Opinión | El pesimista

22 agosto 2021 - 15:19
Opinión | El pesimista

A pesar de su impecable hoja de servicios y su gran campaña pasada, hay quien todavía duda de que Nacho Fernández tenga nivel y empaque para ser titular indiscutible en el Real Madrid. Con su actuación expeditiva en el debut liguero de esta temporada, gol incluido, demostró que está hecho de otra pasta. Ancelotti lo definió como un defensor “pesimista” porque “siempre piensa que algo malo puede pasar”, fruto de lo cual “está siempre concentrado”, y es esa actitud la que le ha llevado a no decaer nunca a pesar de la falta de reconocimiento.

Al principio de ‘Los 7 samuráis’ (1954), un grupo de pobrecitos campesinos saqueados por los bandidos viaja a la ciudad para buscar expertos en el arte de la guerra que defiendan su pueblo. Un día son testigos de un suceso esperanzador para sus intereses. En pleno rastreo, ven a un samurái de gesto solemne que, imperturbable, se acerca a un río y pide que le afeiten la cabeza. La gente, curiosa, se concentra a su alrededor. Uno pregunta qué pasa y otro cuenta que un ladrón ha raptado a un niño de 7 años, se ha encerrado con él en una casa y amenaza con matarlo. Los vecinos, desesperados, le han implorado ayuda al samurái, que ha aceptado el reto. Luego ha dicho que le lleven dos bolas de arroz y ropas de un monje. Una vez con la cabeza totalmente desnuda y ya disfrazado, se acerca a la casa y, entre los gritos amenazadores del secuestrador, el misterioso guerrero logra convencer a este de que tan sólo es un simple monje que ha ido a llevarle comida. El delincuente no tarda en caer en la trampa. La intervención es fugacísima. En un segundo, el samurái accede al inmueble, atraviesa al raptor con su katana y rescata al niño. El pueblo celebra el final feliz del caso, pero el héroe apenas mueve una pestaña y decide seguir con su camino. Un joven, fascinado, corre hacia él y casi le suplica que le acepte como discípulo. El samurái, en la primera muestra de humanidad en su rostro, arquea las cejas, sonríe y, divertido, le explica que es un ronin, un guerrero sin amo ni señor, un outsider en toda regla, y se niega a asumir esa responsabilidad. «Yo no tengo ninguna habilidad especial, sólo mucha experiencia en batallas. En perderlas todas».

Es algo que se ha repetido hasta la saciedad: no hay mejor manera para aprender a ganar que fracasar decenas de veces. Esquivar los batacazos, además de que no conviene en ese sentido didáctico, es, por otro lado, harto complicado porque la derrota tiene múltiples formas y casi nunca elige la misma que la vez anterior. Lo más inteligente, entonces, es asumir el fracaso cuando golpea, tomar conciencia de su inevitabilidad y perderle, de este modo, el miedo. Sólo quien es capaz de comprender esto consigue sobreponerse a las dificultades más atroces: para salir del fango primero hay que conocer sus profundidades.

En el fútbol, como en cualquier ámbito de la vida, este principio es impepinable, y ejemplos de su cumplimiento los hay a montones. El de Nacho Fernández es de los más claros. Desde su debut con el primer equipo del Real Madrid, nunca ha importado cuánto tiempo hubiera estado sin jugar ni tampoco qué posición en la retaguardia debía ocupar -si lateral diestro, lateral zurdo o central-, que, cuando se han requerido sus servicios, ha dado un paso al frente y ha demostrado con creces su valía. Y a pesar de su hoja de servicios casi impecable, el destino le ha deparado una vez y otra el tan amargo revés del banquillo, quizás perjudicado por lo que en verdad es su gran virtud: su capacidad camaleónica para cubrir cualquier responsabilidad en una línea defensiva de cuatro. Con el trabajo mudo como alpiste, ha esperado, paciente, su gran oportunidad, que llegó la campaña pasada con las dilatadas bajas de Ramos y Varane. No pudo aprovecharla mejor. Tras la marcha del club de la histórica pareja de centrales y asumiendo que uno de los dos puestos vacantes será para el gran fichaje blanco del año, Alaba, este verano se ha abierto un disputado casting entre Militao y Nacho en el que nadie o muy pocos daban un duro por el segundo. Hasta este sábado. La incógnita sigue vigente porque en la primera jornada liguera ambos acabaron jugando con Alaba en el flanco izquierdo de la zaga por las lesiones de Mendy y Marcelo. Nacho respondió a los aún escépticos con una actuación muy seria que hasta coronó con un gol.

Carletto, siempre fino, le definió de forma curiosa después del partido: «Hay dos tipos de defensa en mi manera de entender el fútbol. El optimista y el pesimista. Nacho es un defensor pesimista porque siempre piensa que algo malo puede pasar, y por eso está concentrado los 90 minutos». Y ese presentimiento de que el coco está a la vuelta de la esquina no lo limita Nacho a lo que acontece durante un partido, sino que se extiende al largo transcurso de la temporada, acaso al de todas las temporadas, sabedor de que hacerlo siempre bien no le ha bastado para ganarse el respeto generalizado que, por méritos, ya merece. El comodín, el herido, el soldado sin miedo, el guerrero más fiable.

Foto: Imago

Doctorando en misantropía. Escribo y, aparte, trabajo en un periódico. Bebo licor de hierbas. Libros, fútbol y radio.

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