Opinión | Hay que saber retirarse
Es mejor retirarse y dejar un bonito recuerdo que insistir y convertirse en una verdadera molestia
La vida continúa y el fútbol se ve obligado a evolucionar a la misma velocidad. Un juego que se ha convertido en una industria milimétricamente medida, donde la improvisación se convierte en un recurso marginal para aislados talentos (les solemos decir “seres de otro planeta”) que en momentos decisivos pueden permitirse brillar sin reglas. Para la mayoría de jugadores, incluso para los mencionados “tocados por la varita”, deben seguir el ritmo de la planificada actualidad, un calendario (diríamos “inhumano” pero las instituciones nos invitan a catalogarlo como “concentrado”), ocupando un espacio semanal de dos partidos, que se reajusta a una incesante preparación física y mental. Todo lo que he dicho en este párrafo, como si de un audio de Whatsapp se tratase, habría que aumentarlo a velocidad x2, cuando hablamos del Real Madrid.
El equipo de la capital rebosa de prestigio en todos los aspectos, dentro y sobre todo fuera del campo, pero que supedita un vértigo mediático y consecuentemente futbolístico. La mítica frase “Ha nacido para jugar en el Real Madrid”, ya almacenada en la memoria histórica del meme, tiene su fecha de caducidad para aquellos que no siguen ese ritmo actual. Más allá de estipularse lo contrario en el contrato, la idiosincrasia del futbolista es especial, única y casi por ello terrorífica. La vida en la élite, cíclica, dura lo que se dilata el sonido del silbato del árbitro al comienzo del partido, lo que un balón tarda en hundirse en las redes del Bernabéu que, tras producirse, unas 80 000 gargantas se suman a un éxtasis que solo el árbitro, de nuevo, apacigua con el sonido instantáneo de su silbato. Hay jugadores que viven a conciencia del éxito que ya pereció y se resisten a moverse de una élite irrepetible, por ello, irresistible. Del innegociable contrato de sus vidas imposible de firmar con otro equipo, de la comodidad de vivir en la metrópoli del fútbol mundial y convivir con una estantería de Copas de Europa. El problema empieza cuando, ciego a seguir viviendo del cuento, dejas de ser futbolista. La naturaleza de no conformarse, de pelear por un puesto en el once, y no dejar de intentarlo tras el minuto 90.
Tres futbolistas, unos más históricos que otros, se resisten a ser cambiados; mejor dicho, a ser movidos del banquillo que llevan ocupando desde hace varios años.
Mariano Díaz, el delantero con mayor oportunidad de mercado de los señalados, que se niega a salir del equipo blanco aún de la insistencia de su propio padre, y que en vez de poder sentirse importante en otro equipo también de primera línea, se conforma con los minutos residuales de Copa del Rey contra la equipo de Móstoles. Éticamente hablando, nos encontramos ante los 22 millones peor invertidos de la historia del club.
Francisco Román Alarcón, alias “Isco”, o como desaprovechar un potencial que invitaba en sus tiempos en el “EuroMálaga” y sus primeros años con la camiseta blanca a continuar con la estela de Andrés Iniesta. Nada más y nada menos; y desgraciadamente, un kilo más, un kilo menos, ha ido divagando en un comportamiento a veces chulesco y a un arrastre vergonzoso sobre el campo. Jugador número 12 del mítico doblete en 2017.
Marcelo Vieira, dejamos lo mejor para el final, es una leyenda indiscutible, y siempre lo será en la memoria, pero que es una huella andante de lo que dejó de ser: el mejor lateral izquierdo del mundo y uno de los mejores de la historia. Su poca implicación defensiva que mermaba siempre la cuenta de goles encajados se balanceaban con su imaginación y capacidad ofensiva, de la que ahora solo nos entristece ver que ya no tiene esos destellos, y nos acongoja aún más que antes cada vez que recula en su banda enfrentando la zancada de un rival mientras su físico dice “basta”.
Chicos, saber cuando retirarse es tan importante como saber cuando insistir. Y no es un proverbio que haya encontrado casualmente por Pinterest.
Texto: Miguel Robles
Foto: David Ramos / Getty Images