El Rincón de Apple Tree | Un título en Navidad
Han pasado casi 24 horas desde el partido y todavía me emociono viendo las imágenes, tuits y el propio juego, que tengo puesto en la tele por segunda vez. No paro de recordar jugadas, caras y declaraciones de los protagonistas del encuentro. Exhaustos y sonrientes por escribir un capítulo más de este ciclo maravilloso que nos ha tocado vivir.
Desde el partido de Murcia, los comunicados del Real Madrid eran monotemáticos para anunciar nuevos contagios en la plantilla, que iban engordando la lista de bajas del equipo de Laso. Primero Poirier, luego Yabusele, Randolph y Núñez de una tacada. El run-run de la suspensión era cada vez mayor y se hacían cuentas sobre los jugadores disponibles en la plantilla y sobre el estado físico de Rudy, tras la sobrecarga del último partido. La jornada se tornaba en quimera y hecatombe bíblica que emborronaría estas Navidades blancas. Nadie daba un duro por la victoria.
El encuentro no se suspendía pues había 8 jugadores sanos. El equipo entrenaba con mascarilla, el CSKA viajaba a Madrid y la Comunidad de Madrid no decretaba la emergencia sanitaria necesaria para cancelarlo. Cuando todo parecía abocado al desastre, se anuncia una nueva baja: Hanga también contagiado, y Laso reaccionaba… ¡convocando a otro chaval de 17 años! ¿Estamos locos o qué? Pensaba la afición, pero “envido más”, parecía decir el entrenador blanco.
El desastre se mascaba en las redes sociales. Unos cargaban contra la Euroliga por no suspender, otros contra el Madrid por no forzarla, y otros nos íbamos convenciendo que Laso quería jugar. Las señales que estaba mandando así lo decían. Y como en otras ocasiones he comentado, Laso tenía un plan.
El partido del jueves fue otro ejemplo más de lo que este ciclo de Laso está regalando a sus aficionados. Un equipo formado por dos veteranos de relumbrón (Llull y Rudy), un gigante descomunal (Tavares), un especialista defensivo en horas bajas (Taylor), un nuevo fichaje que no acababa de explotar (Niguel Williams-Goss), un proyecto de jugadorazo que parece estancado (Vukcevic) y tres chavales de 17 años que fueron llamados de urgencia para completar el equipo (Klavzar, Garuba y Miller).
Volviendo al símil épico del partido, se me asemeja (cómo no) a la memorable batalla de “El Abismo de Helm” de la trilogía del anillo, donde una horda infinitamente superior de Uruk-Hai criados por Saruman, asaltaba el último refugio de Rohan, donde un reducido número de hombres, un puñado de elfos de última hora un par de hobbits y un enano se abocaban a una muerte segura ante semejante y temible ejército.
Y así se desarrolló el partido. Un Madrid orgulloso y motivadísimo empezó a zarandear a los temibles rusos. La salida fue espectacular. Cuatro robos al inicio y un 11 – 0 de parcial que enganchó a la grada y dejaba claro que el equipo estaba convencido de que la gesta era posible. Chus Mateo puso a Garuba de titular a pegarse como una lapa a tipos curtidos como Hackett o Clyburn, contagiando al equipo de este espíritu joven y descarado. Luego Klavzar anotando, como si fuera un partido más con los juniors. Las flechas volaban certeras, las escalas eran rechazadas, y la fortaleza contenía al enemigo. ¿Sería posible aguantar los 40 minutos?
Pero nadie dijo que fuera a ser fácil. Los planes pueden salir bien, pero hay que continuar luchando, expulsar hasta la última gota de sudor y contar con que las cosas se pueden torcer. Y así fue en el segundo cuarto. Tavares necesitó un descanso y el equipo se resentió. Balones a Milutinov que iba ganando terreno en la zona, los triples rusos empezaban a entrar, al igual que el cansancio hacía mella en las tropas blancas. El agujero en la muralla de la fortaleza, provocado por la magia negra de Saruman, parecía acabar con la resistencia inicial blanca y había que reagruparse en la Ciudadela del vestuario para rearmarse y volver a plantar batalla.
Tras el descanso, “volvemos al juego”, como suele decir el speaker blanco, Pedro Bonofiglio, que dirigía a las huestes de la grada, el Madrid se agarraba al resultado. Se mantenía el espíritu, pero parecía que se empezaba a escapar el partido. Pequeñas ventajas rusas que iban acorralando a los blancos hacia los últimos reductos de la Ciudadela. Aún así, se acaba con un marcador igualado a falta del último cuarto.
¿Aguantaría la el Madrid el arreón final? Las obligadas minutadas en algunos jugadores empezaban a sentirse y daban muestra de cansancio y desgaste. Y entonces, casi como si lo estuviera en el guion de esta epopeya, surgió (otra vez) la figura de Sergio Llull, como Gandalf montando a Shadowfax con el sol a sus espaldas, para acertar, en el momento adecuado, con dos triples seguidos, que abrieron una brecha en el marcador que los moscovitas no pudieron cerrar. Es más, la defensa del Madrid con otra exhibición de Rudy, dejó la anotación moscovita en unos mínimos 10 puntos en el último cuarto. Se había resistido contra todo pronóstico y se había derrotado a un rival (en teoría) muy superior. La grada era una explosión de alegría y orgullo que reconocía la barbaridad que acababan de presenciar. Un título en diciembre, para la vitrina de cada aficionado.
Esto es lo que este ciclo de Laso nos está dejando a los aficionados. Una acumulación de títulos desconocida en la sección desde los tiempos de Lolo Sainz, y algo que no llena las vitrinas del club, pero sí la memoria del aficionado. Y vaya que si los llena. Esa sensación única de hacer posible lo imposible, de montar al espectador en una alfombra mágica y hacerle flotar durante determinados momentos del partido o durante el partido entero. Esa manera de tocar la fibra sensible del espectador es de valorar como un tesoro durante la temporada, sin ninguna copa en juego. Ese partido perdura en la memoria y se recuerda incluso más que algún título de los “supuestamente ganados porque no quedaba otro remedio”.
La gesta del jueves pasado entra directamente a mi top de tesoros de la memoria del “Laso team”. Muchos de ellos perdiendo. A saber, enumeradas cronológicamente:
- La victoria de paliza contra el Barcelona en el G3 de la final ACB de 2012. Igualmente se perdió la final, pero tumbar de esa forma a un equipo campeón como el de Xavi Pascual, que nos llevaba dominando un lustro, fue una sensación como “el despertar de la fuerza”.
- El primer cuarto de la final de Euroliga contra Olympiakos de 2013. Luego se perdió, pero ese cuarto inicial de fuegos artificiales fue el inicio de la forja de un equipo de leyenda.
- Esa temporada regular europea de parque de atracciones en 2014 incluida la traca de semifinal que terminó en el infierno amarillo de Milán.
- La derrota en la serie de cuartos de Euroliga de 2016 contra Fenerbahce. De sobras recordado por todos, el aplauso final del público ante un equipo que lo dio todo, pero que no pudo con los turcos en esa temporada.
- La Euroliga de 2018. La temporada regular con el gancho por las lesiones y la explosión de Doncic ante las bajas en el puesto de base. El playoff contra el Panathinaikos: tras el “chicken game”, la master class de un veterano Felipe callando al OAKA y el #VuelveLlull al rescate de su Madrid en casa para abrir las puertas de lo que fue la décima.
- Las remontadas de un equipo lastrado por las lesiones y fugas, ante un Efes que sería campeón de Europa, en la serie de cuartos de playoff de 2020.
- La mencionada victoria increíble ante un CSKA con un equipo de hospital de pandemia.
Y es que de eso se trata en esto del deporte. Al menos eso creo yo. Hay una gran parte de la opinión que basa todo su juicio y valoración en contar títulos con aquello manido de “la obligación de ganar del Madrid”. No voy a decir que no haya que ganarlos, pero lograr títulos se da por hecho, aunque es muy complicado, a pesar de que muchos no lo vean así. Ganarse el recuerdo del aficionado, con victorias o derrotas es más complicado. Eso es precisamente lo que este Real Madrid de Laso está logrando. Está dejando una huella que no se posa en una balda de la estantería del salón de trofeos del Bernabéu. Está en el recuerdo de esa afición que reconoce con orgullo haber visto jugar a unos chavales contra unos gigantes y derrotarles. En haber acariciado un título que no se logró, pero por el que se dio todo y no se pudo. En luchar contra todo lo imaginable durante la temporada y no poder reprocharles nada. Con muchos menos motivos, el almirante inglés Vernon tiene como epitafio «Sometió a Charges y en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria» cuando tuvo que volver con las velas entre las piernas tras ser derrotado por Blas de Lezo y un puñado de valientes en el Caribe.
Los grandes equipos se forjan con títulos que se pueden ver y enumerar, obviamente. Pero si además de ello le añades ese poso emocional como todo lo relatado anteriormente, el equipo se convierte en leyenda que se recuerda más allá de si se ganaron dos o tres Euroligas. ¡Cómo jugaba ese Madrid de Laso!, y qué batallas, más allá de finales, tiene para recordar. Y eso es algo que, seguro que el entrenador blanco valora de una manera especial y de lo que se siente particularmente henchido. Ganar títulos es complicado, pero ganarse el reconocimiento de tu afición, incluso perdiendo, es algo al alcance de pocos.
Texto: @DManzano1971
Foto: Real Madrid