Por un Real Madrid – Real Sociedad sin pitos
A punto de conciliar el sueño, decido reparar en lo que a un jugador de fútbol se le puede pasar por la cabeza la noche antes de recibir abucheos, silbidos y muestras de reprobación de tus propios seguidores. Debe generar desasosiego. Estar visualizando el partido y que lo que irremediablemente te inquiete sea la reacción furibunda que se levantará contra ti. Por el simple hecho de tocar el balón.
Por mucho que trates de abstraerte la situación te suscitará ansiedad, desearás jugar como visitante. Piensas que como visitante podrías tener una actuación menos mediatizada y, en consecuencia, hacerte acreedor a una tregua de tu hinchada.
Probablemente, si todos los seguidores dispuestos a abroncar a su jugador, tuvieran desarrollada la virtud de la empatía, a buen seguro que no solo respetarían al futbolista a la altura de otros sino que con seguridad optarían por aplaudirlo y vitorearlo con fuerza. Es quien más lo necesita. El apartado anímico es clave.
Si un jugador que presiente silbidos se encuentra con gritos de ánimo, su reacción positiva ante el estímulo sorprenderá hasta al propio protagonista. Estoy seguro de que empezaría a centrar mejor, a sufrir de menos mala suerte e, incluso, a aportar de forma sustancial para que el equipo obtenga beneficio. Sería un experimento, que todo aquel que pretenda pitar, decida aplaudir. Al menos durante los 90 minutos y, preferentemente, a los futbolistas con los que se esté más a disgusto.
Nadie discute que el público es soberano, que paga su abono o su entrada, y que merece ser crítico y exigente. No seré yo quien lo cuestione. En un club como el Real Madrid, sus aficionados deben ejercer como los verdaderos dueños del club. En todos los sentidos. También en el terreno de la responsabilidad, de hacerse cargo de sus acciones y de adecuarlas para que el equipo no se resienta.
Si se silba a un jugador, quien más lo agradece es el equipo contrario y los rivales en la clasificación. De un ambiente enrarecido no saca ventaja el equipo local. Solo trasladas una inquietud, un histerismo, una falta de racionalidad que puede provocar el colapso de los tuyos, hacer al equipo más indefenso. En cambio, si olvidas durante 90 minutos los pecados de cualquier futbolista, y le prestas al equipo tu apoyo incondicional, todos los que salten al campo estarán más centrados en lo que interesa. La exigencia no debe marcarse desde la persecución a un jugador mientras dura un encuentro. Por mucho que su fútbol hasta el momento no sea del agrado. La exigencia debe ser ese estado de inconformismo que lleva al madridista a querer seguir sumando títulos y victorias, y goles. Pero para aspirar a esa exigencia no se puede maniatar a ninguno de tus futbolistas.
Todos en nuestra trayectoria profesional hemos sido tutelados por jefes buenos y jefes malos. Cuando nos han tocado los de la categoría segunda, hemos sufrido ofensas, gritos, descalificaciones y todo ello solo contribuía a la inseguridad, al malestar y a que nos sintiéramos incapaces.
Alguno dirá que los futbolistas están muy bien retribuidos, y que deben aguantar esos juicios sumarísimos. A ello replicaré que se puede tener remuneraciones elevadas y, en cambio, ser un infeliz, tener miedo de acudir a tu lugar de trabajo e, incluso, estar deseando abandonarlo. Y, en cambio, tienes que ir, y el grupo necesita de tu mejor rendimiento.