#BlancoYEnBotella | ¡Gracias Laso!
Quiero aprovechar esta ventana que me abre Madridista Real semanalmente para lanzar un mensaje de agradecimiento a Pablo Laso, una persona que me ha devuelto la afición por un deporte que amaba profundamente pero del que una serie de acontecimientos me fueron separando.
Desde tiempo inmemorial, casi desde la Primera Glaciación (que es la que más o menos se debe corresponder con mi provecta edad), el baloncesto fue parte importantísima de mi vida y creció conmigo a medida que crecía la afición por el fútbol y, por supuesto, por el Real Madrid.
Mi afición por el basket nació viendo en el viejo Pabellón aquellas canastas de Corbalán, Brabender, Delibasic, Rullán o Romay. Vibré con aquellos duelos inolvidables entre Audie Norris y Fernando Martín y los maravillosos contragolpes de López Iturriaga, al tiempo que disfruté como un enano en aquellos maravillosos Torneos de Navidad del Real Madrid en el Palacio de los Deportes.
Y maduré como persona mientras padecía, como después disfruté, a Drazen Petrovic (el mejor jugador europeo, junto a Martín que he visto en mi vida) y las canastas de Arvydas Sabonis, y sentí la rabia y la frustración que supusieron sus respectivas marchas a la NBA.
Sin embargo, las prematuras muertes de los citados Fernando Martín y Drazen Petrovic, en especial del primero, que lloré y sentí como si hubiese sido de alguien muy cercano y, sobre todo, los “años de plomo” que vivimos durante años en la sección de basket del Real Madrid, me alejaron casi definitivamente del deporte de la canasta.
Perdí la capacidad de vibrar con cada jugada, con cada asistencia, con cada enceste y dejé de sentirme identificado con una sección, la de basket, que daba tumbos cada año, cambiando de técnicos, de jugadores así como de patrones definidos, que acabó convirtiéndole en un equipo gris y mediocre.
Los oscuros “años de plomo” del basket blanco
Aquello se convirtió en un equipo sin alma, sin jugadores reconocidos ni reconocibles, que se había convertido en una máquina de picar carne y que tocó fondo en 2003, cuando se quedó fuera de los play-off por el título de la ACB por primera vez en su historia.
Una sección en la que, por cierto, se llegó a celebrar como una gran gesta europea el hecho de haber ganado un torneo menor como la ULEB en 2007, esto es casi 15 años después de nuestro último entorchado continental.
Y es que, de hecho, desde que se fueron Petrovic y Sabonis y tras aquella inolvidable Copa de Europa lograda en Zaragoza ante el Olympiacos en 1995, el Real Madrid de baloncesto inició un severo proceso de descomposición, por el cual el equipo desapareció casi totalmente del panorama europeo y en España llegamos a convertirnos en meras comparsas, en especial del Barça.
Desde mediados de los 90 hasta la llegada de Pablo Laso, el Real Madrid vivió una época convulsa, sin apenas éxitos deportivos reseñables.
Pese a unas escasas temporadas muy puntuales, el equipo de baloncesto perdió su identidad y sobre todo su esencia, convirtiéndose en un equipo nada competitivo, en una mera comparsa y dejó de ser aquel equipo dominador, temido y respetado tanto en España como en Europa.
Cabe recordar, por ejemplo, aquel título de la temporada 1999/2000 ganado en el Palau Blaugrana, que tuvo que celebrar en el vestuario ante la caída masiva de objetos que, con mucho “seny” y “humildat” nos lanzaron desde las gradas. O el de la inolvidable remontada y culminada con aquel no menos inolvidable triple de Alberto Herreros que nos dio la victoria ante el TAU en la 2005/2006. Pero poco más…
Una época, como digo, ciertamente oscura en la que mi afición por el baloncesto fue decreciendo a medida que, a pesar de que periódicamente iba a verle al Palacio de los Deportes, a Vistalegre o incluso a la Caja Mágica, para saciar mi apetito de baloncesto.
Pese a ello, mi apego por la sección -como por el basket en general- y aun sintiendo esos colores como propios, había ido en descenso hasta lograr mi casi absoluto desinterés por el mismo.
Laso, el “hombre-milagro”
Visto lo visto, nunca le podré agradecer lo suficiente a Pablo Laso que me reenganchase a un deporte que tanto había amado pero que como pasa en las relaciones de pareja, el tedio, la amargura y los sinsabores, me habían alejado de él.
Pero no sólo quiero darle las gracias a Laso por devolver al Real Madrid de baloncesto a la senda del éxito sino por haber sabido crear un entorno y un ecosistema óptimo para que, con un grupo humano que ha ido cambiando desde que llegó al club en 2011, nunca haya bajado su potencial competitivo. Y, que, con independencia de sus jugadores (tanto los que están desde entonces como los que han ido pasando), han representado como nadie el verdadero espíritu de lucha, de no rendirse ante la adversidad y de la capacidad infinita de sacrifico que están en nuestro ADN como club.
A base de trabajo, sacrificio y entrega, Laso me ha devuelto la pasión perdida por el baloncesto y el orgullo por unos colores.
Recordemos que el vitoriano llegó con el cartel de entrenador de perfil bajo para sustituir a Emanuele Molin, que había sido a su vez, mano derecha de una estrella de los banquillos como Ettore Messina y que, por esas cosas del destino, tampoco llegó a triunfar en Madrid.
Laso llegó al banquillo blanco sin mucho pedigrí en su currículum y, por tanto, el suyo fue un nombramiento controvertido. Sin ir más lejos, yo mismo dudé de su valía y pensé que, una vez más, el club se había equivocado con su fichaje.
Sin embargo, pocas veces he estado más equivocado. Su capacidad infinita de trabajo, su calidad técnica, sus sobrados conocimientos y, sobre todo, su maravillosa mano para convertir cualquier grupo humano en una auténtica familia, han hecho del Real Madrid de baloncesto un referente mundial además de un equipo casi imbatible bajo cualquier circunstancia.
Del cero al infinito de la mano de Pablo Laso
Y es que, si echamos la vista atrás y vemos dónde estábamos cuando se hizo cargo del banquillo blanco y lo que hemos logrado como club a partir de entonces y hasta la última Euroliga, lograda brillantemente este domingo, resulta difícilmente imaginable soñar siquiera que íbamos a estar donde estamos ahora.
Desde 2011 sin parar de cosechar títulos, logrando en siete temporadas más campeonatos para la sección de basket que los que se lograron en casi un cuarto de siglo, lo cual es digno de ser recordado. Y de ser celebrado hasta el máximo.
Sobre todo en temporadas como ésta, en la que a pesar de contar con una plantilla absolutamente machacada por las lesiones y en la que nadie daba un duro por nosotros, los de Laso lograron remontar el vuelo, sacar petróleo de la adversidad y, como tanto les gusta decir a otros, no dejaron de creer (ni de hacernos creer, al menos a unos cuantos) que con trabajo y esfuerzo todo, inclusive la gloria de una Décima Copa de Europa, era posible.
Por eso, en momentos como el actual, hay que decir que los ciclos, por más que sigan siendo ganadores y a pesar de los pronósticos de los críticos, se acaban. Y algún día, cuando vuelvan las “vacas flacas” -que volverán- será el momento de volver la vista atrás y, quizás así, muchos (en especial aquellos madridistas que, incluso hoy día y pese a todo aún dudan de la gestión de Laso) puedan poner en valor lo logrado bajo su mando.
Por tanto, sirvan estas letras desde aquí como modesto agradecimiento y elogio a la figura de Pablo Laso. Una persona a la que siempre le estaré agradecido por permitirme revivir sensaciones y sentimientos que pensaba olvidados. Y por hacer que, una vez más, me vuelva a sentir orgulloso de ser aficionado a estos colores, a esta plantilla y a este cuerpo técnico que representan como nadie los valores y el ADN del Madridismo. Con mayúsculas.
¡Gracias por tanto, Laso! ¡Gracias Míster!
Texto: @djmontero
Foto portada: ElPaís