Comportamiento ético en el terreno de juego
Todos hemos sido testigos, directos o indirectos, de lo que supone estar expectante en el terreno de juego, y muchos hemos vivido los comportamientos poco éticos, por decirlo de una forma suave, que algunas personas practican. Incluso muchos hemos sentido el impulso de protestar, chillar, gritar… aquí entra el autocontrol y el respeto.
Flaco favor se hace especialmente cuando nos encontramos con el deporte de los niños (y a pesar de parecer pesada, insisto en que ellos son el futuro, y ese futuro debemos trabajarlo los adultos).
Como este es un artículo jurídico, y debo apartar (sólo un poco) los principios éticos que me arrastran, y pese a ser consciente de ser poco amena, me ceñiré en lo que pueda a las normas.
Me voy a remitir al Código Ético del CS (conferencia mundial deportiva). Berlín 2003. Y a un artículo publicado al respecto cuyo titular me ha llegado “El deporte es una actividad sociocultural que permite el enriquecimiento del individuo en el seno de la sociedad y que potencia la amistad entre los pueblos, el intercambio entre las naciones y las regiones y, en suma, el conocimiento y la relación entre las personas”.
Como deportista que fui muchos años ahora me gustaría hablar de lo vivido. Y me gustaría contrastar con los no profesionales que conozco, y que nos matamos por intentar ser los mejores… mis experiencias; pero por ahora me ceñiré a la legislación.
El deporte contribuye a mejorar la relación, el conocimiento y la expresión corporal. Es un factor de integración social, fuente de disfrute, salud y bienestar. La realización de estos valores permite la participación en la sociedad desde unas pautas distintas de las que a menudo constituyen las actitudes sociales más convencionales.
Estas pautas de participación y relación social deben contribuir al desarrollo de determinadas sensibilidades, como la del respeto a las distintas nacionalidades y razas, al medio ambiente y a la calidad de vida como factores de convivencia social.
La preservación de estos valores hace necesario que el deporte recupere algunos de sus elementos tradicionales y que, por tanto, el respeto a las reglas del juego, la lealtad, la ética y la deportividad sean elementos de vertebración de los participantes en el mismo.
Para fomentar, impulsar y contribuir a la realización de estos fines y valores, es conveniente considerar un Código Ético a fin de conseguir que se establezcan nuevas pautas de conducta y comportamiento de los estamentos participantes en el mundo del deporte, entidades, clubes, deportistas, técnicos y dirigentes deportivos.
El Código parte de la consideración de que el comportamiento ético es esencial tanto en la actividad como en la gestión deportiva. Dicho comportamiento permite encauzar la rivalidad y la controversia deportiva desde unas pautas diferentes y socialmente aceptables que puedan producir ejemplaridad frente a otras formas de relación social.Deportividad
– Es fundamentalmente el respeto a las reglas del juego. Pero también incluye conceptos tan nobles como amistad, respeto al adversario y espíritu deportivo. Deportividad es, además de un comportamiento, un modo de pensar y una actitud favorable a la lucha contra la trampa y el engaño. La deportividad es una concepción del deporte que trasciende del puro cumplimiento de las reglas deportivas para situarse en un entorno de respeto, caballerosidad y consideración del adversario, superando posiciones ordenancistas a favor de una serie de comportamientos que tengan el sello propio de quienes aceptan el compromiso de ser deportivos.
La deportividad es ante todo un principio positivo. La sociedad se enriquece con la práctica deportiva y con lo que la misma supone de fomento de los valores de la personalidad más elevados, a la vez que con el intercambio personal y social que el mismo supone. El deporte ayuda a conocer mejor, a expresarse y a desarrollarse en un entorno social en el que se valore la salud y el bienestar.
La responsabilidad en el cumplimiento de estos preceptos afecta a las administraciones deportivas por su especial significación pública, los responsables del deporte a nivel gubernamental, autonómico y municipal, son los primeros que vienen obligados a dar ejemplo de deportividad, midiendo al máximo la repercusión de sus actuaciones y declaraciones públicas y velando por el interés general en sus actos de trascendencia deportivos.
Especialmente, deben velar por la conexión entre deporte, educación y cultura, y por la forma de subsumir y adaptar esta a las condiciones esenciales de la práctica deportiva, a las organizaciones vinculadas con el deporte, las federaciones deportivas, clubes, asociaciones; y todo ente de carácter y promoción deportiva deben asumir su responsabilidad para que su gestión, administración se ajusten a los criterios de deportividad, de respeto a las normas y reglas deportivas, a los rivales y a los deportistas procurando que su actuación pública haga gala de esos valores; a las personas y específicamente deportistas, padres, educadores, técnicos, árbitros, directivos, así como los deportistas de la alta competición que sirven de modelo que deben guardar un comportamiento de respeto y compromiso con la deportividad y, finalmente, a los deportistas y dirigentes deportivos que por su especial protagonismo público y por el eco de sus actuaciones deben acreditar un comportamiento ejemplar que sirva de modelo a todos los demás actores del mundo del deporte, en especial a los niños y adolescentes; reprobar las actitudes favorables a la violencia, adoptar personalmente una actitud contraria a la deslealtad de terceros e imponer las sanciones adecuadas a aquellos comportamientos que acrediten insolidaridad o adulteración de una competición.
Los deportistas, técnicos y dirigentes deportivos deben respetar las decisiones de los jueces deportivos, aceptando sus resoluciones y ejerciendo su legítimo derecho a los recursos que establezca la legislación vigente; deben acreditar que la deportividad y el respeto a las normas del juego están por encima de sus intereses y que tanto en la victoria como en la derrota, tanto en el éxito como en la decepción, su comportamiento público se ajusta a los principios de respeto al adversario, y de expresión de legítimo orgullo sin menoscabo del rival.
Lydia Meléndez Lazo
Directora de Meléndez Abogados