La familia y uno más, por @FGwynne
Cuando Cristiano dijo que quería jugar hasta los cuarenta y un años yo me santigüé. No sé, lo hice de forma espontánea, como si viviese en los años cincuenta y me encontrase a Sofía Loren saliendo del baño de mi casa con una toalla enrollada alrededor del cuerpo. Podía haber aullado como si fuese Mastroini en “Ieri, oggi, domani” o silbado como Alfredo Landa viendo pasear a las suecas por la playa, pero no, me santigüé, que es una forma muy católica de protegernos de lo sobrenatural.
Cuarenta y un años. No cuarenta, no, cuarenta y uno. Las personas normales, las que no marcamos los goles de cuatro en cuatro, hubiésemos dicho hasta los cuarenta, una cifra redonda. Cristiano no, Cristiano nos ofrece una nueva versión, un bonus track, un extra, uno de esos niveles ocultos en los videojuegos que solo aparece después de aniquilar a todos los villanos.
De aquel superhéroe con armadura de titanio, piernas de acero y rayos láser ha pasado a ser un hombre que se pasea por el mundo con un pequeño escudo de madera. No necesita más. Ha ido descartando superpoderes, perdiendo por el camino todo lo superfluo. Antes veías a Cristiano y no lo veías. Ahora se ha vuelto sutil, previsible, lo ves jugar y parece que está en el salón de tu casa. Un toque, un gol, café con leche, mantita y sofá. Es como ver jugar a mi sobrina con la casa-piña de Bob Esponja o a mi padre echando la siesta en su sillón. Cristiano ya es uno más de la familia, no hay un superpoder mayor que ese en el mundo.
-¿Qué tal el día, Cris?
-Bien, he marcado cuatro goles.
-¿Te has acordado de traer el pan?
-Sí, lo he dejado encima de la mesa, al lado del Balón de Oro.
A Cristiano le guardaremos amor eterno, como si fuese uno de esos tíos desconocidos que emigró a América para, después de una vida de trabajo, dejarnos una gigantesca herencia en el Museo del Club. Tú paseas entre las vitrinas y aquello parece la cámara acorazada del Tío Gilito. Te puedes subir a un trampolín, hacer un carpado y zambullirte gozoso entre trofeos.
Es una herencia gigantesca, que poco a poco le va acercando a Di Stéfano, un jugador fichado del…Millonarios. Ya ven que lo único que había que hacer con nuestra historia era reescribirla una vez más.
La cultura del Madrid siempre ha sido la del trabajo. Escuchas una rueda de prensa de Zidane y a cada pregunta siempre responde con una volea y la palabra trabajo. Para el Madrid el gol es fichar por la mañana. Igual por eso nunca ha sido un club de florituras. El tikitaka es la molicie, la perdida de tiempo, el escaquearse en la máquina del café o simular una gripe.
Nadie representa mejor este espíritu de trabajo y sacrificio que Cristiano. Nuestros hijos oirán hablar de Cristiano como nuestros padres nos hablaron de Di Stéfano. Me hacen gracia los que dicen para desprestigiarle que es solo un goleador de época. “Solo”, dicen ufanos, regodeándose con la palabra, mientras yo me vuelvo a santiguar sabiendo que Dios les castigará por blasfemos. Y por vagos.
¿Cómo vas a desprestigiar a un jugador de fútbol por marcar goles? ¿Cómo vas a menoscabar a Cristiano por hacer mejor que nadie aquello que persiguen miles de jugadores en el mundo?
No son goles, SON TÍTULOS, estúpidos.
Hasta Bill Clinton lo sabe.
Algún día, cuando Cristiano decida dejar el fútbol, nuestros hogares rebosarán goles, títulos y recuerdos. Habrá goles dentro de la lavadora, en el buzón, entre las sábanas y en las orquídeas.
-Ordena tu habitación, Cristiano. Tienes todos los goles tirados por el suelo.
-¿Ahora?
-Sí, ahora. Y de paso sácales brillo a las Champions.
-Voooooy.
Texto: @FGwynne