#BlancoYEnBotella | La insoportable levedad del ser … antimadridista
No por previsible deja de ser indignante la actitud del antimadridismo mediático que, una vez más, y tras la brillante y sobre todo sufrida victoria en Munich del miércoles, nos ha permitido volver a ver su peor y más repugnante rostro.
Sé que debería estar acostumbrado a que nuestros rivales, por definición y sistemáticamente y, dependiendo del estado de forma del Real Madrid, sean considerados unos conjuntos temibles, peligrosos y la quintaesencia del fútbol o el polo opuesto, es decir, equipos de viejos, jubilados ilustres o gordos sebosos.
De hecho, y curiosamente, también me he acostumbrado a ver cómo, indefectiblemente, estos mismos equipos pasan a ser escuadras legendarias, con historia gloriosa y jugadores maravillosos siempre que se enfrentan al Equipo del Régimen e incluso al Equipo del Pueblo.
Sin embargo, lo que está ocurriendo este año con los rivales del Madrid está pasando de castaño oscuro, especialmente a medida que hemos ido avanzando rondas ante los peores rivales que nos podían tocar en cada sorteo y éstos han ido cayendo uno tras otro, ante la desesperación de los periodistas.
El PSG, la primera gran decepción
Ante el sombrío panorama de la presente temporada, con el fiasco madridista en la Liga y el aún más grave patinazo de la Copa del Rey, unidos al triunfal desarrollo del año del Barça, todo apuntaba a un batacazo espectacular del Real Madrid, en una temporada literalmente en blanco, casi desde el mismo mes de febrero.
Por eso, cuando el bombo decidió cruzar los caminos del Real Madrid y el PSG para la eliminatoria de octavos de final, el antimadridismo mediático se frotó las manos ante la suculenta posibilidad de ver al Madrid fuera de combate, como digo, desde el mismo mes de febrero. Sin posibilidades reales de ganar la Liga, eliminados en Copa ante el modesto Leganés y vapuleados en Champions por el PSG, a las primeras de cambio era una bicoca colosal a la que no se podían abstraer.
Entonces se vertieron toneladas de merecidos elogios sobre el PSG, se hablaron maravillas de su incomparable plantilla con su incomparable tridente atacante (Neyma, Cavani y Mbappé), del talento de su entrenador, al tiempo que se daba por hecha una goleada parisina ante el Madrid, tanto a la ida como en la vuelta, en lo que habría sido un remedo de la Noche de los Cuchillos Largos.
Para esta gente, el Real Madrid era un equipo sin alma, sin entrenador, sin proyecto deportivo ni rumbo competitivo, con una plantilla que mandaba sobre el presidente. Un equipo dirigido por un alineador y cuya defensa sería pasto de Neymar y Mbappé, cuyo no fichaje fue tachado en ese momento como el error más grave de la historia del club.
De hecho, se pasaron semanas debatiendo sobre el francés, que “sólo” le costó 180 millones de euros al PSG, una minucia para los blancos. Y, a pesar de que el propio jugador afirmó que quiso irse al PSG, entre otras cosas por los 18 millones netos que iba a cobrar de ficha en el club galo, se intentó desestabilizar al club por todos los medios.
Se mintió vilmente sobre la causa de que Mbappé no acabase vistiendo de blanco, como que Zidane le había prometido la titularidad eterna a Benzema, que si le dijo a Mbappé que no iba a jugar de inicio, etc., al tiempo que se mofaban día y noche de la importancia de la escala salarial en un equipo como el Real Madrid.
Pues bien, llegó el temido mes de febrero y aquel todopoderoso equipo que nos iba a triturar en el Bernabéu acabó derrotado por 3-1 y la prensa Nacionalbarcelonista del Movimiento se quedó a cuadros, intentando entender qué había pasado y por qué sus apocalípitcas predicciones no se cumplieron.
Y no digo ya cuando en la vuelta, a pesar de los esfuerzos de muchos para animar al PSG indicando que ese resultado se podía superar en el Parque de los Príncipes, el Real Madrid ofreció una exhibición de poderío y buen juego y volvió a ganar a los franceses, con una nueva demostración goleadora de un hasta ese momento denostado Cristiano Ronaldo.
Comenzó, pues, la cruzada de todos los años contra nuestros rivales y, como les pasó por ejemplo a la Roma o al City de Pellegrini en 2016 o al Bayern y sobre todo a la Juventus en 2017, aquel superequipo que iba a borrarnos del mapa y a ganar la Champions casi sin despeinarse pasó a convertirse en un equipo vulgar, ramplón, de jugadores inexpertos, sin apenas bagaje internacional para enfrentarse al Real Madrid en una competición como ésta.
La Juventus, un geriátrico sin nivel
Quizás, ante semejante estropicio, cuando el destino enfrentó al Madrid con la Juventus de Turín la Prensa del Régimen cambió de estrategia y, a diferencia de lo que hizo con el PSG, lejos de dedicarle el más mínimo epíteto elogioso, se lanzó en tromba sobre el equipo de Allegri con el fin de desprestigiarlo.
De modo que si, tras la Final de Cardiff, la Vecchia Signora ya era un equipo de egregios jubiletas, recién llegados a Benidorm en un viaje del INSERSO, lo que eran ahora, casi un año después, era poco menos que insultante.
De nada sirvió que en el momento de enfrentarse al Madrid, los bianconeri liderasen el Scudetto tras 25 partidos consecutivos sin conocer la derrota y con apenas cinco goles encajados en todo este tiempo. Dio igual, ni agua le dieron a los italianos.
Y así pasó, que tras la nueva exhibición -chilena de Ronaldo incluida- del Real Madrid en el Juventus Stadium y la apabullante derrota de los italianos por 0-3, daba hasta pena oír y leer lo que se dijo por los grandes gurús del periodismo español de aquel equipo.
Por eso fue comprensible la reacción desmesurada de toda esta gentuza cuando, contra todo pronóstico, aquella escuadra de abueletes, más pasados de fecha que los yogures de un convento, puso contra las cuerdas al Real Madrid en el Bernabéu, rozando la machada de forzar la prórroga, tras ponerse con 0-3 a falta de un minuto para el final.
Sin embargo, héte aquí que cuando el partido se iba hacia el tiempo extra, Benatia cometió un penalti tan estúpido y protestado como diáfano sobre Lucas Vázquez y Cristiano Ronaldo, desde el punto fatídico, certificó el pase del Real Madrid a semifinales.
Aquello fue uno de los chascos más grandes de la historia del fútbol moderno porque, cuando el antimadridismo mediático que nos rodea afilaba los dientes y salivaba con fuerza previendo la debacle madridista, las tornas se cambiaron.
Desgraciadamente para ellos, esa noche, que apuntaba a un fiasco histórico que además compensaría con creces el sufrido por su equipo la noche anterior frente a la Roma, se tradujo en una nueva gesta blanca, al lograr el pase a semifinales por octavo año consecutivo, algo inédito en la historia de la Champions.
Lejos de alegrarse por el hecho de ver al único representante español en la máxima competición continental en la fase previa a la gran final de Kiev, los medios nacionales cargaron con furia visigoda contra el árbitro, reinventando la historia.
No sólo porque intentaron presentar ese partido como un gran atraco, “el atraco del siglo” que tituló el Sport en su edición del día siguiente, cuando a todas luces el penalti de Benatia a Lucas lo había sido a ojos del mundo (menos en España y en un medio italiano, propiedad de la familia Agnelli, la dueña de la Juventus) sino que además obviaron miserablemente la injusta anulación de un gol legal a Isco en la primera parte que, a buen seguro, habría cambiado el rumbo del partido.
El Bayern, ese equipo de tullidos
Por último y cuando todavía quedaban restos de bilis desparramados por el suelo y con el mismo modus operandi, desde que se conoció el emparejamiento de semifinales ante el Bayern, la campaña de descrédito del conjunto alemán ha sido sencillamente deleznable.
Como gordos no podían estar, se ha vuelto a tirar del tópico de la vejez. Además de mofarse de gente como Lewandowski, Robben o Ribery, la figura de Jupp Heynckes, elogiada hasta la náusea cuando el Bayern pasó por encima del Barça del difunto Tito Vilanova en 2013, ha vuelto a ser objeto de bromas a cuenta de su edad.
Para la casta periodística de este país, el Bayern fue presentado como una víctima propiciatoria en una competición que, por lo visto y sin necesidad de jugar las semifinales, el Madrid ya era campeón. El Bayern era un equipo algo mejor que el Escalerillas, que en España no se clasificaría ni para jugar la Europa League, de modo que todo lo que no fuese una victoria por 0-5 de los de Zidane en el Allianz Arena sería un fracaso absoluto.
De esta forma, se matan dos pájaros de un tiro. Por un lado, desprestigiando al Bayern, un triunfo del Madrid no tendría brillo alguno y, por otro, se ningunea al Madrid, por no haber sido tan buenos como para golear a semejante grupo de indocumentados futbolísticos.
Pues bien, pasó el partido y el Real Madrid sufrió como un perro para poder ganar ante un gran Bayern. Quizás el mejor y más parecido al Bayern de toda la vida, el de siempre, el que hacía que cada viaje a Munich fuese un suplicio y donde el Madrid nunca había ganado hasta 2014. Un equipo aguerrido y luchador que recuperó parte de ese ADN ganador del que siempre hizo gala el conjunto bávaro.
Se ganó y la posibilidad, hasta ahora remota, de ver al Real Madrid en una tercera final consecutiva y a las puertas de la ansiada Decimotercera, pasaba a ser una posibilidad cierta y muy factible. Y entonces llegó el llanto y el rechinar de dientes.
Sólo por el inenarrable espectáculo ofrecido por Santiago Segurola en Bein Sports diciéndole de todo y por su orden al Bayern y, en concreto a Ribery -quien, por cierto, cuajó un partido excepcional- ha merecido la pena la victoria.
El antimadridismo se ha vuelto a retratar, henchidos de odio y de rabia porque, aunque dijeran lo que dijeron del Bayern, en su fuero interno soñaban con una gran victoria ante los blancos que permitiese privarles del soñado título. Y para ello llevan desde que el colegiado Kuipers pitó el final tirando de toda la batería de tópicos con los que nos han obsequiado todos estos años.
De nuevo han vuelto la flor de Zidane, la pegada, la suerte inmensa, el juego ramplón ante el empuje alemán y, lo más grave, la nueva reinvención de lo vivido, creando una falsa polémica en base a nada menos que tres penaltis que sólo existieron en la calenturienta imaginación de toda esta caterva.
Tres penaltis que nadie reclamó. Ningún integrante del conjunto alemán ni nadie en el Allianz Arena -ni por descontado, en la prensa internacional- tuvo a bien hacer el más mínimo comentario, pero con los que ya están intentado echar basura sobre este nuevo e histórico triunfo, el tercero consecutivo desde 2014, que nos ha abierto las puertas de la final de Kiev.
La Champions League y el Ramón de Carranza
Pero es que no han parado ahí. En una nueva e inesperada vuelta de tuerca, y dado que ya nadie (salvo ellos y el antimadridismo que les sigue) les cree en su continua campaña de descrédito, la prensa española ha ido más allá y ahora presenta a la propia competición, la Champions League, como un torneo menor, una especie de Ramón de Carranza a lo bestia, en el que si tienes seis o siete partidos buenos, se gana con la gorra.
Y lo peor es que esta tontería cala y ya hay quien dice que es más difícil incluso ganar la Copa del Rey que tiene más mérito ganar una Liga en España (el año pasado no, por cierto)
De modo que, siguiendo ese disparatado razonamiento que intenta hacer creer que la Champions es tan fácil de ganar, me pregunto por qué no ha habido más equipos capaces de ganarla dos, tres y hasta cuatro veces seguidas. Sin embargo y como es de sobra conocido, sólo un equipo -el Real Madrid- ha sido capaz de ganarla dos veces seguidas en más de 25 años de historia con este formato.
Por tanto, y viendo este maltrato sistemático al Real Madrid y esta campaña de descrédito del club más grande del mundo, no es de extrañar que muchos madridistas, entre los que me encuentro, hayamos llegado a sentir más placer y a alegrarnos más por ver rabiar al antimadridismo mediático en cada triunfo blanco que por las propias victorias en sí mismas.
Preparémonos, pues, para la catarata de improperios que van a caer sobre nuestras cabezas si, como parece, el Real Madrid logra la hazaña de meterse en la final de la Champions por tercer año consecutivo. Y no digo nada si encima la gana.
Es una verdadera lástima que un equipo español, adorado y respetado -y temido- en todo el mundo y que se ha convertido, junto a Rafa Nadal, los hermanos Gasol y Fernando Alonso, en el mejor embajador de la Marca España a nivel internacional, sea tan maltratado en su propio país. Pero como dice el viejo refrán, “nadie es profeta en su tierra”, ¿verdad?
Texto: @djmontero
Foto Portada: Zeleb.es