El Hámster de Chicago

El Hámster de Chicago

‘Villa Pancha’ fue una canción popular que sonaba con frecuencia en el tocadiscos hogareño; en ella su autor, el músico uruguayo José Carbajal, retrataba con pintoresca bucólica la vida cotidiana de su pueblo natal, que en mi mente infantil se dibujaba como una especie de aldea de libro de cuentos donde la gente pasaba sus días sumida en una placidez provinciana salpicada por notas de folclórica candidez. Quiso la casualidad que muchos más tarde coincidiera en un evento social con el cantor y, venciendo mi natural timidez, me acercara a saludarlo con la excusa de manifestarle cuánto me gustaba aquella tonada escuchada en mi infancia, a lo que el hombre ya curtido en los contrastes del arte y la realidad me respondió sin sutilezas ‘¡Vos no sabes lo que decís, gurisa! Villa Pancha es horrible’.

Una comprobación más de que los parajes remotos en tiempo o distancia tienden a enaltecerse a través de las proezas sus poetas y sus héroes. Como supo padecerlo la profesora de lenguas clásicas que, tras años apostolado docente, logró reunir los ahorros para financiarse el viaje a Grecia y Roma y, antes de dar con las huellas de Aquiles y Patroclo o asomarse a las aguas del proceloso Egeo, se encontró arrastrada por manifestantes enardecidos en medio de una Atenas donde florecían las casas bancarias mereced a la crisis económica; mientras que para alcanzar el Coliseo debió abrirse paso entre oleadas de tifosi romanos agitando banderas rojas en celebración del triunfo deportivo de la jornada.

A propósito de deportes, que es lo que en definitiva nos compete, ignoro si ya se han despachado tours devocionales rumbo a la ciudad de Rosario o siquiera si algún devoto esporádico haya partido motu proprio hacia la cuna del pequeño “messias-del-Barça-y-la-Selección” (sic). Desconozco igualmente cómo se figuran los fieles de la secta la patria de su salvador, mas sospecho que evangelizados por la prensa partidaria, en sus mentes se habrá fraguado la imagen de un enclave paradisíaco al que el iluminado acude a refugiarse del acoso de los flashes repartiendo sus breves licencias entre jornadas de pesca y domésticos holocaustos rodeado de familia y amigos de la niñez.

De ser cierta mi conjetura, el peregrino no podrá menos que sentirse defraudado. Si bien es cierto que el chico que en el concurso de piropos se ganó el epíteto de ‘cara de hámster’ suele dedicar sus escapadas a pescar y hacer asados, la ciudad de Rosario dista mucho de ser una apacible comarca de provincias.

Por el contrario, desde su fundación en épocas coloniales vino cumpliendo con todos los requisitos para convertirse en una orbe hecha y derecha. Quiso la Historia que en ese paraje a orillas del río Paraná fuera izada por vez primera la enseña celeste y blanca que al cabo de las luchas independentistas iría a convertirse en el pabellón nacional. Recibió a los primeros contingentes organizados de inmigrantes europeos que con la fuerza de sus brazos y sus ideas irían imprimiéndole una identidad propia. Vio la gestación en sus albores de luchas agrarias y sindicales, de tendencias políticas y de movimientos culturales. Artistas de todos los órdenes nutrirían desde antaño teatros, redacciones, pantallas y micrófonos del todo el país; de entre sus músicos más jóvenes surgió una de las ramas más distintivas del rock nacional; sus atletas se lucieron en escenarios deportivos del mundo entero. Incontables fueron los nombres de relieve que surgieron de los confines rosarinos sin sospechar que estaban llamados a quedar relegados a un plano inferior cuando el Creador dispuso que allí viera la luz el Elegido.

El viajero que arribe a la ciudad de Rosario en pos de las raíces del ídolo de mesita luz, se hallará de pronto en medio del segundo puerto fluvial en importancia de la Argentina, después Buenos Aires, y tercer centro demográfico. Situada en un punto estratégico dentro de la región agropecuaria más poderosa de la nación; con una intensa actividad mercantil, industrial y bursátil; con universidades, estadios y grandes almacenes; con restaurantes de categoría, hoteles de lujo y grandes casinos; y con garitos, burdeles y una extendida red de tráfico de estupefacientes sostenida por bandas rivales que, nutridas en buena proporción con el aporte de mano de obra provisto por las barras bravas de los clubes de fútbol locales y el respaldo de de una dirigencia pródiga en comprar impunidades, durante las últimas décadas se han venido disputando en encarnizados enfrentamientos el control de vastas zonas de la población. No de balde esta pujante metrópoli ha sabido granjearse con pleno derecho el mote de ‘la Chicago argentina’.

En cambio, las huellas del 10 son escasas, casi nulas, en el distrito que lo vio nacer. Quizá los operadores turísticos aún no atisbaron los atractivos de organizar una ruta messiánica, con santuarios, museos y monumentos conmemorativos; o es que realmente a causa de su temprana partida, el muchacho no dejó suficientes mojones como para trazar un camino a semejanza de Stephen Dedalus en Dublín, José Cemí en La habana o Maradona en Nápoles. Tampoco han sido relevantes las contribuciones del propio interesado a forjar ese imaginario: ni grandes inmuebles, ni emprendimientos comerciales individuales, ni representaciones de firmas internacionales para radicar en el mercado local. Sin caer en el pecado de renegar de sus orígenes, reconozcamos que el muchacho ha sabido mantenerse a prudencial distancia de los devenires de su pueblo.

En concordancia con su estatura, se ha vuelto un epígono de lo que llaman perfil bajo. Desempeña poco más que una suerte de presencia tangencial en su provincia, colaborando de vez en cuando en alguna obra de beneficencia a través de su fundación, cuyas erogaciones suelen ser bastante inferiores a las donaciones recibidas según han detectado los últimos balances fiscales; pero lejos de toda suspicacia, quién dudaría en atribuir esas pequeñas diferencias de caja a la ya habitual abulia de sus administradores de confianza.

Si algo es de justicia reconocerle es que, contradiciendo su nombre de pila, el chico de los cinco balones dorados no se mete en líos. No en primera persona al menos. Y sus allegados más inmediatos apenas si se han visto salpicados por algunas gotas de tinta destiladas desde esas plumas resentidas que no perdonan el éxito. Su padre fue más objeto de burlas que de penas, al cabo de aquella recordada audiencia en la que su eximio vástago le echó encima el fardo de todas las responsabilidades en los cargos por evasión al fisco español. A poco de oficializado el noviazgo con la que hoy es su legítima, circularon rumores sobre un vago malestar de parte de su familia política a causa de presiones recibidas de parte de ciertos ‘grupos locales’ en demanda de un incremento en la cuota de ‘contribución’ que a modo de impuesto o seguro extraoficial que suelen abonar los comerciantes locales a fin de garantizar el normal funcionamientos de sus negocios. Sin embargo, esas habladurías pronto se diluyeron probablemente merced al pago del aumento exigido y de alguna que otra gentileza para con la pérfida prensa local y jamás se reportaron inconvenientes o incidentes de ninguna clase que afectaran los almacenes de los afortunados suegros. Verdad es que costó cierto esfuerzo reunir a sendos clanes para la foto de bodas, pero su habrá tratado de una lógica dificultad logística tomando en cuenta la populosa lista de invitados que asistieron a la emotiva ceremonia.

En cambio, quien si ha demostrado un sincero compromiso con la vida y tradiciones locales es su hermano, el del medio. En significativo aporte a la salud física y moral de sus conciudadanos, instaló un gimnasio en centro de la ciudad, sin por ello descuidar la cruzada familiar, distribuyendo su tiempo entre el fitness y la reivindicación del nombre y la reputación del menor de los varones en antologías tuiteras que ya son de fama mundial. Y bien que tanta devoción y sacrificio le han costado su precio, traducido en un frondoso prontuario que recoge procesamientos por riñas, infracciones de tránsito viales y acuáticos (sí, suele colisionar con su lancha por los meandros del Paraná y afluentes), tenencia de armas y alteración al orden público. Para más inri, los malagradecidos de siempre suelen subir a las redes sociales fotografías en las que se lo ve confraternizando con cabecillas de bandas narcos en comilonas, discotecas y juergas non sanctas. A modo ilustrativo, uno de los últimos titulares que le dedicaron los pérfidos pasquines, afirmaba que había sido encontrado inconsciente dentro su embarcación estrellada a orillas del río, bañado en sangre y con varios huesos fracturados, nariz incluida. Un exabrupto de inquina periodística que, fianzas y forenses mediante, quedó resumida en una cirugía maxilofacial y una simple carátula de accidente.

Sería tan aventurado como descortés profetizar que nos encontramos ante un aprendiz de Sonny Corleone. Lo que paga en las historias de gánsters, es poco rentable en el ecosistema del hámster. Los códigos de las familias han cambiado y aunque la ley del último recurso nunca va a caer en desuso, ciertos métodos de urgencia quedan restringidos al repertorio de los estamentos inferiores. Antes de caer tan bajo y multiplicar los riesgos, no faltará el jeque amigo o el amigo del jeque que venga a echar una mano para poner a salvo la imagen, los derechos y la marca que bien sabemos el lucro cesante que acarrean las manchas en el curriculum, así se comprobaren adulteradas o insignificantes.

Durante una entrevista concedida entre un par de partidas de play-station a un magazine argentino, el astro catódico se vio casi obligado a admitir que veía ‘cierta dificultad’ en radicarse en Rosario cuando llegase el fin de su carrera, hilvanando una serie de excusas ininteligibles masculladas como con los carrillos cargados de pipas. En ratificación a las lamentaciones de sus antiguos vecinos que amenizan las ‘notas-color’ en las previas de los partidos, el hijo pródigo cada vez retorna menos a la tierra donde sólo una vez alcanzada la fama mundial lo empezaron a mirar como profeta. Ahora ya no sólo espacia cada vez más las visitas al terruño, también a empezado a espaciar sus presencias en los partidos de selección. Conserva todavía la delicadeza de asistir a los entrenamientos, pero quién sabe cuánto habrá de durarle el hábito. Y de algún modo está bien que así sea.

No hace falta un brevet de pitonisa para imaginar que para su retiro preferirá el sol mediterráneo donde ya ha sentado sus bases, su mansión y su restaurant y ahora su flamante hotel, la tienda de modas de su mujer, tres hijos catalanes, un perro de pedigree para decorar su cuenta de Instagram y vaya uno a saber cuánto más habrá acumulado hasta que le llegue la hora de colgar los botines.

Todo anuncia un final programado y apacible, sin grandes titulares, sin debacles estrepitosas, ni escándalos personales, ni un antidoping positivo. Podría ser diferente, claro que sí, y hasta contaríamos con fundamentos para sustentar augurios de ese tenor. Pero a veces la realidad aprende la lección de las novelas. Así como Vito Corleone eligió sus jardines de Long Beach para pasar sus últimos días apenas alterados por un infarto fulminante, las tibias costas Casteldellfels no parecen un paisaje contraindicado para que el usufructuario transitorio del eslogan ‘el mejor jugador del mundo’ (?) escoja disfrutar del ocaso.

Lejos de toda interpretación malintencionada, ni ánimo alguno de entrar en comparaciones, tampoco estaría demás tener presente que una trayectoria no menos rutilante y sí mucho más tangible como la de Al Capone se desplomó por razones bastante menos heroicas y sus años postreros transcurrieron en aposentos considerablemente más sombríos.

Texto: @juliapaga

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