#DesdeElOtroLadoDelCharco | Míster Chef
El fantasma del verano recorre Europa. Los días se prolongan al tiempo que faldas y mangas amenguan; las terrazas de los bares se van poblando de sedientos parroquianos; los turistas emprenden su parsimoniosa invasión por las localidades costeras y mientras la displicencia balnearia se instaura como modus vivendi por defecto, se cierne amenazante el bochornoso augurio de semanas corridas ayunas de fútbol.
El oprobio puntual e inexorable de cada año, ese ciclo de reminiscencias cuaresmales sin partidos de liga, ni torneos de copa; sin crispaciones al borde del área, sin polémicas sobre formaciones, sistemas, arbitrajes, bolas frías o calientes; sin provocaciones, guasas y pataleos. Para los fanáticos clubistas el pronóstico prevé sequía de emociones, apenas interrumpida por alguna gira internacional y uno que otro de esos amistosos de precepto para cumplir con los espónsores.
De este lado del charco y varios meridianos al sur del Ecuador el horizonte se torna más espeso. A medida que los fríos invernales nos van envolviendo y la reclusión doméstica pinta como el plan más tentador, nos aprestamos de buena gana a practicar vida de sofá y, en vez de leños ardiendo en el hogar, mirar una tele que, de pronto, nos ofrece una programación tan desoladora como alacenas vacías. ¿Acaso la pasiones deportivas no constituyen un alimento tan nutritivo como el más sustancioso de los víveres?
Sin embargo, todo indica que se ha urdido una conspiración universal para ponernos a dieta y, como si no bastasen las penurias de la abstinencia, este año cae con Mundial incorporado; ese evento que la FIFA organiza cada cuatro años para que vean fútbol los que no gustan del fútbol. Una tesis de antaño establecía que los Mundiales eran cosa de críos y mujeres, postulado que hoy sería inadmisible bajo la férrea normativa de correcciones, equidades, inclusividades y mojigatería imperante, y ni por todo ello menos cierto.
A falta de nada peor, el calendario nos depara un mes entero de encuentros entre equipos anodinos, integrados por jugadores que a gatas se han visto las caras y la del entrenador casi nunca; que, siendo optimistas, quizá coincidan en algún entrenamiento, mas lo usual es que la mayoría recién se conozcan al llegar al aeropuerto. Un mes copado por seglares devenidos en hinchada, multitudes indoctas revestidas ad nauseam de prendas y cotillones alusivos, soplando pífanos de juguete y tañendo tambores de material plástico, agitando insignias patrias y profiriendo grititos estridentes cada vez que las pantallas proyecten la imagen de los ídolos nacionales.
Como han de colegir, lejos de toda modestia me jacto de haberme mantenido al margen del fútbol de selecciones mi vida entera. En buena medida contribuyó a ello haber sido testigo presencial en edad muy temprana de la apoteosis chauvinista de Argentina ’78; España ’82 me pasó de largo opacada por la guerra y la baja performance del conjunto de Menotti; Italia ’90 fue el primer mundial que observé con cierta curiosidad, confieso más atraída por las estrofas de Un estate italiana que por el despliegue deportivo. La cobertura, ya en calidad de cronista, de la participación del combinado uruguayo en las eliminatorias para USA ’94 completó el proceso de inmunización; cuando aprecias de cerca y de continuo la dinámica de un grupo de concentrados, no hay mística, ni identificación, ni empatía, ni siquiera mera inercia que no se vuelvan insostenibles.
No obstante, con el correr de los años he observado que los mundiales ofrecen condiciones sumamente propicias para la vida contemplativa, para el descubrimiento de dones escondidos y la germinación de las virtudes, y para las listas de deseos. Ese medio aséptico, con su clima de cordialidad prefabricada, fraternidad de utilería y pompa forzada, suele ser caldo de cultivo para el surgimiento de talentos ocultos, nombres generalmente de procedencia ignota prestos a convertirse en las jóvenes promesas que, si la oportunidad o la gracia los amparan, llegan a hacerse realidad en el fútbol de élite. Vale decir, los jugadores que querremos ver llevando nuestros colores la próxima temporada.
Así pues el verano es tiempo sin fútbol, es tiempo de contemplación, es tiempo de ferias y de mercados (de transferencias) y es tiempo fábulas.
Coincidiremos, imagino, en que la de la cigarra y la hormiga es la fábula estival por excelencia y por ende lo es también del periodo de pases. Aunque las formas, los personajes y los ejes de poder hayan ido mutando, los arquetipos antagónicos de la entomología esopiana se mantienen siempre vigentes y bien representados en la fauna que anima los negocios del fútbol.
Décadas pasaron desde aquellos contratistas precursores que partían de Sudamérica con las maletas cargadas de videocasetes y carpetas de recortes, cual buhoneros, a peregrinar por las oficinas de los clubes europeos ofreciendo un surtido de ‘diamantes en bruto’ y ‘genios innatos’. Atrás han quedado los gloriosos ’90 cuando en cualquier pueblito de provincias podía aterrizar un helicóptero del que descendía Silvio Berlusconi en genio y figura, se apersonaba contrato en mano hasta el domicilio del jugador estrella del cuadro local con una ‘oferta que no podía rechazar’ y se volvía a Milano con el chico, sus atónitos progenitores y un par de hermanas si cuadraba, con casa, empleo y documentación en regla asegurados.
La colocación de un futbolista ahora es asunto de empresa, departamentos de publicidad y finanzas, asesorías de imagen, controles clínicos y psicológicos, plataformas de marketing y redes de contactos. Los jets particulares del oriente lejano y cercano se desplazan en todas direcciones para satisfacer los caprichos de jeques y magnates de viejos imperios y socialismos perimidos. Aunque por fortuna no faltan, para amenizar, las esposas que manejan las carreras de sus maridos desde cuentas de Instagram, ni la inefable abuela de Donnarumma que sin remilgo alguno no duda en interceptar al directivo que se le ponga en frente en cualquier playa napolitana en pleno ferragosto.
Como sea, representantes, jugadores, presidentes, gerentes deportivos; todos los actores de este elenco se reparten más o menos parejamente entre ambos papeles. Por un lado, las laboriosas hormigas que desde los primeros deshielos acometen el trillo retomando su rutina de recolección, perseverantes y atentas a seleccionar las provisiones más adecuadas y suficientes para que con la caída de las primeras hojas no falten refuerzos y hasta golosinas para pasar el invierno.
Las cantarinas cigarras, entretanto, se lo pasan de tablado en tablado entonando coplas quiméricas hasta que el fin de la estación las sorprende al descampado, sin vituallas ni leña que llevar a la guarida. Entonces, por obra de una metamorfosis descabellada incluso para la inventiva de Ovidio, mutan en agriadas zorras que achacan el fracaso de sus zarzuelas a unas uvas que no estaban en su punto, un punto que siquiera se molestaron en comprobar. Y declararan con alegre cinismo que de pronto “se cayeron las negociaciones”, “la cláusula superaba lo pactado en primera instancia”, “era una cultura muy difícil de adaptarse”, “el fax no llegó a tiempo” y se apartan con la cola entre las patas, lejos de las luces y los micrófonos que tanto les empalagaban, libradas a la suerte o la misericordia que les agencie un conchabo de último momento.
A todo esto los entrenadores también hacen su lista de la compra, pero al inicio de la pretemporada se las tendrán que arreglar con lo que encuentren en la despensa. De la condescendencia de la directiva y las arcas del club dependerá cuántos de los elementos solicitados lo aguarden en el campo el día de la primera práctica. A veces alguna presencia tan desconcertante como desconocida les gana su simpatía al entrar en contacto con la pelota y entonces vale la pena rediseñar los planes.
Se me hace que la labor del técnico está emparentada con la del chef que, internado en su cocina, entre fogones y marmitas, sopesa y analiza los ingredientes que meterá en la olla. Determina la medida y el procedimiento de cada plato, diseña el orden y la presentación del menú que pondrá en la cancha en el próximo convite.
Los veo como artesanos que hacen lo que pueden con lo que tienen, pero ni cocineros ni entrenadores lo hacen igual y he aquí la marca que los distingue. Algunos se fían sólo de recetas tradicionales, fórmulas que funcionan aunque no siempre satisfacen las expectativas del comensal o se adecuan al carácter de la partida. Sabes que con ellos vas a comer bien, aunque no necesariamente lo que te guste o necesites.
En el extremo opuesto, están los innovadores contumaces, los perpetradores de la gastronomía molecular y otras tendencias de la culinaria moderna que parecen más orientadas al espanto que al deleite o al sustento. Productos de un bizarro vedetismo tan poco convincente como el trifle
de tortilla, el cupcake de paella o la desconstrucción de brownie; persiguiendo la extrañeza olvidan la efectividad, hacen de la mesa y del juego una experiencia funambulesca de la que sin duda sales estupefacto pero raramente ganador.
Otros, por fin, acaso apremiados por las circunstancias, se aferran a la contundencia antes que al sabor; aplican el criterio sólido y austero de comedor de colegio. Hacen su trabajo y a veces hasta dejan deslizar una pizca de sazón particular. Mas pronto se hacen predecibles y en esa monotonía reside justamente su debilidad.
Empero nuestro chef de cuisine es un ejemplar fuera de serie. Me gusta imaginar a Zidane como el ratoncito de la película Ratatouille, ese personaje casi invisible, dotado de un sentido del gusto y olfato privilegiados, capaz de administrar con precisión de laboratorio y genialidad de artista la composición y las proporciones exactas de cada mixtura.
ZZ es consciente de que está guisando para convidados de famélica impiedad y exigencias sibaríticas, pero cuenta con la intuición y el savoir faire que le permiten elegir, dosificar y combinar con minuciosidad los componentes que debe emplear en cada partida. Sabe que algunos desafíos demandan la recia consistencia de la cocina ibérica y en otros se aviene mejor la ligera sencillez de la mesa mediterránea. Es capaz de percibir cuándo hará falta una pizca del calor de las especias del Africa o los vívidos colores del Caribe; cuándo se impone la untuosidad de las mostazas germánicas o el vigor de las cocciones centroeuropeas.
Conoce asimismo los secretos del punto y aliño de cada pieza, cuándo deben tomarse frescas, recién cogidas de la planta y cuándo conviene dejarlas madurar en su rama o someterlas a una etapa de maceración; o en cambio ponerlas a congelar para tallarlas nuevamente desde el hielo.
Nuestro Míster-Chef reinterpreta tanto la índole de la materia prima de que dispone, como la de los comensales que irán a juzgarlo en cada nueva ocasión y actúa en consecuencia para que ningún paladar se vea defraudado, para que todos se vayan bien servidos.
Entramos ahora en compás de espera y nos empieza a asaltar la ansiedad que provocan los apetitos demorados. Muchos ya están aprovechando para meter cuchara y entreverar las cazuelas; si nos dejamos guiar por las fabricas de rumores, daría la impresión que se nos avecina una hambruna feroz o una migración salvaje. Si reunimos los titulares de los medios de prensa, creeríamos que está por producirse un éxodo masivo en el plantel y que legiones de nuevos fichajes llegarán al club estos meses.
Horas previas a la Final de Kiev, Cristiano nos devolvía a la calma durante una entrevista en la que afirmaba: «Llevo aquí ocho años y siempre se habla de 50 jugadores que van a venir y al final no viene nadie. En septiembre van a venir muchos jugadores y al final los que llegamos a las finales somos siempre los mismos”. Antes de llegar a posar mano en la orejona recién obtenida, vagaba por la cancha dejándonos en ascuas respecto a su propia continuidad.
Es verdad que a los madridistas nos caracteriza cierta glotonería de glorias y calidad. Pero que nuestras nuestras veleidades gourmands no nos lleven a dudar de la excelencia del artífice de la carta del Real Madrid, un técnico cordon blue a la altura del prestigio y el legado de un club que bien podría identificarse como el Tour d’Argent en la historia de los deportes.
Zidane ya no tiene que demostrarnos que sabe ponerle la guinda al pastel. C’est tout!
Texto: @juliapaga
Foto de portada: GOAL