La espada más afilada contra el escudo más resistente , por @antoniovv
Por fin ha llegado el esperado día 3 de junio, y con él, el partido (20:45 h.) que coronará al nuevo campeón de Europa, y en el que se enfrentan dos de los grandes titanes del fútbol europeo. Los italianos son el equipo más laureado en su país, con 33 Scudetti, y habiendo ganado los seis últimos. Pero su brillantez palidece cuando dejan su territorio para jugar la Champions, con sólo dos triunfos en las seis ocasiones en las que han disputado la final, teniendo que retrotraernos 21 años atrás en el tiempo para encontrar su último entorchado continental. Cabe recordar ahora que hace 19 años ambas escuadras ya se encontraron en Ámsterdam. Fue la final que acabó con más de tres décadas madridistas sin volver a levantar la ‘orejona’, la del gol de Mijatovic y a la que la Juve llegaba siendo claramente favorita.
La ‘vieja señora’, que cayó con bastante claridad en la final de 2015 ante el Barcelona, ha encontrado la forma de renovarse en profundidad, al tiempo que ha mantenido sus señas de identidad históricas. El equipo que ha formado Allegri sabe atacar, pero donde se maneja con maestría es en la parcela defensiva. De hecho, en esta edición de la Champions sólo ha concedido tres goles, firmando una trayectoria casi sin mácula hasta alcanzar la final, a la que se presenta invicta y habiendo permitido sólo tres empates. Del equipo de 2015 se cayeron Tévez, Pogba, Pirlo o Vidal, reemplazados por Higuaín, Dybala, Pjanic, Mandjukic o Alves.
Los ‘bianconeri’, como los grandes equipos italianos de los 90, la última era dorada del Calcio, combinan el hormigón atrás con la dinamita en la vanguardia. Buffon, y su particular ‘BBC’ (Bonucci, Barzagli y Chiellini) conforman un cuarteto defensivo formidable, aunque la participación de Barzagli no haya sido lo indiscutible que solía, y Allegri alterne entre jugar con estos tres centrales, y dos carrileros largos (Alves y Sandro) u opte por una defensa de cuatro en la que Alves o el propio Barzagli ocupen la demarcación de lateral derecho. Arriba, Higuaín y Dybala se encargan de la percusión y la fantasía respectivamente. El ex madridista pone el remate, mientras que su joven compatriota aporta el desequilibrio entre líneas, el toque de magia.
Su plan más frecuente en este tipo de encuentros es la presión alta, en busca de recuperaciones en campo contrario para castigar el error, ceder la iniciativa y lanzar latigazos con puñales como Alves o Cuadrado. No se trata de un equipo unidimensional, que se dedique principalmente a especular, pero sí está muy bien armado para esperar atrás.
Aún así, el Mónaco demostró que aplicando velocidad en el movimiento de balón se les puede hacer daño. A pesar de la veteranía y envergadura de los zagueros, el resto del equipo no es especialmente poderoso en el juego aéreo, siendo éste otro de los aspectos donde parecen en desventaja con respecto al Real Madrid. El otro es la profundidad de plantilla. En el banquillo de Allegri hay pocas alternativas que den el nivel de los titulares, especialmente en la parcela ofensiva.
A pesar de ello, en Italia se considera claramente favorita a una Juventus que ya acumula experiencia en la máxima competición continental, viene de firmar un doblete doméstico y ha doblegado, entre otros, al F.C. Barcelona en su periplo hacia Cardiff.
Además, los transalpinos son eternos amantes de las supersticiones. Hechos puramente anecdóticos como la tradición de que un equipo italiano sea campeón de Europa cada siete años (se cumplen ahora desde la última vez), que todas las Champions del Madrid con este formato las haya ganado en años pares o el de que los blanquinegros jugarán como locales en el Millenium Stadium, se toman muy en serio en el Piamonte.
Por su parte, el Real Madrid dispone del ataque más devastador del continente, además de toda la experiencia del mundo para transformar en victorias sus presencias en las finales europeas. Tras aguardar 32 años para conquistar el séptimo cetro continental, el Madrid se ha impuesto en las últimas cinco finales de la competición en las que ha comparecido, acrecentando una leyenda ganadora que no encuentra parangón en cualquiera de sus rivales.
La maquinaria ofensiva merengue ha demostrado en la presente edición de la Champions que tiene más potencia de fuego que nadie en Europa. Los blancos son los máximos goleadores de la competición, habiendo marcado 32 tantos, y viendo puerta en todos sus partidos (algo que ha ocurrido en cada encuentro de cada torneo que ha disputado el equipo de Zidane). Además, los vigentes campeones son también, con diferencia, el equipo que más tira a puerta; 226 disparos en total.
Construido para atacar, el equipo de Zidane se presenta en la final con el aval de haber sido campeón de España, y de contar con la plantilla al completo, algo poco frecuente esta temporada. A excepción de Bale, la mayoría de las estrellas del equipo afrontan esta última cita del ejercicio 16/17 en un óptimo estado de forma. Las rotaciones y descansos que ha calculado al milímetro el cuerpo técnico dan ahora sus resultados. La principal amenaza es, cómo no, Cristiano Ronaldo, máximo goleador de la historia de las competiciones europeas y arma de destrucción masiva en las eliminatorias contra el Bayern o el Atlético.
Su mera presencia amenaza la solidez defensiva juventina. Pero si algo distingue a este Real Madrid es la capacidad para generar ocasiones de gol de prácticamente todos sus jugadores, incluyendo a los que se queden en el banquillo o la grada. El plan de los hombres de Zidane pasa por imponerse teniendo el balón, y volcando el campo hacia la meta de Buffon. El campeón español sufre más cuando se aposta tras la línea del esférico que cuando lo maneja, así que la mejor táctica para no sufrir es triangular con seguridad y a un ritmo que acabe desarbolando a los italianos.
La supremacía en el centro del campo, donde Modric, Kroos y Casemiro (veremos si también Isco) deberían manejar el ritmo de juego, se advierte como aspecto esencial. Además, el Madrid dispone de la permanente amenaza de las jugadas de estrategia, y piezas de sobra en la recámara como para cambiar completamente de estilo de juego y elevar uno o varios niveles su intensidad física.
El choque estilístico entre la mejor defensa y el mejor ataque de la competición promete ser igualado y, como la mayoría de las finales, más emotivo que estético. El Madrid quiere mantener su hegemonía en el fútbol europeo, empezar a destacarse como el mejor club del mundo en el siglo XXI, tras haber sido reconocido como el más grande del XX. Cuesta pensar en que no se verá al menos un tanto a favor de los madridistas tras más de un año batiendo casi de forma rutinaria las metas rivales. Cuesta pensar además en que estos jugadores, que en su mayoría ya saben cómo queda una medalla de campeón e Europa en su vitrina, no sean capaces de tumbar al rival que toque en suerte. De hecho, cuesta pensar en que el Madrid no se impondrá en una final de la Champions, su hábitat natural. Pero sólo son noventa minutos y las variables de esa hora y media (quizás más) son tantas, que el favoritismo, los historiales y las estadísticas son objetos prácticamente inútiles.