La Ciudad de las Estrellas | 20 de abril de 2011: la Leyenda renace
Hay una historia que me persigue desde que soy pequeño. Yo puedo decir que vi aquel famosísimo gol de Zidane de Glasgow, pero no que viera la Novena. Me quedé dormido en el descanso y me desperté perdiendo en Octavos varios años seguidos. Como una especie de Alicia cayéndose por un agujero y apareciendo, grande o pequeño, en un lugar desconocido. Cosas de niños.
Esto fue usado en mi contra durante todo ese tiempo, porque al parecer nada de la historia del Madrid servía si yo no la había vivido. También es mala suerte. Ser del equipo más laureado de la historia y crecer durante la segunda mayor sequía de su historia.
Curiosa, en todo caso, esa expresión de “no vivirlo”. A la vez que ambigua. Yo, por ejemplo, diría que muchos amigos, en su mayoría culés, no han vivido ni siquiera su título más reciente. No sé si podré usarlo como argumento de algo, pero ahí queda.
La realidad es que el otro día fue el noveno aniversario de la Final de Copa del Rey de 2011. Mi primera vez. Sin desmerecer la Liga de Capello (o la posterior de Schuster), fue mi primera final. Y menudo escenario. Ante el archienemigo, con el mejor once de su historia sobre el césped. Prácticamente un Ivan Drago repartido en once cuerpos. El desenlace de aquello es bien conocido. Tal vez la victoria más competida y difícil que se ha visto en España en la última década. Mi pequeña recompensa por aquello de perderme la Novena. Y aunque tenga la sensación de que el Madrid siempre está volviendo, porque le basta medio año mediocre para irse, esa vez fue especial. Para ellos una “simple Copa del Rey”, para nosotros volver a respirar. Con el gol de Cristiano el reloj parado volvió a correr.
Tenía esa época, además, un deje diferente, que nunca conseguí quitarme de la cabeza. Algo de primer amor adolescente, imperfecto pero intenso. Esa sensación de mitad presión, mitad ilusión que, en esa forma, ya nunca vuelve. Tal vez más derrotas que victorias, pero un camino de reconstrucción que me supo a algo más. Love the process, dicen. No sé qué sentirán los tiburones cuando huelen sangre, pero lo imagino parecido. Era un proyecto nacido por y para ese toque romántico de rebelión. Salir a la calle listo para el combate. Ser parte del equipo. Ayudar a destruir el enemigo a base de durísimas discusiones de bar. Ahí es nada.
Ya hice ese símil alguna vez, pero si este último lustro de las 4 Champions fue nuestro paraguas amarillo, ese trienio de reconquista fue, para mí, la trompa azul. La historia que nos preparó y nos hizo volver a creer.
Yo aún recuerdo las caras de incredulidad de los culés, que no podían explicarse lo que acababa de suceder. Era la parte del cuento que Disney siempre elimina para no asustar a los niños. Igual lo entendieron al apartar la mirada de la televisión y mirarme a los ojos. Comprender así que el que acababa de escribir la primera página de su historia no era otro tipo como el bueno de Walt, sino más bien una especie de George R.R. Martin. Mi primera Copa de Europa no tardaría en caer. El resto es historia. Lo difícil ya estaba hecho: la leyenda renace.
Texto: @SergioPaton_