Cristiano Ronaldo y el móvil por Dani Benavides
La irrupción de un teléfono móvil en un partido de fútbol no debe resultar extraña. Corría el año 1997 cuando Dely Valdés celebraba un gol con una llamada desde el aparato de la discordia. Era la última jornada de liga antes del parón navideño. Con el gol de Dely el Oviedo se imponía al Real Madrid de Hiddink por 1-0. La celebración no había sido espontánea. Era algo premeditado por el panameño. Se había inspirado en una campaña publicitaria de una compañía de telefonía móvil: “Hola soy edu. ¡Feliz navidad!”.
Lejos de que se le criticara por tal frivolidad, los periódicos aprovecharon la estampa para configurar sus portadas del día siguiente. No recuerdo ninguna voz refractaria. Nadie aludió a la importancia que el panameño había dedicado a la celebración. A que podía haber otorgado preeminencia a un aspecto exógeno al juego.
En los análisis sobre la imagen de Cristiano con el teléfono nadie ha evocado al pionero, ni se ha precisado que el portugués no tenía por objeto llamar la atención, ni dar que hablar a diferencia de Dely. Los que han optado por participar en las descalificaciones tampoco han retrocedido en el tiempo y se han situado en el año 2012.
Un codazo de David Navarro suponía una herida en el párpado izquierdo del portugués. El colegiado no sancionó la acción ni con falta. El portugués se opuso a los consejos médicos. Con el ojo ensangrentado quiso seguir jugando. Recibió unos puntos de sutura. La incomodidad habría frenado a otro futbolista. A él, no. En un partido durísimo, ante un equipo aguerrido, aleccionado para excederse, Cristiano abría el marcador.
Cuando vi al portugués sufrir una hemorragia no pude evitar la reminiscencia del Ciutat de Valencia. Cristiano es un profesional intachable. Único en su especie por no diluirse ante una entrada violenta o ante un acto de mala fe. Nunca solicitará el cambio. Y apremiará a los médicos para que le proporcionen el vendaje que haga falta para seguir ayudando a su equipo.
En cambio, determinada corriente de opinión ha pretendido juzgar la imagen desde parámetros de sexualidad, de vanidad y de hedonismo. Como si Cristiano cuando salta a un terreno de juego solo pretendiera preservar su imagen. Si así fuera, no saltaría con los David Navarro y Pablo Alfaro de turno. No habría metido el pie en determinados lances. En territorios hostiles como el Reyno de Navarra habría pedido el cambio o se habría borrado para no jugar.
En la historia del fútbol siempre han existido grandes futbolistas que se han excluido para evitar un partido en el que podían salir magullados. Durante varios años al Madrid le costaba llevarse los puntos de El Sadar, y hablando con los futbolistas navarros, te reconocían sin pudor que salían con violencia para amedrentar a determinados jugadores.
¿A qué Cristiano no ha sido uno de ellos? ¿A que Cristiano nunca ha evitado una disputa por alto con cualquier defensor? ¿A qué le ha importado poco su aspecto físico con tal de seguir jugando? ¡Aunque tuviera que portar un aparatoso vendaje!
Por todo ello considero absolutamente aberrantes los juicios que se han deslizado en los últimos días. Yo mismo fui futbolista en su momento. En un salto en un entrenamiento recibí un cabezazo que me provocó la pérdida de dos piezas dentales de golpe. Me impresionó tanto la cara de perplejidad de los allí presentes, que me preocupé. Solo quise ir al baño para contemplar la sangre que se derramaba.
Lo que hizo Ronaldo entra dentro de la normalidad humana. Querer ver el alcance de la hemorragia es extensible a todos. Lo que hay de diferente es la figura a la que había calificar. Cuando es Cristiano Ronaldo el protagonista, parece obligatorio concluir que su conducta responde a la vanidad. Si es el Dely Valdés de turno, la acción es pura genialidad y merece ser portada informativa del partido.
Son las dos varas de medir. Lo problemático empieza cuando algún madridista cae en la trampa de la distinta medición.