#DesdeElOtroLadoDelCharco | Una guinda difícil de tragar
Me siento como novia abandonada en el altar. Si algo faltaba para hacer mi día miserable, ha sido desayunarme con la retirada de Zidane.
Mi artículo inmediatamente previo concluía con lo que quiso ser un guiño simpático y a minutos de publicado se convirtió en un salto al vacío. Cuando decía que ‘Zidane sabe ponerle la guinda al pastel’ pretendí significar que sobraban garantías para que como madridistas mantuviéramos la calma ante la ola de rumores acerca de la partida del plantel en pleno, la estampida irracional de incorporaciones, los infundios y desvaríos de una prensa venal en plena zafra veraniega.
Mal imaginaba que la guinda sería una cápsula explosiva, un chasco de mal gusto, una ampolla de acíbar que nos estallaría en la cara. O quizá una intuición inconsciente me lo estaba dictando contra mi propia voluntad o mi deseo manifiesto. Acaso eso haga que me sienta más cretina. Los alegres idiotas fuimos nosotros que embargados por la euforia de la obtención de nuestra 13ª Champions no fuimos capaces de advertir las señales.
Mientras alzábamos trofeos y discutíamos con los haters que insistían en tildar a Sergio Ramos de ‘sucio’, ‘cerdo’, ‘asesino’ y ‘desleal’; mientras nos indignábamos un poco -tampoco demasiado- con las declaraciones de Cristiano que dejaban entrever su posible salida del equipo; mientras estirábamos las piernas para empezar a andar el camino hacia la 14ª; nos pasamos de leer la entrelíneas de los discursos y sobre todo de los silencios.
No conjeturamos que la negativa de Cristiano a confirmar su continuidad entrañaba algo más que el empeño egoísta de acaparar la atención con un capricho cuando no había conseguido ganársela con goles; que había algo subyacente, una sospecha o una certeza de que se avecinaban cambios radicales.
No sospechamos siquiera de la austeridad de las palabras de Zidane al cabo del partido. Del silencio posterior que se extendía por días y días. Hasta que habló y se nos cayó la estantería.
Veo que muchos colegas madridistas están llenando las redes de elogios actuales y pretéritos al paso de ZZ por la dirección técnica del club; observo una catarata de mensajes de gratitud y esperanza. Quisiera estar a la altura de tanta hidalguía, pero no puedo evitar sentirme traicionada.
Vale aclarar que no cambiaría un ápice de lo que he escrito en la nota mencionada y otras anteriores en cuanto a las condiciones, jerarquía y calidad profesionales de Zizou; sólo me cabe suprimir los adjetivos posesivos cada vez que lo he llamado ‘nuestro’. Y eso me resulta más doloroso que si me hubiera visto en el brete puntualizarle fallos, señalar errores garrafales y catastróficas derrotas.
Quisiera convencerme de que su decisión ha sido provocada por una amenaza de ISIS sobre él y su familia o que acaban de informarle que padece una grave enfermedad. Lamentablemente no me sale muy bien el papel de noble ingenua.
Me cuesta pensarlo como un ser vil y miserable, que nos tuvo engañados con su sonrisa cordial y su aura encantadora. Quiero negarme a creer que todo fue un ardid para tenernos envueltos hasta que de un tirón desató el lazo y saltaron sapos y culebras. Me esfuerzo por quererlo así, pero tan pronto bajo apenas la guardia, entreveo al tierno ratoncito Ratatouille -con quien lo comparaba hace tan sólo un rato- transformándose en el roedor refranesco que abandona el barco.
¿Es que estamos haciendo agua y tampoco nos damos cuenta? ¿Estaremos ante un caso caja-de-Pandora y no nos avisaron? ¿Terminaremos dándole la razón a los encabezados fatalistas de As, Sport y Mundo Deportivo? ¿Es que siempre terminan ganando los malos?
Saben los que en algo me ha ido conociendo, que fui incondicional de Zidane desde su llegada. Espero que comprendan entonces que me sienta defraudada. No dejaré de ser del Real Madrid por causa de su fuga. Supe ser incondicional de Mou y a su partida tampoco se conmovieron mis principios. Confieso que en el caso del portugués hasta recibí la noticia con cierto alivio en vista de sus últimos meses en la casa. Pero de algún modo siento que he llegado al fin de un ciclo también en mi fuero interno.
Acaso me ha llegado la hora de moderar los entusiasmos, de no confiar tanto en los enamoramientos de los buenos momentos, de confundir alegrías con felicidad, de aprender a disfrutar los éxitos sin perder una dosis de escepticismo preventivo. No será lo mismo, lo sé. Madurar también tiene sus desventajas.
Quizá me convenga callar también por un tiempo. Desensillar hasta aclare y dejar de escribir por una temporada. Sin planteármelo como una renuncia o disfrazarlo como un gesto hidalguía, sino asumiendo y reconociéndolo abiertamente como un rapto más de egoísmo.
Texto: @juliapaga
Foto: Realmadrid.com