Opinión | Un Cristiano en potencia
Cada día tengo más claro que no nos gusta vivir el momento. Que no nos gusta el presente. Pasamos de todo eso. Somos más de pasado y de futuro. Somos más de recordar y soñar. Hablamos en pretérito imperfecto y en futuro simple. «Cómo lo pasábamos en los campamentos de verano…» y «Qué felices seremos cuando tengamos hijos…». Pero por norma general, somos más de recordar creo yo. Al menos en el fútbol. Y es que, aunque muchas veces digamos que el deporte rey no tiene memoria, que se olvida de quienes escribieron su historia; en la retina del aficionado romántico y melancólico no hay recuerdo (in)significante que de ayer por la tarde no parezca.
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Boca en forma de “O”: así me dejó el golazo obra de Cristiano Ronaldo para hacer el 2-0 en la ida de las semifinales de Champions contra el Atlético. Recordáis como fue ¿no? Voy a refrescaros un poco la memoria, por si las moscas… Minuto 72. Los de Zidane tejen la jugada con paciencia desde atrás, con calma, sosegados. Todo transcurre con cierta normalidad hasta que el cerebro del equipo quiso. Hasta que Toni Kroos, con una visión del juego privilegiada es quien, con el recorrido del laberinto ya trazado en su mente, pisa campo rival, abre a banda para Marcelo y desencadena todo. El brasileño rompe líneas mandando un balón a la frontal para que reciba Karim; el galo forcejea levemente con Godín y le gana la partida al charrúa, que acaba tirado en el suelo mientras ve cómo Cristiano se hace con el balón que su compañero le ha luchado y cómo quita las telarañas de la portería con un zarpazo descomunal. Potencia en estado puro.
No quiero irme por los cerros de la habilidad y de la calidad individual del portugués, no quiero enredarme en esas lianas tan machacadas. Prefiero tirar por otros lares: quiero hablaros de la potencia de Cristiano Ronaldo. Tampoco es que esté descubriendo nada nuevo, pero nunca está de más recordar lo potente que era el luso y lo bien que sabía aprovecharlo. Hablo en pasado -en ese pasado al que tanto recurrimos- porque he querido recordar su figura en clave Real Madrid. Para ello, no he dudado ni un segundo en pegar un toque al bueno de Eloy Lecina. Él ha sido quien me ha recomendado rememorar la final de Cardiff ante la Juve y sobre todo, la ida de la semifinal contra el Atleti.
Antes de nada, me gustaría que repasáramos todos juntos los apuntes sobre la figura de Cristiano Ronaldo. Como recordaréis los de la última fila, él siempre era el último en llegar a clase, en saltar al verde. No es casualidad, no. Eso es saberse el mejor, sentirse líder en el vestuario, en el equipo, en el aula: al fin y al cabo, creerse el mejor.
Al César lo que es del César. Ser arrogante, ser chulo entraña sus consecuencias. Al bicho le buscan. Le dan, recibe. Puede que actúe, puede que provoque en demasía. Le tienen ganas, y no me extraña. Yo también querría darle alguna patadita tonta la verdad. Y es que, a un tío que bien te gana por potente -o por habilidoso- y que además es “guapo, rico y buen jugador” es imposible no querer hacerle un pequeño rasguño. Aunque sea uno pequeñito, diminuto.
No obstante, a Cristiano le debemos mucho. Tú y yo, como aficionados al fútbol, hemos disfrutado mucho con él, con su fútbol. Hemos flipado con sus goles desde la distancia y también nos hemos reído un poquito, solo un poquito, cuando fallaba y fruncía el ceño cual alevín ofuscado. Pero ante todo, le admiro, de veras. Actúa como un personaje de una novela de Fitzgerald: dispuesto a exprimir hasta el último átomo de belleza que le reporta la existencia. Lo da todo. Habita en su ser el ADN del atleta, del competidor nato: solo le vale ganar, no concibe la derrota… Admiro tanto su ambición como su capacidad de trabajo porque habla tan poco de mí, porque habla tan poco de mí que…. [Inserte final de frase, anda. Que me da pereza pensar algo ingenioso].
No nos engañemos, nos encanta verle jugar. Puede que haya cosas que reprocharle, pero ¿quién es perfecto aquí? El fútbol como espectáculo es Cristiano Ronaldo, aunque en ocasiones abuse de regates superfluos, aunque a veces la electricidad que transmite sea puro y mero humo sufriendo un corto-circuito con la eficacia. Puede que peque en ocasiones de habilidoso, de virtuoso y su juego se convierta en nadería, pero eso, amigos míos: también es Cristiano Ronaldo.
Dejo ya paso al fútbol, que hablen las exhibiciones por sí solas: vamos a remontarnos a las semifinales de la 2016-2017 o a la final de Cardiff, ¿qué preferís? Ya que antes os he narrado cómo fue aquel golazo al vecino, entiendo que ahora os pueda apetecer volver a saborear aquella final ante la Juve. No se hable más, allá voy: con el 4-4-2 del éxito saltó el Madrid a aquella entrañable velada. En los primeros compases del encuentro pudimos ver a Cristiano más tirado al costado derecho, con constantes apoyos de Carvajal por dicha banda. Y apoyado por él llegaría el primero de su cuenta particular. El Millenium Stadium se desvirgó cuando Kroos decidió cambiar el ritmo del juego. Minuto 19: el alemán toca en corto con Karim, este cambia el sentido del juego hacia zona de interiores para Cristiano; Cristiano para Carvajal, Carvajal para Cristiano y… ¡gol! Potente, abajo, ajustadita al palo izquierdo y valga la redundancia, potente. Cuatro pases con intención, cuatro pases con sentido buscando portería rival, cuatro pases a una velocidad endiablada y con el diablo de su lado que acabaron, como no, en gol. Y a Cristiano no lo conocemos solo por ser como es con el balón en los pies, hablan por sí solas sus celebraciones. Y es que, Cris, sabemos que el gol fue tuyo tío, nos quedó bastante claro, tranquilo. No hace falta poner morritos y señalarse una y otra vez provocando a la hinchada rival. Pero qué sería de ti sin estas cosas… Todo esto también es potencia. Todo esto también es el mejor jugador de las últimas décadas del Real Madrid. Todo esto también es Cristiano Ronaldo.
Crecido, intentó una chilena en el 30´ que no le salió. El tío no se pone límites. Cree en sí mismo, cree en sus posibilidades y creyó en marcar de tal manera. No pudo ser. Pero eso tampoco pudo con su ser. Un par de minutos más tarde tendría otra ocasión. Otra ocasión que vuelve a fallar, pero no se rinde. Cierto es que, le fallan sus ademanes y, sus palabras algo lacerantes que desprenden un olor a perfume de niño mimado y consentido (con todo el sentido del mundo, es normal que lo aparente). Pero no es así, es más trabajador y perfeccionista que todos esos prejuicios. Es chulo, vale: pero curra como nadie.
¡Ey! no os durmáis, que el partido sigue en juego. Con el 1-2 luciendo en el luminoso, el Real Madrid estaba crecido, excelso y es ahí, en estado de gracia, cuando mataron a la Vecchia Signora. Minuto 63: recuperación de Modric que acaba en los pies de Carvajal, este se la devuelve al croata para que apure hasta la línea de cal, y cayéndose, la pone al área. El pase definitivo para el gol con el que Cristiano dijo “finito” y silenció el “fino alla fine” juventino. Ahí estaba la confirmación de que los grandes siempre aparecen en las grandes citas, no solo en las goleadas contra la Real Balompédica Linense (no tengo nada en contra del club, simplemente es el primero que me ha venido en mente. Lo siento).
Podemos decir que ese fue el año del bicho. Porque como os adelanté al principio, en la semifinal previa a dicha final, se había salido. Y sí, lo sé, antes os he dejado a medias -mejor que lo diga yo en este contexto que otro u otra en otro contexto bien distinto- pero este texto ha empezado y acabará rememorando aquel choque entre vikingos e indios.
No había dado el minuto 10 y el Madrid ya era superior en el juego y en el luminoso -que es lo importante-. Todo empezó con una falta escorada botada por la precisión alemana -no tan precisa como siempre, pero alemana por raíces- del bueno de Toni Kroos que salió rechazada al pecho de Marcelo. Este la bajó y bajo su vera se encontraba el pequeño Luka Modric, que con un sutil amago de centro desarmó livianamente el orden colchonero. Lo cual segundos más tarde daría sus frutos. Pero de momento ya tenían al Atleti donde querían: se sabían mejores y sabían que el gol estaba al caer: no había prisa. Y venga a empezar de nuevo. Retrasa el croata para Carvajal, este la toca de primeras con Kroos; Kroos juega por banda con Isco; Isco para Cristiano y la devuelve el luso de tacón para que acabe en los pies de Casemiro. El carioca analiza el panorama, la filtra al área picadita y saca el córner. Balón al banderín. La pone nuevamente Kroos, pero sale despejada por el Atlético y acaba en los dominios de Carva, que abre para un Ramos con alma de centrador que tampoco logra asistir a nadie, pero sí saca un valioso rechace desencadenando un centro-chut mordido de Casemiro y a posteriori, un testarazo a la red del de siempre, del inigualable e inconfundible Cristiano Ronaldo. Muy igualable y confundible su celebración, por cierto, muy por debajo de la media de gestos y provocaciones a la que nos tiene acostumbrados. Y eso que supuso abrir la lata de la ida de unas semifinales de Champions (que no deja de ser un puto partido de fútbol: uno de los partidos más importantes de la cosa más importante entre las cosas menos importantes) y en cuanto a sus estadísticas se refiere, fue ni más ni menos que el decimonoveno gol al vecino.
Llegados a la recta final de la ida, entre algún que otro “¡olé!” fanfarrón y algo precipitado por parte del graderío blanco, llegó la sentencia. La sentencia del partido, la sentencia de la eliminatoria, la sentencia a cualquier tipo de crítica o duda hacia el Cristiano Ronaldo jugador. Y sucedió tal que así: corría el minuto 84 acercándose cada vez más a su primo hermano el 85 y a su vez, corrían también los hombres de ataque del Real Madrid. El peligro Real, la sangre más dulce de todas comenzó a olerse cuando Casemiro toca con Lucas, este se la deja a Cristiano, el luso viene conduciendo hacia el centro desde el costado derecho, ve cómo se va abriendo Lucas, se la pasa; entonces el canterano llega hasta la línea de cal para mandar el hat-trick directo a las vitrinas del museo (de) Cristiano Ronaldo. Sorprendente la celebración, sin ser chulesca, con bastante menos gesticulación que las anteriores. Gratitud con su compañero, y eso sí, mensajito -no- demasiado subliminal a todo madridista allí presente. Hay cosas que nunca cambian.
Y otras que nunca cambiarán. No cabe duda de que entre los placeres más placenteros de esta vida se encuentran: el comer con hambre, dormir con sueño y cagar (o defecar, para los más finos) con empacho. Entre los placeres más futboleros de esta vida están: una segada limpia de Piqué; una conducción ambidiestra de Cazorla y un zarpazo de Cristiano Ronaldo directo a la red.
Puro fútbol. Pura esencia. Puro Cristiano Ronaldo.
Texto: Joseba Ormazabal