Opinión Real | Sergio Ramos, todo nervio y corazón
Con 19 años, joven, y con poca experiencia llegó al Real Madrid Sergio Ramos. Ya entonces mostraba sus particularidades que le hacen destacar, como su atrevimiento, que lo mostró sin pudor con aquel famoso traje blanco que decidió lucir cuando Florentino ya cerraba su fichaje. Desde ese instante han pasado ya 15 temporadas en las que el camero ha dejado una huella muy profunda, en las que ha sido protagonista en innumerables ocasiones, y en las que ha ido adquiriendo relevancia de forma progresiva, hasta convertirse en capitán del equipo. Hoy cumple 34 años, y a pesar de que tiene la capacidad de despertar en el madridismo sentimientos absolutamente contrarios en un margen de tiempo muy limitado, hoy toca centrarse en las cosas buenas que Ramos nos ha dado y nos da.
Pienso en Sergio Ramos y pienso en Real Madrid. Son una sinergia que se fundamenta en la pasión, el coraje, el ímpetu, la ambición. El himno clásico del club dice «club castizo y generoso, todo nervio y corazón». Y eso es justo lo que es Sergio Ramos: nervio y corazón. Su impulsividad le hace cometer errores que muchas veces se han traducido en expulsiones -claro que también debemos advertir que siempre es más fácil expulsar al 4 blanco-, pero asimismo ese arrojo que su personalidad desprende ha traido consigo momentos históricos, llevando al Madrid a la gloria más absoluta, entre la que destaca la irrepetible hazaña de conquistar cuatro Ligas de Campeones en tan solo cinco años.
Sergio Ramos parecía gafado. Desde que llegó al Madrid, la Champions había sido lecho de pesadillas para el equipo. Aquel equipo de Mou en 2012 merecía La Décima, la tuvo en la mano. En la semifinal, con un partido soberbio del Madrid al inicio, acabó derivando en una tanda de penaltis que resultó fatídica. Cristiano y Kaká fallaron pero todo el mundo se acuerda del singular remate de Ramos, que fue objeto de burla durante semanas. Hasta Neuer se echó unas risas. Un mal trago del que Sergio no pudo desquitarse un año después, cuando tan solo un tanto nos privó de alcanzar la final de Wembley, después de un desastroso partido en Dortmund.
A continuación llegó Carletto, que supo lidiar a la perfección con los egos del vestuario. Un año magnífico nos llevó a las semifinales, de nuevo, ante el Bayern. Era el momento de la revancha, no solo para el Real Madrid sino también para Sergio Ramos. A Neuer le cayó lo que había escupido al cielo dos años atrás, y apareció la testa andaluza que tantas alegrías nos ha dado. Dos desmarques con sus dos remates impecables, perfectos, sublimes, besaron la red de un estadio que iba a arder, en el mejor partido que le recuerdo al Real Madrid en los últimos años. Sergio Ramos volvió a sacar su nervio y su corazón y fue clave en la clasificación para Lisboa.
Allí, en el estadio Da Luz, el Madrid de Florentino se tambaleó. ¿Qué hubiera sucedido si el Atleti se hubiese llevado el título? Es algo que no quiero ni pensar, pero cuando todo parecía perdido, en el 93 apareció de nuevo el coraje de un hombre invencible, incapaz mostrar rendición. Llegó por fin la Décima. A partir de ahí, otro gol en Milán sirve para alzarse con la Undécima, y con el brazalete levanta también la Duodécima y la Decimotercera. Cuatro Champions para un jugador que ha escrito con letra gigante y en mayúsculas su nombre en la historia del club más grande de la historia.
Su futuro ahora parece incierto. Creo que la postura del club de renovar año a año debe ser inflexible. Y creo que Sergio no debería tener inconveniente en que sea así, porque él es todo nervio y corazón y seguro que tiene claro que será capaz de convencer al club cada año de quedarse uno más hasta que decida retirarse. Tiene que aprovechar su enorme pasión por el fútbol dentro del campo, y no en los despachos, y así estoy seguro que permanecerá en este club que es, sin ningún atisbo de duda, su familia. Felices 34, Sergio.