Blanco Y En Botella | Lorenzo Sanz, in memoriam
Confieso que esto de ponerme delante del ordenador para escribir unas letras se ha convertido en algo muy difícil de hacer, en una tarea casi hercúlea de llevar a cabo. Entre otras cosas porque mis pensamientos y mis energías hace tiempo que han quedado absorbidas por la espiral diaria de dolor y sufrimiento que está azotando a mi país, mi querida España, de un tiempo a esta parte a cuenta del maldito Coronavirus.
Una lacra que está azotando con una fuerza inusitada a todo nuestro territorio nacional, sin excepción, provocando una situación que jamás, ni siquiera en la peor de mis pesadillas, había imaginado vivir.
Sin embargo, este virus salvaje y asesino, que sigue de máxima actualidad y, por desgracia, todo apunta a que seguirá así durante mucho tiempo, me ha sacado precisamente de mi propio marasmo personal al cobrarse la vida del ex presidente madridista Lorenzo Sanz.
Una noticia dura, no por esperada, ya que su estado había empeorado sensiblemente desde su ingreso hospitalario en la madrileña Fundación Jiménez Díaz hace unos pocos días y, viendo la virulencia y letalidad del malhadado Covid-19 con las personas mayores y con problemas de salud previos, como era el caso, lo cierto es que todo hacía presagiar que la cosa podría acabar así.
Por este motivo, he decidido escribir unas breves pero sentidas palabras sobre la figura de Lorenzo Sanz Mancebo, el hombre bajo cuyo mandato muchos pudimos sentir por vez primera aquello de lo que tanto nos hablaban nuestros mayores sobre los triunfos europeos del Real Madrid.
Y es que, sin querer entrar en disquisiciones más o menos “extradeportivas”, hoy me centraré sólo en su faceta como presidente del Real Madrid y con el que el madridismo pasó, por derecho propio y tras 32 años de ausencia, del blanco y negro al color cuando Mijatovic alojó la pelota en el fondo de las mallas de Peruzzi un lejano 20 de mayo de 1998 en Amsterdam.
Y no sólo eso, sino que nos llevó a repetir apenas un par de años después las mieles del éxito con aquella inolvidable final en París ante el Valencia y la Séptima, la ansiadísima Séptima, pasó rápidamente a “mejor vida” para dar paso a la Octava… y de ahí a la Novena y, a pesar de ese bache de 12 años, a la Décima…y así hasta la Decimotercera.
Porque, que a nadie se le escape, que si hay Decimotercera es porque hubo una Séptima. Y una Octava y esas dos Champions tienen un claro nombre y unos apellidos. Los de Lorenzo Sanz, que construyó un equipo sólido y ganador. Pero es que además sentó las bases para que el Real Madrid volviese a una élite de la que nunca debió haber salido.
Sanz, el hombre que nos devolvió el orgullo perdido
Si todo lo anteriormente indicado sobre Lorenzo Sanz y aquellas dos Champions, ni qué decir tiene que esos triunfos devolvieron la grandeza a un club como el nuestro y, sobre todo, la ilusión y el orgullo a varias generaciones.
Unas generaciones, como la mía, que crecimos con la absoluta certeza de que nunca veríamos al Real Madrid ganar más Copas de Europa y que nos sentíamos ya bastante por poder haber visto ganar aquellas dos Copas de la UEFA de forma consecutiva en 1985 y 1986 como nuestros máximos logros continentales.
Y es que, aunque muchos madridistas no lo sepan, especialmente los más jóvenes, los famosos “millenials”, muchos aficionados que ahora peinamos muchas canas sobre nuestras cabezas, crecimos en nuestro madridismo sufriendo las derrotas, muchas de ellas, dolorosas como la final perdida ante el Liverpool de 1981, la eliminación sin perder un solo partido ante el PSV Eindhoven de 1988 o aquel 5-0 ante aquella apisonadora que era el Milan de Arrigo Sacchi en 1989.
También fuimos los que vivimos cómo el Odense nos pintaba la cara en nuestro propio estadio en la primera ronda de la antigua Copa de Europa o el Bayern Munich se convertía una y otra vez en nuestra bestia negra europea, entre otros pequeños y grandes fracasos continentales.
Por tanto, aquellas lágrimas de victoria que muchos dejamos escapar por nuestras mejillas cuando vimos a Sanchís, como capitán del Real Madrid, levantar aquella Copa plateada, tuvieron un sabor muy especial. Pero, sobre todo, supieron muy diferente a las que habíamos derramado en otras ocasiones a cuenta de nuestras derrotas.
1996 y el verano de nuestras vidas
Pues bien, fue el equipo forjado por Sanz entre el verano y el invierno de 1996, con la que, en mi modesta opinión fue, junto a la “summeriana” de 2009, la mejor y más fructífera pesca en cuanto a fichajes se refiere, que ha realizado el Real Madrid en sus casi 120 años de historia.
Recuerdo como si fuese ayer aquel verano y la ilusión generada entre todo el madridismo que supuso la llegada, a golpe de talonario, de Fabio Capello al banquillo y de jugadores como Suker, Mijatovic, Roberto Carlos, Seedorf o Illgner en verano, así como de Panucci tan sólo unos meses después.
Un grupo de futbolistas, que unidos a la llegada de Karembeu o Ze Roberto una temporada más tarde y al despertar al fútbol de ese fenómeno llamado Raúl, supusieron la columna vertebral del equipo que en 1998 volvería a traerse a la capital un trofeo como la Champions League, hasta ese momento vedada al Real Madrid.
Y el único o al menos, no puedo por menos recalcar que el principal artífice de aquel pequeño gran milagro no fue otro que Lorenzo Sanz. El hombre que desde hoy, ahora que se ha marchado para siempre, deberá ocupar un lugar especial en el corazón de esa generación de madridistas, como la mía, que volvió a sentir la grandeza y el orgullo de amar con fe ciega al club de ese escudo redondito, con forma de despertador y que representa la historia viva del deporte mundial.
Su único lunar, la gestión económica, disparatada y que, unida al despilfarro de su antecesor, dejó al club en la quiebra técnica, con una deuda elefantiásica y con pie y medio para convertirse en S.A.D., pero quizás ni sea el lugar ni, sobre todo, el momento adecuado para recordarlo.
En estos amargos momentos, sólo cabe recordar la figura de Lorenzo Sanz con el cariño y la alegría que supusieron aquellas dos Champions casi seguidas, en especial la primera y no perder la sonrisa de felicidad que él tanto mostraba al recordar lo que aquel gol de Mijatovic nos hizo sentir a todos hace ya 22 años.
Pero sobre todo, lo más importante es mandarle desde aquí un caluroso saludo y nuestras condolencias como madridistas a su familia y amigos.
Feliz viaje, Presidente y donde quiera que esté ¡Hala Madrid!