner turinés. De repente, los aficionados empezaron a aplaudir mirándose incrédulos los unos a los otros. Aquel jugador de tonos turquesas, que poco antes de aquel gol esos mismo aficionados lo habían vilipendiado, empezó a escuchar un honorífico aplauso de reconocimiento al ser odiado.

Aplauso al arte, a lo perfecto, a lo barroco, a lo cortés, a lo espontáneo, a lo romántico, a lo servil, a lo señor, a lo elegido, a lo Jim Carrey.

Y a partir de entonces y como ya ocurriera en el ‘El show de Truman’, Cristiano Ronaldo pudo con aquellos miedos que tanto habían coartado sus sueños de chilena. El poder establecido murió y con él todos aquellos ciegos dictadores que imponían que «solo Messi era arte». Fue entonces cuando aquel implacable juez italiano (la hinchada) condenó a todos esos actores de pacotilla, poniéndose en pie para testificar por la defensa de la leyenda del hijo de Madeira:

-«Yo estuve allí. Y yo también me puse en pie».

Y el odio se disfrazó de amor, los ángeles mataron a los piratas y las cabinas de prensa empezaron a bombardear al mundo todas las miradas, reacciones y manos en la cabeza que el bellísimo directo televisivo emitía.

Zidane, Barzagli, los fisios de la Juve, la camarera del bar de la esquina, el anciano del videomarcador, una niña llamada Paola (quien con bufanda ‘bianconera’ abrazaba a su padre puesto en pie)…

Jim Carrey, a esa hora de la noche del 3 de abril, probablemente estaría en algún garito de Canadá tratando de olvidar, con un whisky escocés en la mano, la muerte de su amada esposa Cathriona White.

Por ello, en estos tiempos de tristeza para el actor canadiense, le vendría bien sentarse con Cristiano Ronaldo para que ambos vuelvan a ver aquel ‘film’ que él mismo protagonizó un día. En esa película, magistralmente, él nos enseñó la vida de un hombre, el cual tuvo que derribar sus miedos y las falsas reglas sociales que le rodeaban, para ser por primera y única vez dueño de su destino.

Y es que, aunque muchos no lo sepan, Cristiano Ronaldo probablemente empezó a marcar aquel gol imposible cuando día tras día lo intentaba y se ahogaba en la probeta. Risas, chanzas, insultos… Y los ignorantes que no comprendían que lo que verdaderamente estaban haciendo con sus burlas era animar a Cristiano Ronaldo a no desanimarse en su incansable lucha hacia aquella portería.


Aquel gol de chilena, no sólo recordó a Jim Carrey destrozando con su pequeño barco el fronterizo plató de televisión, sino que además hizo que todos esos antimadridistas y actores de Truman, recordaran una verdad que en el Real Madrid, en Hollywood y en Disneyland respetan desde hace tiempo. Por tanto, si tenéis hijos (o lo queréis tener), no hablarles nunca del coco, del hombre del saco o de ninguna otra figura temerosa nocturna (aun cuando éstos se porten mal), porque a lo mejor no sabes qué nombre llevará tu hijo el día de mañana y qué miedos le tocará cargar sobre sus espaldas.

Cristiano Ronaldo, Jim Carrey y Paola, aquella pequeña niña que abrazaba a su padre en el córner turinés ya lo saben. Y es que, desde entonces, la dulce Paola duerme cada noche en su habitación tan segura y feliz porque ha comprendido que sus miedos sólo viven en su mente hasta que deja de pensar en ellos. Desde aquella noche, la del 3 de abril, Paola ya apaga la luz cada noche antes de ir a dormir. Y es que como bien dijo su padre después de aquel Juventus-Real Madrid:

-«El coco, querida Paola, jamás se atrevería a visitar a una niña que duerme con la camiseta de Cristiano Ronaldo como pijama».

Y allí se quedó Paola, soñando entre sus peluches, con aquel gran jugador que una noche supo transformar su odio en amor. Por ello…

Lo llaman Cristiano Ronaldo y para Paola, para Paola Rossi, siempre será el mejor jugador que toda niña con oscuro vestidor y ruidosos muebles, puede algún día tener en su blanca y tenebrosa habitación.

Texto: @ankarma81

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